Nombraron a Darby encargada de la investigación en la escena del crimen. Los restantes miembros del laboratorio fueron llamados al club nocturno. Tardaron un tiempo considerable en encontrar suficientes máscaras antigás.
A las seis de la mañana, muy cansada y con los ojos vidriosos, Darby entró en el laboratorio y empezó a catalogar las pruebas. Neil Joseph la llamó y le pidió que fuese al depósito de cadáveres.
La puerta de su despacho estaba abierta, y la luz encendida se derramaba sobre el pasillo. Darby oyó la voz de un locutor.
– … Aún se desconocen los detalles. El detective Timothy Bryson era el máximo responsable de la recién creada Unidad Especial de Científicos Forenses del Departamento de Policía de Boston, que investigaba los crímenes de Emma Hale y Judith Chen. Ambas mujeres fueron secuestradas y permanecieron desaparecidas varias semanas antes de que se hallaran sus cuerpos. Las dos murieron de una forma que recuerda a las ejecuciones: con un tiro en la nuca. Mientras la policía guarda un inusitado silencio en torno al asesinato de estas dos estudiantes universitarias, el Canal Siete ha descubierto a través de una fuente cercana a la investigación que Hannah Givens, estudiante de segundo curso de la Universidad Northeastern, lleva varios días desaparecida y podría ser la próxima víctima de este asesino en serie de Boston. Está previsto que la inspectora jefe del Departamento de Policía de Boston, Christina Chadzynski, ofrezca una rueda de prensa en algún momento de la tarde. Permanezcan atentos si desean más información.
Darby entró en su despacho y vio a Coop y a Woodbury sentados en sendas sillas, atentos a un boletín de noticias en directo a través de internet.
– ¿Han mencionado a Malcolm Fletcher? -quiso saber Darby.
Coop respondió a la pregunta.
– Yo no he oído su nombre, y tampoco he tenido ocasión de hojear los periódicos. Acabamos de volver del Sinclair.
– ¿Han dicho algo en las noticias acerca de los restos encontrados?
Coop negó con la cabeza. Tenía los ojos hinchados e inyectados en sangre.
– Los restos están en la oficina de Carter -la informó-, Keith y yo vamos a empezar por la cinta aislante y la ropa.
– Muy bien, de acuerdo.
– El reproductor Sony que encontraste es un modelo nuevo, uno de esos artilugios que lo combinan todo: radio, casete y reproductor de CD. Hasta lleva una toma para conectar un reproductor de mp3. ¿No has notado nada raro?
– Era lo único en esa habitación que no estaba cubierto de polvo.
– Exacto -dijo Coop-. O sea que, o bien Malcolm Fletcher lo llevó allí, o bien lo hizo el asesino.
– ¿Que el asesino llevó allí el reproductor?
– Encontramos la caja con las figuras de la Virgen María, y la estatua en el interior de la capilla estaba limpia. Sabemos que ese tipo acude ahí, así que mientras está ahí dentro… no sé, hablando con la Virgen María o lo que sea, a lo mejor entra en la otra habitación y escucha la cinta para poder revivir lo que le hizo a Sanders. Eso es lo que hacen los pervertidos, ¿no?
– A veces -contestó Darby.
– Pero tú no crees que sea el caso.
– Ya viste los restos. Tenía los pantalones bajados. Es muy probable que esa mujer, quienquiera que sea, fuese violada, puede que hasta torturada. -Darby recordó algunos fragmentos de la grabación… el hombre gruñendo y resoplando mientras la mujer gritaba de dolor, aterrorizada, y le suplicaba que parase-. Si se trata del mismo asesino, no entiendo cómo ha pasado de violar a raptar mujeres, mantenerlas secuestradas durante semanas para luego, después de pegarles un tiro, arrojar sus cuerpos al agua con una figura de la Virgen María cosida en sus bolsillos.
– Hale y Chen estuvieron retenidas en algún sitio durante varias semanas. No sabemos qué les hizo ese tipo.
– Tienes razón, no lo sabemos -convino Darby-. Pero si el asesino no llevó allí el casete, eso sólo nos deja a otra persona: Malcolm Fletcher. No me preguntes por qué, no tengo ni idea.
– La cinta es vieja. El sello de fabricación del plástico es de PLC. Se me ha olvidado lo que significa, pero recuerdo haber comprado esas cintas en las tiendas de discos en los ochenta. Eran las más baratas del mercado. Estoy casi seguro de que ya no las fabrican, pero lo investigaremos.
»En cuanto al análisis de la cinta, lo de tratar de aislar o mejorar determinados sonidos, o eliminar el ruido de fondo, no disponemos de esa clase de equipo, así que podemos enviárselo a una empresa privada o llamar al FBI -sugirió Coop-. Los federales seguramente se lo pasarán a uno de los magos de sonido de los servicios secretos.
– Yo propondría recurrir a la Aerospace Corporation de Los Ángeles -intervino Woodbury-. Son los que trabajaron con la llamada de la madre al 911 en el caso de Jon Benet Ramsey. Aerospace tuvo más suerte que los servicios secretos.
