Capítulo 63

Ginebra

Un duro viento del norte barrió la superficie del lago de Ginebra y alcanzó la ciudad haciendo que los diez grados bajo cero que ya estaban en el aire de noviembre parecieran veinte. El sol pendía bajo en el oeste y no tardaría en esconderse detrás de las cimas de las montañas cubiertas de nieve. Las vistas sobre el lago y las montañas eran extraordinariamente bellas, y Mai-Brit consideró la posibilidad de viajar con Finn-Erik y los niños este mismo verano. Dar una vuelta en el barco de vapor, sentarse en la cubierta de cara al sol estival con una copa de vino tinto, mientras los niños correteaban por ahí, pasándoselo bien y divirtiéndose… Mai-Brit dio la espalda al viento y se frotó la nariz con el guante de piel. Antes tendría que llegar la primavera, y después el verano.

El coche de alquiler no se había puesto en marcha aquella mañana y Mai-Brit había tomado el autobús hacia el centro en dirección al museo de la ciudad, donde tenía una cita con un curador.

Ahora eran casi las cinco, se había tomado la tarde libre y descubrió que todavía faltaba media hora para que pasara el siguiente autobús. Consideró tomar un taxi hasta la pensión, pero vio un café que la tentaba más. Cuando le hubieron servido el capuchino, Mai-Brit sacó el diario y la pluma del bolso. Miró desanimada por la ventana donde el viento se mezclaba con pequeños copos de nieve. Desenroscó el capuchón de la pluma y escribió:


18 de noviembre, café, Ginebra


No he encontrado nada remarcable. Ahora sé que Jean-Christophe también fue astrónomo, pero no tuvo ninguna relación con Newton. A diferencia de su hermano, vivió en su ciudad natal, Ginebra, casi toda su vida, aunque viajó bastante. Estuvo en Londres, donde de hecho se hizo de la Fellow of Royal Society en 1706, aunque no es conocido por ninguna proeza científica en especial, al menos por lo que he podido averiguar (¡¡¡1706 fue el año en que Newton fue el presidente de la Royal Society!!! ¿Podría el nombramiento ser una muestra de agradecimiento por alguna ayuda en especial?). Jean-C. también estuvo en París y Roma, aunque, como ya hemos dicho, siempre volvía a Ginebra.

He estado en la biblioteca, en el museo de la ciudad, en otros museos, y también en una sección del archivo nacional. He encontrado muy poca información acerca de la familia Fatio de Duillier, y lo poco que hay trata, sobre todo, del hermano Nicolás. Al fin y al cabo, Nicolás Fatio de Duillier vivió los últimos años de su vida en Londres y es conocido no sólo por su amistad con Newton, sino por haber inventado una corona de diamantes y por su injerencia en la disputa entre Newton y Leibniz sobre el descubrimiento del cálculo diferencial (¿así es como se dice, Even?).

Sin embargo, sobre el resto de la familia, apenas nada. Resulta frustrante y no sé cómo voy a seguir adelante.


Mai-Brit levantó la taza, paseó la vista distraída por el café donde cada vez más clientes buscaban refugio entre el café caliente y un trozo de tarta contra el frío de la calle. Mientras dejaba tranquilamente que el capuchino llenara su boca y notaba cómo el calor aguijoneaba sus mejillas, se fijó en un hombre que la miraba por encima de una revista. Estaba sentado en el extremo más lejano, cerca de la puerta del baño. Era un hombre algo regordete, unos años más joven que ella y con una barba oscura que en la distancia parecía desgreñada y desaliñada. El hombre seguía mirándola fijamente y Mai-Brit apartó la vista. Había algo familiar en aquella cara.

«Algunos encuentros entre personas pueden ser tan trascendentales como el encuentro entre la vida y la muerte.» Hacía poco que había leído la frase en algún lugar, y tuvo la desagradable sensación de que se encontraba a las puertas uno de esos encuentros. Dejó la taza sobre la mesa y se apresuró a reunir sus cosas. Por el rabillo del ojo vio al hombre levantarse, agarrar el abrigo y ponerse en pie. El hombre se fue hacia la puerta dibujando un arco antes de girar a la izquierda y dirigirse directamente hacia su mesa. Mai-Brit se echó el bolso al hombro y se puso tan alta y severa como pudo.

– Disculpe -dijo el hombre en inglés, aunque el acento delataba su ascendencia francesa. Mai-Brit hizo como si el hombre le hablara a otra persona y quiso pasar de largo. Él le cerró el paso-. ¿No nos hemos visto antes? Mi nombre es Simon LaTour.

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