– ¿De dónde has sacado esto? -preguntó Darby.
– ¿Es tu hombre?
– Es él, sin ninguna duda. ¿Quién es? ¿Lo sabes?
– Se llama Malcolm Fletcher. ¿Te suena por casualidad ese nombre?
– No. ¿Debería?
– Fletcher es un antiguo especialista en perfiles de los tiempos en que la Unidad de Apoyo a la Investigación se llamaba Ciencias del Comportamiento -explicó Bryson-. También ocupa el cuarto lugar en la lista de los más buscados del FBI.
– ¿Qué hizo?
– Según lo que he leído en internet, Fletcher agredió a tres agentes federales en el año ochenta y cuatro. A uno lo declararon clínicamente muerto, mientras que los otros dos desaparecieron. No se encontraron sus cuerpos. Lo más interesante es que los federales no incluyeron a Fletcher en su lista de los más buscados hasta el año dos mil tres.
– ¿Y qué razón hay para que dejaran pasar tanto tiempo?
– Buena pregunta. Mi teoría es que los federales querían resolver el asunto de forma interna.
«Qué raro», se dijo Darby con sarcasmo.
– ¿Y cómo lo encontraste?
– Mi primer destino cuando salí de la academia consistió en trabajar como policía de barrio en Saugus. Tuvimos un caso, en el ochenta y dos, en el que aparecieron los cuerpos de dos mujeres estranguladas en la Ruta Uno. El detective encargado del caso, un tal Larry Foley, llamó a la Unidad de Ciencias del Comportamiento y éstos enviaron a un especialista en perfiles a estudiar los casos. Yo nunca llegué a conocer a Fletcher personalmente, pero su nombre estaba siempre en boca de todo el mundo; se pasaban el día haciendo comentarios sobre esos ojos suyos tan extraños, negros. Iba de camino a comisaría cuando me acordé de su nombre y, gracias al poder de Google, ahí apareció, en la lista de los más buscados.
– ¿Qué le pasa en los ojos? ¿Se trata de alguna enfermedad hereditaria?
– No tengo ni idea. Como te he dicho, no llegué a conocerlo en persona. Tengo un amigo federal en la oficina de Boston; lo llamaré y veré qué puedo averiguar. A lo mejor puede darnos alguna pista sobre qué cojones está haciendo Fletcher por aquí.
– ¿Confías en esa persona?
– ¿Te preocupa que los federales puedan inmiscuirse en la investigación?
– Algo así se me había pasado por la cabeza, sí.
– A mí también. Hablemos con la inspectora y veamos cómo quiere llevar el asunto.
– Me gustaría revisar los casos de Saugus que has mencionado.
– Espera, tengo otra llamada.
Coop entró en su estudio luciendo una camiseta donde se leía: «Me gustan las tetitas».
– ¿Cuántos años dices que tienes? -preguntó Darby.
– Me la regaló mi madre para mi cumpleaños. -Coop se pasó la mano por el pelo húmedo y examinó las fotos de la pared-. Me alegro de ver que no te traes el trabajo a casa.
Bryson se puso al teléfono de nuevo.
– Era Jonathan Hale. Quiere hablar de lo que ocurrió anoche.
– ¿Y tú qué le has dicho?
– Le he dicho que tú y yo nos reuniríamos y discutiríamos el asunto con él en su casa a las dos. Vive en Weston. Ahora mismo estoy en comisaría. ¿Quieres que pase a recogerte?
Darby le dio a Bryson su dirección y luego colgó y puso al corriente a Coop sobre Malcolm Fletcher.
Coop se sentó en el sillón de cuero junto a la ventana y entrecerró los ojos para protegerse de la luz del sol.
– Creo que sería mejor que me quedase aquí contigo unos días -dijo. Darby se sintió aliviada. No quería que se fuera, todavía no-. Pasaré por mi casa y recogeré algunas cosas -añadió.
– ¿Vas a ponerte más camisetas ridículas como ésa?
– Es eso o dormir en pelota picada.
Por un fugaz momento, Darby visualizó la imagen de Coop deslizándose en el interior de sus vaqueros y se ruborizó.
– Por favor -dijo él-. No discutas.
– Puedes llevarte mi coche. -Darby abrió el cajón de su escritorio y sacó la copia de las llaves del coche y la casa. Se las tiró y se levantó-. No pienso cocinar para ti.
– ¿Y masajes en la espalda?
– Sigue soñando.
– Ningún problema -repuso Coop.