El coche se ocultaba en la sombra de un camión aparcado, tapado de tal manera que el fulgor de la luz amarilla de la farola no llegaba al parabrisas. El conductor estaba encogido en el asiento delantero en medio de una turbia oscuridad, vigilando la casa con el objetivo de una cámara. Se oyó un clic cuando el dedo apretó el disparador; la imagen en la pequeña pantalla de la cámara se congeló durante un par de segundos. La cámara fotográfica cayó en su regazo, donde ya había unos prismáticos nocturnos de color verde. El reloj del salpicadero marcaba las 04:07, la noche se acercaba despacio a su momento más silencioso y frío. Se habían formado pequeñas partículas de hielo en los cristales. El termo que había en el asiento del copiloto estaba vacío, tan sólo quedaba un leve aroma a café en el aire. El bolsillo vibró, el conductor dejó la cámara al lado del termo y sacó el móvil.
– ¿Sí? No, están en la cocina hablando. ¿Qué? Sí, de acuerdo, lo haré… Espera, ahora está pasando algo…
Habían apagado la luz de la cocina. Poco después se abrió la puerta principal, y una banda de luz amarilla cayó sobre la escalera y el jardín. Un hombre con una bolsa de viaje colgada del hombro salió, mientras otro se quedaba en la puerta, señalando algo con el dedo. Luego dijo algo, cerró la puerta y desapareció. El conductor agarró los prismáticos y siguió a la figura borrosa que se dirigía hacia un coche y lo abría. El débil ronroneo del motor rompió el silencio de la noche, el coche salió del acceso de vehículos de la casa y una luz potente barrió repentinamente la calle. El conductor se acurrucó en el asiento, dejando que el coche desapareciera en sentido sur.
– Hola, ¿sigues ahí? Sí, acaba de marcharse. ¿Te haces cargo tú ahora? De acuerdo.
El conductor devolvió el móvil al bolsillo, puso el coche en marcha y se alejó del camión. Sin hacer ruido innecesario, el vehículo desapareció en sentido contrario, perdiéndose poco después por las innumerables calles de la ciudad, como si nunca hubiera existido.