La lluvia cedió después de dos días de devastación incesante. Las presiones bajas avanzaron en dirección a Suecia dejando atrás un cielo alto y azul y un aire como de pan recién hecho, fragante y fresco. Las partículas de goma de los neumáticos gastados, los gases de los tubos de escape de miles de coches y el polvo de sal con el que el ayuntamiento trataba de quebrar la capa de hielo invernal: todo lo que, junto con la emisión de humos de las chimeneas de la ciudad, solía pender sobre la olla de Oslo como una niebla marrón, se lo había llevado el agua a través de las cloacas, filtrándolo hasta las aguas subterráneas para uso y disfrute, más adelante, de los órganos internos de animales y, ¿quién sabe?, tal vez también de seres humanos. El aroma a mantillo y a vegetación que germina se deslizaba sobre el asfalto, por el pavimento y a través de los barrios de la ciudad retrasando por unos instantes el momento en que la gente ponía sus coches en marcha. ¿Deberían ir a la tienda a pie, o tal vez en bicicleta? Sin embargo, aquella idea no duraba más que un instante, era estúpida, naturalmente, porque ¿quién dispone de tiempo para dedicarse esta clase de lujos?
Una burbuja roja se movía zumbando entre los coches y la gente; limpia y recién encerada brillaba entre los altos edificios del centro de la ciudad parpadeando a derecha e izquierda en dirección a Ullevál, hasta que las casas se tornaron más bajas y al rato encontró una pequeña calle lateral con casas de una sola planta, donde finalmente se detuvo delante de la casa adosada 13 E.
Una mujer pelirroja que se confundía con la pintura brillante del escarabajo Volkswagen salió del coche, inspiró el aire delicioso y miró a su alrededor antes de cerrar la puerta de golpe. Cuando ya subía por el sendero enlosado, se detuvo y escudriñó el buzón, leyó el nombre que buscaba, se dirigió a la puerta principal y pulsó el timbre. El sonido del timbre se pudo oír claramente a través de la puerta y la mujer no pudo evitar pensar en una serpiente sibilante. «Necesita una pila nueva», pensó. Nadie acudió a abrir la puerta, ni ningún sonido proveniente del interior de la casa le dio a entender que alguien hubiera oído a la serpiente. La mujer se acercó a una ventana, se inclinó hacia delante para hacer sombra con las manos y miró al interior. La cocina estaba vacía, pero había pilas de platos sucios por todos lados. Continuó hasta la ventana siguiente, echó un vistazo al interior de un salón que estaba hasta tal punto a oscuras que resultaba difícil ver otra cosa que no fuera el contorno de unos muebles que estaban colocados sin ton ni son a lo largo de las paredes. Le pareció ver algo que se movía al lado de una mesa y golpeó el cristal. No pasó nada. Volvió a golpear el cristal, esta vez con fuerza. Una cabeza asomó por encima de la mesa y miró a su alrededor, adormecida. La mujer sonrió, volvió a golpear la ventana, agitó la mano y se retiró hacia la puerta, donde esperó a que le abrieran. Luego se acercó al buzón, de donde extrajo un montón de correo comercial.
– Hola -dijo Kitty y se rió cuando Even abrió la puerta-. Soy el cartero. El cartero que siempre llama dos veces.
– Hola -murmuró Even, cogió el correo y empezó a caminar en dirección a la cocina. Kitty cerró la puerta y lo siguió.
– Sólo quería saber cómo estabas. He intentado llamar un par de veces, pero no cogías el teléfono. Y el móvil también lo tienes desconectado.
– Lo he apagado.
Even dejó el correo sobre la mesa de la cocina, agarró una taza de café y tomó un sorbo.
– ¡Ajjj! -Hizo una mueca y escupió el líquido-. Odio el café frío.
– ¿Por qué has desconectado el teléfono?
Even no contestó; llenó la cafetera de agua y sacó la bolsa con el café del armario.
– ¿Querrás tomar café? -preguntó por encima del hombro.
Kitty se quedó sentada un rato, luego se puso en pie y se fue hacia la puerta.
– No. Creo que me iré ya. Me parece que ha sido una mala idea venir aquí.
Even la agarró del brazo.
– Perdona, Kitty. Todavía no estoy completamente despierto, apenas he dormido los últimos días… y cuando me pasa eso, me vuelvo un poco idiota. -Se rascó el cuello y miró hacia la ventana-. Ehhh, ¿qué hora es?
