Capítulo 74

Tercer secreto

Física en movimiento… (sin ley)


Trinity College, Cambridge, Inglaterra 17 de octubre de 1672


El calor de la estancia era enorme, el hornillo de hierro casi ardía y el contenido de la tina hervía alegremente a borbotones que se rompían con unos fuertes chasquidos.

– Pásame el ácido clorhídrico, por favor -dijo Newton y removió la tina.

– ¡¿El ácido clorhídrico?! Pero entonces… -Wickins miró confuso a su compañero de piso.

– Una cucharada -Newton señaló una cuchara de cristal que había sobre la mesa de trabajo-. Probar y errar, Wickins, probar y errar, así es como se aprende. Régulo de hierro 91/4, cobre 4 dio una sustancia con una membrana hueca y hemisférica. Quiero limpiar la mezcla y volverla sublime.

Wickins asintió titubeante con la cabeza.

– Pero ¿ácido clorhídrico…? -murmuró-.Así apestará…

Miró la espalda rígida que estaba vuelta hacia él, agarró la botella con el ácido clorhídrico y lo echó.

– Gracias -dijo Newton y vació el contenido de la botella en la masa hirviente mientras seguía removiendo.

El efecto no se hizo esperar: un humo acre y amarillo subió de la tina y se extendió por la estancia. Las burbujas se rompieron a un ritmo más acelerado y el humo se acercó a ellos flotando como un espíritu venenoso. Newton se retiró y agitó la mano mientras Wickins abría la ventana que daba al patio. La fijó para que no pudiera volver a cerrarse.

Poco después, el humo les ahuyentó hasta la puerta y desde allí contemplaron la estancia que estaba envuelta en una neblina nociva. Newton entrevió su cama en el rincón e hizo una mueca.

– Me temo que tendré que pedirte que me dejes dormir en tu cama, estimado Wickins. Dormir aquí esta noche podría significar mi muerte.

Wickins miró al compañero con el que entonces llevaba diez años compartiendo piso.

– Será un placer, y creo que… -señaló la cama con el dedo- es mejor dejar que esta nube envenenada se quede donde está.

Agarraron la linterna y atravesaron el pequeño salón hasta llegar a la habitación de Wickins; se desvistieron y se metieron debajo del edredón de la estrecha cama. Sólo llevaban la camisa de dormir puesta. Afuera, la noche de octubre se había posado sobre el paisaje. Oyeron gritos provenientes de una ventana cerca de la entrada y luego otros contestando. Un cuervo graznó desde algún lugar del tejado. Wickins estaba echado medio de lado con Newton pegado a su espalda. Así se quedaron un rato sin decir nada, notando cómo el calor del otro hacía que la piel se estremeciese. Entonces Newton se incorporó, colocó una mano a cada lado del torso del amigo, se inclinó sobre él y sopló la luz de la lámpara. La habitación se llenó de una oscuridad liberadora y zumbante.


Royal Society, Londres 12 de junio de 1689


Isaac Newton conversaba con Robert Boyle y John Locke cuando la puerta se abrió. Con un gesto de la mano, el presidente de la Royal Society, lord Brouncker, le indicó el camino a un caballero de avanzada edad que parecía tener una personalidad atractiva. El recién llegado tenía una mirada perspicaz con la que parecía verlos a todos de una sola pasada. Con su manera pomposa de hablar, lord Brouncker presentó al profesor nerlandés Christian Huygens a la sociedad científica. El profesor inclinó la cabeza en un gesto respetuoso y empezó lentamente a abrirse camino conversando a través del auditorio. Un joven de cabellos oscuros se rió con la boca abierta y sonrió efusivamente a todos. Parecía haberse constituido en la estela oficial de Huygen.

– ¿Quién es el joven que va detrás del profesor?

Newton hablaba con Boyle, que solía estar al día de los mejores chismes.

– Es Nicolás Fatio de Duillier, un matemático suizo que llegó al país hace un par de años. -Boyle hablaba tan alto que Hooke, el responsable de experimentos de la sociedad, se giró irritado sin que eso pareciera molestar a Boyle lo más mínimo-. Este verano acompañará a Huygens por toda Inglaterra. Es un joven activo y atractivo, diría yo. Por cierto, creo que ha estado trabajando en explicar tu teoría de la influencia de cualquier masa sobre otras masas con algo que él denomina la «teoría de apoyo». Sin duda, le complacería enormemente poderte explicar sus ideas, pues sé que ha mostrado mucho interés en conocerte.

