Los detectives de Boston trabajaban en la quinta planta, en una zona llamada «la jaula»: varios pares de mesas dispuestas unas frente a otras en un espacio alargado, parecido a la sala de un gimnasio, iluminado por la horrenda luz de un fluorescente que se reflejaba en las pantallas de los ordenadores. Los teléfonos sonaban día y noche.
A pesar de que el cargo más alto del departamento lo ocupaba una mujer y de que la tropa de agentes de la policía de proximidad estaba compuesta por mujeres de todas las formas, tamaños, edades y colores, la jaula de los detectives seguía siendo territorio única y exclusivamente masculino. Daba igual la hora del día a la que Darby apareciese por allí, daba lo mismo la estación del año; para ella, la jaula siempre olía a vestuario de hombres: sudor y testosterona enmascarados por un exceso de loción para después del afeitado y colonia.
Eran las cinco de la tarde del lunes. Los detectives que rellenaban el papeleo, golpeaban las teclas de sus teclados y hablaban por teléfono la observaban mientras avanzaba por el pasillo.
Tim Bryson ocupaba la esquina más próxima a uno de los codiciados lugares con ventana, y tenía los codos sobre la mesa y la barbilla apoyada en las manos entrelazadas mientras leía un informe del NCIC sobre Jennifer Sanders.
– ¿Cómo te ha ido con la fotografía?
– Las huellas de Tina Sanders están por todas partes -respondió Darby-. He enviado a Coop a analizar el buzón, pero no me hago ilusiones.
– Ven, echa un vistazo. -Bryson se apartó de la mesa y se levantó-. Voy a buscar un café. ¿Quieres uno?
– Ahora no, gracias.
Darby sintió la calidez del asiento que él había ocupado. En el rincón de su mesa había una foto enmarcada de una niña con el pelo rubio y largo, y una sonrisa de dientes mellados. Su hija no parecía tener más de diez años.
La primera parte del informe del NCIC coincidía prácticamente punto por punto con todo lo que les había dicho Tina Sanders. Darby leyó el texto en diagonal y se detuvo cuando encontró las notas de la investigación.
Durante los seis primeros meses, los agentes habían centrado la investigación en los pacientes de la joven, pues cabía la posibilidad de que alguno de los antiguos la hubiese secuestrado. Jennifer Sanders era una mujer atractiva.
Hacia el final del año, sin testigos, pruebas ni pistas, los detectives decidieron seguir el enfoque de un posible asesinato por encargo, basando la teoría en la posibilidad de que Witherspoon, que querría romper el compromiso pero se veía atrapado por el asunto del embarazo, hubiese contratado a alguien para que matara a su prometida. Witherspoon era un bicho raro, o eso les parecía a ellos, un personaje frío y cauto. Este se sometió en varias ocasiones al polígrafo y superó la prueba todas las veces. Los detectives siguieron investigando su teoría e interrogaron a los sicarios más conocidos.
Dos años más tarde, el caso se enfrió, aunque seguía apareciendo como abierto.
Bryson se sentó en el borde de su mesa.
– ¿Y tú, has descubierto algo?
– No. He llamado al laboratorio del estado. La única prueba que tenían era el coche de Jennifer Sanders. A juzgar por lo que me dijeron por teléfono, lo repasaron a fondo, aspiraron las alfombrillas y todo eso. Encontraron algunas fibras interesantes, pero no conducían a ninguna parte. Dijeron que mandarían copias de lo que tienen.
– Genial. Más informes de mierda para leer. Ese cabrón nos va a enterrar en una montaña de papeles. -Bryson se levantó y cogió una silla vacía-. He hablado con el Departamento de Policía de Danvers -añadió mientras se desplazaba con la silla-: el caso Sanders no ha sido transferido a su sistema informático; se encuentra en alguna parte del archivo. Si tenemos suerte, nos mandarán una copia a finales de esta semana.
– ¿Cómo te ha ido la entrevista con la madre?
– Lo del embarazo me da mala espina.
– No todos los embarazos son planeados.
– Hablo del hecho de que no se lo contara a su madre. Podría ser que le diera vergüenza, ya sabes, el complejo de culpa católico por tener un hijo fuera del sagrado vínculo del matrimonio.
– El sagrado vínculo del matrimonio -repitió Darby-. ¿Se puede saber de dónde has sacado esa expresión, Tim? ¿Del Diccionario para viejos carcamales?
Bryson tiró su vaso de café a la papelera.
– Watts ha ido a Brighton a interrogar a las dos compañeras de piso de Hannah Givens. La mochila de Givens está en su habitación. Watts se ha acercado a la Northeastern y ha conseguido una copia de sus horarios. Hannah no apareció en su clase de Shakespeare ni en la de Historia. Nadie la ha visto ni sabe nada de ella.
– ¿Y los padres?
– Watts ha hablado con la madre esta tarde. Estaba preocupada. Hannah la llama para hablar con ella todos los domingos. La madre dice que Hannah no falla nunca. Watt va a ir a hablar con el jefe de Hannah y va a repartir la foto que le dieron las compañeras de piso entre la gente que trabaja por la zona. La imagen también saldrá en todos los boletines de noticias, y mañana la publicarán los periódicos.
¿Permanecería Hannah Givens secuestrada en el mismo lugar que Hale y Chen? Un escalofrío de miedo recorrió el cuerpo de Darby, imponiéndose al cansancio que sentía.
– Chadzynski va a dar una rueda de prensa mañana por la mañana para informar de lo ocurrido con Hale, Chen y Givens -continuó diciendo Bryson-. Está sopesando si dar o no el nombre de Fletcher. Personalmente, a mí me parece una buena idea, porque eso le obligaría a regresar a su escondrijo. Ese capullo nos está haciendo bailar al son que él toca y, la verdad, ya me estoy hartando.
– No me extraña. A mí me pasa igual.
Bryson no había terminado.
– Nos manda al Sinclair y malgastamos un día y medio registrando pasillos y habitaciones vacías, ¿para qué? ¿Sólo por la foto de una mujer desaparecida que dejó pegada a una pared?
– Ahora sabemos quién es ella.
– Sí, claro, y precisamente, lo sabemos sólo gracias a que ese hijo de perra nos envió a la madre aquí. ¿Y qué es lo que hacemos? Dejamos inmediatamente lo que estábamos haciendo y ya llevamos medio día malgastado buscando a una mujer que lleva veintiséis años desaparecida. Que sepamos, Fletcher trabajó como asesor en este caso hace años y ahora nos lo está restregando por las narices.
– No te sigo.
– Todo esto no es más que una pantomima. Ese tipo nos toma el pelo.
– No hago más que pensar en la figurilla. Es la misma…
– Darby, ya sé lo de esa maldita figura. -Bryson estaba lívido de ira-. Estaba allí contigo, ¿recuerdas? La vi con mis propios ojos.
Darby no respondió.
Bryson movió la mano a modo de disculpa.
– No era mi intención desahogar en ti mi frustración -dijo-. No paro ni un momento, y apenas duermo cuatro horas.
– Si te sirve de consuelo, yo estoy igual. Fletcher utilizando la figurilla como zanahoria, meneándola delante de nosotros, y cada vez que llama o hace algo, dejamos lo que estamos haciendo y corremos detrás de él.
– A lo mejor eso es lo que quiere.
– Tenemos que averiguar qué está haciendo.
– Es una pérdida de tiempo.
– No tenemos muchas más opciones, Tim. Malcolm Fletcher está aquí y sabe algo. No va a desaparecer así como así.
– Hablemos de tu vigilancia -dijo Bryson.