– ¿Qué hora es? -Kitty giró la muñeca y miró su reloj-. Son las dos y media pasadas. Del mediodía, claro -añadió mirándole de reojo con cierta ironía.
– Sí, ya, creo que… -Even miró tímidamente hacia el reloj de la cocina-. Me refiero a… ¿qué día es?
– ¿Que qué día…? -Kitty lo miró sorprendida-. No me dirás que…-se calló y contempló el montón de cajas de pizza vacías que había sobre la mesa-. Es sábado.
– ¡¿Sábado?! Jesús! -Even se rascó la barbilla un buen rato y sonrió ladinamente-. Una vez un colega nos comparó, me refiero a los matemáticos, con los poetas y los artistas. En su opinión, todos estamos obsesionados con crear belleza, con buscar una especie de perfección y armonía, con encontrar las respuestas a los enigmas de la vida. No sabría decirte hasta qué punto estoy de acuerdo con él, sus palabras tal vez sean un poco demasiado solemnes, pero sí creo que al menos en un punto la comparación es correcta. Todos somos gente que se deja atrapar por lo que tenemos entre manos, permitimos que, por un tiempo, se apodere de nuestras vidas por completo, asumimos su propio ritmo y nos olvidamos del mundo que nos rodea.
– ¿Has estado trabajando? Creía que estabas de excedencia.
– Y así es. Sólo que… hace unos días tuve una idea y entonces… Bueno, pues eso, que el tiempo ha pasado sin que me haya dado cuenta.
– Y has estado viviendo de café y pizzas. No me extraña que parezcas un cadáver andante.
– Gracias, gracias -murmuró Even y se fue al salón. Apartó un par de montones de papeles y se sentó en el sofá-. Ven, siéntate aquí conmigo -dijo y dejó un par de libros en el suelo.
Kitty se dejó caer a su lado, levantó el trasero y sacó una revista.
– Monatshefte für Mathematik una Physik -leyó con acento alemán-. Qué interesante, resulta irresistible. -Lanzó la revista al suelo y se volvió hacia Even-. He venido para invitarte al cine. Bueno, primero para cenar en algún sitio y luego para ir al cine. ¿Qué me dices?
– Digo… -Even se quedó sentado mirando al vacío, se rascó la pierna y finalmente volvió la mirada hacia Kitty-. Te agradezco la oferta, pero estaba pensando si podríamos dejarlo para otro día. Tengo algo que… -Movió la mano hacia la mesa.
– ¿Algo que querrías acabar?
– Sí.
Kitty lo miró y pasó un par de dedos por sus mejillas sin afeitar.
– No eres bueno contigo mismo, Even. Estás empezando a preocuparme. -Alzó una mano para que Even no dijera nada-. No estoy diciendo que a mí me incumba, ni tampoco soy quién para decidir lo que debes o no hacer.
Even sonrió.
– Venga, ve al grano. Por lo que oigo, tienes una propuesta que hacerme.
– Pongamos que te dejo en paz hasta las seis, es un buen número. Eso significa que dispones de tres horas. Entonces yo vuelvo con la cena, una de esas cenas take-away. Tú dedicas la tarde a tus cosas, yo abro una botella de vino tinto, cenamos y bebemos, y luego nos vamos a la cama, hacemos el amor hasta que nos salgan morados y luego dormimos como niños pequeños hasta que amanezca. ¿Qué, dices que sí? Even miró de reojo hacia la mesa.
– Tres horas más. De acuerdo. Intentaré acabar en tres horas. Pero dudo que…
– Necesitas descansar. Con la pinta que tienes no creo que consigas llevar a cabo ningún trabajo excepcional. ¿Estás seguro que no acabas de volver de Londres después de una semana de marcha?
– A las seis, quedamos así -dijo Even y se puso en pie-. Tengo que ir al baño.
Even se acercó a la mesa de comedor, se puso de espaldas a ella y juntó unos papeles que luego dejó debajo de un par de libros y se fue.
Kitty se encogió de hombros, era obvio que se trataba de algo que no quería que ella viera. Muy bien. Se fue a la cocina y empezó a recoger. Cuando oyó que él volvía, asomó la cabeza por la puerta que daba al pasillo.
– ¿Hay algo que necesites? ¿Alguna pizza más? Puedo hacer las compras por ti, así podrías librarte de salir una semana más.