– Muy bien -dijo Newton e inclinó la cabeza hacia Huygens, que en aquel momento se acercaba a ellos.

– Es un placer saludarle, profesor Newton -dijo Huygens con sinceridad-. Esperaba poder trasladarle personalmente una disculpa.

Newton volvió a hacer una inclinación, reservada y expectante. No estaba acostumbrado a que sus colegas de la sociedad le dirigieran ese tipo de declaraciones claras y positivas, por lo que sospechó que podía tratarse de una trampa.

– Cuando en su día discutimos su teoría de los colores, para mí se trataba de una hipótesis que estaba construida sobre una idea interesante, aunque extremadamente utópica. La verdad es que mis razonamientos me conducían a otras respuestas. Con el tiempo he llegado a comprender mejor el valor de los experimentos con ensayos que rechazan o apoyan una hipótesis y que, en su caso, convierten una teoría en una fuerza incontestable. Soy un hombre viejo, conservador y terco, pero que ha escarmentado, pues he comprendido que la ciencia ha entrado en una nueva e importante era gracias a estos experimentos minuciosamente documentados.

– Profesor Huygens, me honra demasiado… -tartamudeó Newton.

– Oh, no, en absoluto. Hace tiempo que debería haberle ofrecido mi apoyo mediante una carta, aunque ya hace algunos años que le pedí al profesor Hooke que le transmitiera mis disculpas, porque entendí que él y yo teníamos las mismas objeciones y los mismos reparos; y la misma falta de pruebas que pudieran sostener nuestros argumentos.

Por el rabillo del ojo Newton vio cómo Hooke se alejaba cada vez más. Era evidente que había oído las declaraciones de Huygens y que no deseaba tener que dar la cara públicamente y defenderse por no haber transmitido la disculpa a Newton.

– Tengo entendido que hace unos años se incendió su estudio -dijo Huygens y asintió-. Verse de pronto desposeído de los resultados de una investigación y tener que volver a empezar desde el principio es la pesadilla más grande de cualquier científico.

Newton hizo una inclinación de agradecimiento sin añadir ningún comentario al respecto. Huygens recibió una pregunta de Hooke y ambos, junto con Robert Boyle, empezaron a discutir la teoría de la rotura de ondas luminosas y sonoras.

– Mi nombre es Nicolás Fatio de Duillier; es un gran honor conocerle, Mr. Newton, un gran honor. Newton se volvió hacia el joven y sonrió. -Es un placer conocerle, Mr. Fatio de Duillier.

– Por favor, llámeme Nicolás, si me lo permite -contestó el suizo e inclinó la cabeza humildemente-; espero tener ocasiónale presentarle una teoría.

– Eso podría organizarse -contestó Newton, complacido-. Tenemos un largo verano por delante.


Trinity College, Cambridge, Inglaterra 22 de octubre de 1689


Estimado Nicolás:

Me complace mucho que seas amigo de Mr. Ollivseus, y te doy las gracias cordialmente por haber sido tan amable de hacerme partícipe de sus consideraciones alquímicas. Sin duda, me han ayudado a avanzar en los experimentos que iniciamos la última vez que me visitaste. Confío en estar en Londres la semana que viene, y me gustaría hospedarme contigo. Traeré conmigo los libros que deseas consultar, también tus cartas.

En varias ocasiones, Mr. Boyle se ha ofrecido a comunicarse y a escribirse conmigo acerca de estas cuestiones, pero lo he rechazado debido a su modo de vida disperso y porque conversa con toda clase de gente. En mi opinión, también es demasiado abierto y está demasiado obsesionado con la fama. Hazme llegar un par de líneas o tres diciéndome si puedo hospedarme en la casa en la que te encuentras ahora, o si prefieres que busque otro lugar por un tiempo.

Hasta que, ojalá, nos volvamos a ver…


La pluma se detuvo. Newton se quedó mirando por la ventana largo rato. La lluvia caía copiosa y con fuerza, como si fuera un ensayo preliminar del castigo de un nuevo Dios. Entonces suspiró, firmó la carta y la selló con cera.

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