– Cuando entré en el piso, encontré a Even Vik inclinado sobre el cadáver con las manos ensangrentadas. Estaba rabioso, fuera de sí, intentó pegarme y dijo palabras que no deseo repetir en una sala de justicia. Todo indica que poco antes había descargado toda su ira sobre su madre.
Even recordó que el agente Molvik sólo había mirado al juez mientras hablaba.
El fiscal había dado un paso adelante y había preguntado si había habido alguien más presente en el piso.
– Su padre -respondió Molvik-. Sverre Vik estaba tumbado en la cama durmiendo.
El fiscal consultó sus notas en un bloc antes de preguntar si el agente podía explicar el estado en el que encontró al padre.
– Estaba dormido -dijo Molvik-. Se lo acabo de contar.
– Sí, pero ¿no es cierto que estaba ebrio? ¿Y no es cierto que tenía las manos y la ropa ensangrentadas?
– Estaba durmiendo, y era evidente que no estaba en condiciones de llevar a cabo un crimen como el que habían cometido contra su mujer.
– Usted no fue el primero en llegar al lugar de los hechos, agente Molvik; de hecho, usted no estaba de servicio aquel día. ¿Por qué difiere su declaración tanto de los dos testimonios policiales que hemos oído hoy?
– Los engañó el muchacho, es un diablo astuto, los convenció para que creyeran que había sido Sverre Vik. Pero yo he sido el compañero de Sverre durante diez años, once, para ser más exactos, y Sverre amaba a su esposa, él no era la clase de hombre que hace esas cosas. En cambio, el hijo…-Llegados a este punto, Molvik había mirado a Even, le había lanzado una mirada que recordaba a la del padre.
– Me odiaban por lo que era capaz de hacer -murmuró Even y se retorció en la cama cuando el dolor en el estómago volvió a atacarle.
Estaba escondido debajo del edredón, con las rodillas encogidas contra el pecho. Resguardado contra el día y la luz. Intentando que su cabeza olvidara los golpes contra sus ojos, el cerebro que martilleaba contra el cráneo pidiendo salir. Lo odiaban, esos cerdos, odiaban su cerebro. «Me odiaban porque el maestro de la escuela me dio clases especiales. Porque ya en segundo de primaria era capaz de hacer cálculos que ellos jamás podrían realizar. Porque la gente decía de mí que era un genio. El director del colegio vino a casa; era de la opinión que debería empezar en el instituto un año antes. El cerdo me odiaba porque no se atrevía a oponerse a todo. Él y su maldito compañero me odiaban porque yo era diferente.»
Even se fundió con la oscuridad del edredón. Los ojos se secaron y empezaron a escocerle en el calor bochornoso. Parpadeó.
– La golpeé -murmuró-, golpeé a la agente.
El sonido del cráneo reventando había estado oculto en sus oídos durante meses después, le había hecho despertar gritando en medio de la noche. Mai había tenido que abrazarle y lo había acunado hasta que volvía a dormirse.
¡Mai! ¡Dios mío, cómo la echaba de menos! Si Dios hubiera existido, él lo habría dado todo por recuperarla, por volver a tenerla en sus brazos. Debería haber roto su juramento, debería haber tenido un hijo con ella; debería haber hecho todo lo que ella le pedía; haber sacado toda su negrura a la luz; haberle mostrado todos los secretos; y haberla dejado que espantara todos los males con la fuerza de su bondad.
– Yo la golpeé -volvió a murmurar-. Pero creí que era un hombre. No lo descubrí hasta el día siguiente, cuando leí en la prensa que el agente era una mujer. Montada sobre el caballo no pude ver que…Yo no sabía…
Even escondió el rostro entre las manos, se quedó inmóvil. Imágenes de mujeres, la madre, la agente, Mai, Susann, desfilaron ante su mirada interior. La última no quiso rendirse, se grabó a fuego en su retina, Susann, ¿por qué tuvo que morir? ¿Qué parte de culpa tenía él? ¿Cuál era el alcance de su maldad? ¿Tendría algo que ver con los perseguidores de Mai? No conseguía adivinar cómo había podido… Y ahora Kitty estaba fuera, cuando más la necesitaba…
Un tubo catódico de su cerebro se fundió, y Even se perdió.