– Cinco pizzas -dijo Even, como si no hubiera detectado el tono de voz impertinente-. Del mismo tipo que las anteriores. Y un trozo de pan integral con un poco de queso amarillo.
– Pan integral y queso amarillo, Dios mío, ahora sí que nos hemos vuelto modernos.-Kitty miró unas de las cajas y asintió con la cabeza-. Perfecto, pues me voy.
– Sí, de acuerdo. Nos vemos -gritó Even desde el salón.
Kitty se quedó un rato sin moverse para ver si Even iba a despedirse educadamente. Al ver que no, giró sobre sus talones y se fue.
Even se había quedado de pie al lado de la mesa, y escuchó cómo la puerta se cerraba de golpe detrás de Kitty. Entonces se dejó caer en la silla y apoyó la cabeza en las manos. Cinco días, cinco días con sus noches había aguantado trabajando sin parar. Había comido, había ido al baño y había dormido lo imprescindible, de vez en cuando, cuando ya no conseguía mantener los ojos abiertos; por lo demás, había trabajado. ¿Y qué había descubierto? Abrió la mano, separó los dedos y miró la mesa de reojo; podía ver el borde de los papeles que estaban ocultos debajo de unos libros. Afuera, el escarabajo se puso en marcha, el gas chirrió colérico un par de veces (¿la habría ofendido?) hasta que entró la marcha y el coche empezó a rodar calle abajo, fundiéndose con los demás sonidos de la ciudad que pertenecen a un sábado por la tarde.
Even suspiró, movió los libros y dispuso los cuatro folios sobre la mesa. Los miró rabioso. Había llegado el momento de hacer balance.
Se acercó un bolígrafo y una hoja de papel en blanco y escribió:
Sé:
1) Que los cuatro folios son de finales del siglo XVII, probablemente de 1688-1689, y que el texto fue escrito por Isaac Newton. No cabe duda de que se trata de su caligrafía, si no es así, se trata de una falsificación increíblemente buena, y no son fotocopias.
2) Que los folios tienen entre diecisiete y dieciocho centímetros de alto y entre catorce y quince de ancho. Las variaciones son un rasgo de la época, los cortadores de papel de entonces no eran tan precisos como los de hoy. El papel tiene una superficie más basta y rugosa que el papel actual.
3) Que tres de los folios forman una secuencia ordenada mientras que el cuarto podría encajar tanto delante como detrás de éstos. Es así porque el texto de la página empieza y acaba con códigos (que todavía no he descifrado) y que, por lo tanto, puede añadirse tanto al principio como al final de la secuencia; los otros folios también tienen códigos (que todavía no he descifrado).
4) Que el texto es una fórmula alquímica de la que he descifrado algunos pedazos, aunque no los suficientes como para adivinar lo que significa en su totalidad (al fin y al cabo, la alquimia no es mi campo). Pero se trata indiscutiblemente de una fórmula que parece haber tenido una gran importancia para Newton; sólo así se justifica tanto texto cifrado.
5) Que en dos sitios se ha añadido un texto escrito con otra caligrafía. En uno de los sitios, la frase dice así:
'actuated' _®
'philosophicaF _V common ©
Regulus
Es decir, algo de actualizar/iniciar mercurio desde un lado y hacer algo con oro corriente desde el otro, y desde el tercer lado, añadir este Regulus con hierro, que no sé exactamente qué es. Eso daría, todo junto, mercurio filosófico, que es el objetivo final del pensamiento alquímico.
El otro es un añadido en el margen: fyt s mother V vivifs _
No sé lo que quiere decir.
Even se echó hacia atrás, jadeó y volvió a leer los cinco puntos. Había algo que no encajaba. Se fue al baño y se echó agua fría en la cara antes de volver al escritorio. Volvió a leerlo todo lentamente. El punto tres. Aquí había algo que había pasado por alto. Leyó la frase en voz alta. De pronto se incorporó y gimió.
– ¡Maldita sea, Kitty tenía razón! Me parece que ha llegado el momento de hacer una pausa.
Cogió el bolígrafo y añadió un punto más debajo de los demás:
6) Partiendo del punto 3) se puede deducir que falta un principio y un final del texto/fórmula. Dicho de otra manera: ¡¡¡al menos han desaparecido dos folios!!!
Se quedó un rato mirando los papeles sin ver nada, entonces añadió, un poco más abajo:
¿Fue por culpa de esto que Mai murió?