Kensington, Inglaterra, 13 de marzo de 1121
El cochero se inclinó sobre el borde del pescante y dijo algo a los dos pasajeros que en aquel instante subían a la carroza. Cerraron la puerta, él hizo sonar el látigo y el coche desapareció en una nube de polvo.
Un hombre delgado, vestido con ropas demasiado andrajosas para resistir el frío viento del oeste cruzó la calle, subió por el sendero del jardín y entró por la puerta, como si perteneciera a la casa. Al llegar al pasillo se detuvo delante de la escalera y puso la oreja antes de entrar en el salón. Estaba vacío, así que siguió recorriendo la casa antes de subir las escaleras. Abrió una puerta con mucho cuidado.
– ¿Quién anda por mi casa? -dijo una voz débil desde la cama.
– Tu viejo amigo, al que hace tiempo que no quieres ver -contestó el hombre y se colocó al lado de la cama.
Newton lo miró con una mirada despejada, a pesar de que el sudor le corría por el rostro.
– Nicolás -dijo con una sonrisa, mientras con la lengua intentaba lamerse los labios secos-. ¿Todavía vives?
– No estás viendo un espectro, te lo aseguro, estoy más vivo que nunca. Pero he oído decir en la ciudad que estás en las últimas.
Newton asintió débilmente.
– Sí, supongo que así es. No fuimos tan listos como creíamos. Me temo que no viviremos eternamente. Dios no lo ha querido así.
– Tienes ochenta y cinco años. Estás a mitad de camino de la eternidad. Yo no me quejaré si llego a tu edad.
Newton vio las mejillas hundidas del antiguo amigo.
– ¿Necesitas dinero? Tengo algo guardado…
Nicolás Fatio de Duillier hizo un gesto de rechazo con la mano.
– Tengo lo que necesito. Todo está bien. Sólo quería decirte adiós…
Sus ojos se llenaron de lágrimas y se giró.
Newton lo miró con irritación. Esperó hasta que el amigo terminó de lloriquear.
– Ahora tienes que irte. Estoy esperando una visita que llegará en cualquier momento.
Se miraron en silencio.
– Adiós, estimado Isaac -dijo Fatio y quiso cogerle de la mano. Newton se la apartó. -Adiós, Nicolás. Y suerte.
Nicolás Fatio de Duillier abandonó la casa. Dos semanas más tarde, Isaac Newton murió.
Nicolás Fatio de Duillier murió en 1753; tenía ochenta y nueve años.