– Llámalos -dijo Darby-. ¿Puedes hacerme una copia de la cinta?
– Seguramente puedo hacer un archivo mp3 y copiarlo en un CD.
– Eso servirá. ¿Qué pasa con la muestra de maquillaje no identificada?
– Sigo trabajando en ello con mi amigo del MIT -informó Woodbury-. Había pensado en pasarme hoy por allí, pero teniendo en cuenta lo sucedido, no vamos a disponer de mucho tiempo ni recursos.
– Cosa que probablemente es lo que quiere Fletcher -señaló Coop-. Nos está enterrando en montañas de pruebas. Es probable que tardemos lo que queda de semana, y eso haciendo horas extra, en procesar lo que encontramos dentro del hospital.
– Quiero que nos centremos en Hannah Givens -indicó Darby-. Es nuestra máxima prioridad. Neil Joseph está trabajando en el caso de Bryson. Ahora Fletcher es responsabilidad suya.
– Keith y yo hemos extraído una huella parcial latente del bolsillo del pantalón de Chen -dijo Coop-. La hemos introducido en el sistema del AFIS.
– ¿Qué hay de la huella del pulgar en su frente?
– No hay coincidencias. Hemos recibido el informe de balística. La bala extraída del cráneo de Chen fue disparada con la misma arma que mató a Hale. ¿Y tú? ¿Qué es lo que has averiguado?
Darby les habló de la planta del sótano del Instant Karma, unos exclusivos baños termales sólo para miembros del club con un alto poder adquisitivo donde cualquier apetito sexual podía complacerse. El hombre que dirigía el establecimiento, Noah Eckart, prefería el término «club de caballeros privado». La cuota anual era de cinco mil dólares. Malcolm Fletcher se había inscrito en el club hacía dos días, pagando en metálico, bajo el nombre de Samuel Dingle. En la documentación figuraba una dirección en Saugus. Darby se preguntó si, durante esa primera visita al club, Fletcher habría infiltrado ya el arma «no letal» que había descrito Watts. ¿Tenía Fletcher planeado conducir a Bryson a una muerte segura desde el principio?
El club privado carecía de cámaras de seguridad. Los miembros enseñaban su identificación y firmaban en una hoja. El nombre de Sam Dingle aparecía en la lista.
Fletcher había solicitado específicamente la habitación número 33, que estaba convenientemente situada justo al lado del ascensor.
Su compañera era una mujer joven de melena larga y pelirroja que todavía no había sido identificada.
Eckhart había acompañado a Bryson y a Watts hasta la habitación y luego, al oír los disparos, había echado a correr y había llamado a Seguridad en lugar de alertar a la policía. «Quería solucionar el asunto en privado, estoy seguro de que lo entenderá», le había dicho a Neil Joseph. Un humo espeso de color gris había empezado a inundar las habitaciones y Eckhart, creyendo que se trataba de un incendio, no tuvo más remedio que activar la alarma.
Resultaba difícil encontrar testigos dispuestos a declarar. Neil localizó a dos hombres quienes, tras mucha insistencia, declararon haber visto a un individuo cuya descripción coincidía con la de Bryson al que arrastraban hacia el ascensor privado justo antes de que una granada de humo y un aerosol provisto de un compuesto químico capaz de inducir el vómito inundase los pasillos.
– Las fuerzas especiales emplean aerosoles y granadas de humo en las operaciones en que hay rehenes -explicó Darby-. Ambos tipos de granadas poseen un número de serie. Las empresas que las fabricaron pueden usar los números de serie para averiguar qué cuerpo policial las compró.
Darby estaba segura de que Malcolm Fletcher había adquirido las granadas en el mercado negro o en alguna exhibición de armas de cualquier estado donde la legislación sobre la compra de armas era más laxa y podía comprarse cualquier cosa con dinero.
Las bolitas azules que cubrían el suelo del cuarto de baño procedían de tres casquillos que también tenían número de serie. A Neil Joseph le correspondía la ingrata tarea de dedicar una cantidad considerable de personal a seguir aquellas pistas que, seguramente, no conducirían a ninguna parte.
– ¿Crees que Fletcher aún sigue merodeando por Boston? -preguntó Coop.
– Si sigue aquí, no será por mucho tiempo. Acaba de matar a un policía; ahora mismo lo busca todo el estado. -Darby consultó su reloj-. Tengo que ir al depósito.
Mientras esperaba el ascensor, Darby se preguntó por qué había decidido Fletcher convertir la muerte de Bryson en un espectáculo público. Al hacerlo, se aseguraba una intensa cobertura informativa en los medios. A lo mejor quería que los pecados de Bryson tuviesen eco en todo el territorio nacional. Seguramente Chadzynski ya estaba reunida con su asesor de imagen, tratando de encontrar la mejor manera posible de enfocar el control de daños.
Darby no podía culparla. Si lo que Tina Sanders decía era verdad, si Tim Bryson había hecho desaparecer una prueba incriminatoria crucial a cambio de dinero, ¿qué otros casos habría amañado? ¿Habría colocado, destruido o eliminado pruebas en el caso de Emma Hale?