París
La bibliotecaria de la sección C de la Bibliothèque Nationale de France, Sciences et techniques, advirtió que la mujer sostenía un bolso negro, muy parecido a uno que ella tenía, debajo del brazo. La mujer preguntó por un libro.
– ¿Philosophia Naturalis Principia Mathematica?
– Sí, una versión en latín, gracias.
La bibliotecaria tecleó el título y el autor en el ordenador y miró a la mujer con curiosidad mientras le explicaba dónde podía encontrar el libro que buscaba. La mujer le dio las gracias con una inclinación de cabeza, atravesó la sala a largos pasos, subió las escaleras y desapareció por la izquierda, entre las estanterías. La bibliotecaria se echó ligeramente a la derecha para seguir a la mujer con la mirada. Había algo inquietante, algo cautivador en ella, como si fuera la protagonista de una novela que no se puede dejar. La mujer ya había encontrado la sección que le había indicado, sacó un libro de la estantería, volvió a meterlo en su sitio y, finalmente, sacó uno nuevo que se llevó hasta una de las mesas de estudio más cercanas. Encendió una lámpara. Se sentó de espaldas al mostrador e inclinó la cabeza sobre el libro. Parecía estar intensamente absorta en la lectura.
Un usuario se acercó a la bibliotecaria y le hizo una pregunta y ésta, de muy mala gana, se vio obligada a separar la mirada de la mujer.
Por eso no vio a la mujer cuando ésta puso un papel sobre el libro que acababa de sacar de la estantería. Tampoco advirtió que la mujer volvía a verificar el texto del papel, algo que ya había hecho al menos cinco veces durante la mañana (UNUFNJPERLQRISPNJISFRTRAMSIBRKM-NIBNKNS), ni vio a la mujer doblar el papel, abrir el bolso, introducirlo en un sobre grande de color marrón que ya contenía otras cosas, y cerrar el sobre con un clip de metal. Ni tampoco se dio cuenta de que la mujer sacó unos folios amarillentos de otro sobre y separó dos de los seis folios; ni la oyó pensar: «Si yo pierdo, él también perderá». Pero lo que sí vio fue a la mujer bajar las escaleras, cinco minutos más tarde, atravesar el control de seguridad con el bolso por encima del hombro y perderse por el pasillo. La bibliotecaria se había quedado, en cierto modo, desconcertada, y llegó incluso a sentirse estafada, como cuando uno está leyendo una novela interesante y de pronto descubre que alguien ha arrancado las últimas páginas del libro.