Darby tenía la SIG guardada en la funda sobaquera; era imposible que pudiera alcanzarla.
– Agente especial Fletcher -saludó Darby mientras agarraba con fuerza el botón del pánico entre los dedos-. Creía que se había ido de la ciudad.
– Te echaba tanto de menos que he decidido volver. -Fletcher estaba tras ella-. Por favor, coloca las manos a la espalda.
Darby apretó el botón y notó cómo se rompía el precinto.
– ¿Puedo incorporarme?
– Si quieres… -accedió Fletcher-. Pero no hagas movimientos bruscos.
Darby extrajo lentamente la mano del bolsillo. Inclinó el cuerpo hacia delante, apoyó ambas manos en la parte baja de la espalda de Walter, escondió el botón del pánico en el bolsillo trasero de éste y se levantó. Las púas metálicas del láser no se apartaron de su cuello.
– Buen trabajo al eliminar la historia clínica del sistema informático del Shriners -comentó al tiempo que colocaba las manos a la espalda-. ¿Le pagó Jonathan Hale unos honorarios extra por hacer eso?
Malcolm Fletcher le rodeó las muñecas con unas esposas de plástico y le hizo señas para que se dirigiera al pasillo.
– Después de ti -dijo.
– Me gustaría quedarme aquí con Hannah.
– La señorita Givens irá contigo al salón enseguida. -Agarró a Darby por el antebrazo con delicadeza y le habló en un susurro-: No tengas miedo. No voy a hacerte daño.
Darby no tenía miedo. Por alguna razón, le creía.
Malcolm Fletcher, el asesino de Tim Bryson y de dos agentes federales, la acompañó a una sala de estar con una moqueta gris muy gastada. En la pared de encima de la chimenea colgaba un cuadro al óleo de la Virgen María.
– Hábleme de Sam Dingle -pidió Darby.
Fletcher la llevó hasta un mueble con un televisor, la hizo volverse y le pidió que se sentara en el suelo.
– ¿Mató Dingle a Jennifer Sanders? -inquirió Darby.
– Tendrás que preguntárselo tú cuando lo encuentres.
– Me prometió que me diría la verdad.
– Siéntate en el suelo -le ordenó Fletcher-. No te lo pediré otra vez.
– No podemos hacer esperar al señor Hale, ¿verdad que no? -Darby se sentó.
– Sammy violó y estranguló a Jennifer Sanders -dijo Fletcher, añadiendo otro nuevo par de esposas de plástico a las que Darby llevaba alrededor de la muñeca-. También estranguló a las dos mujeres de Saugus.
– La voz de la cinta, ¿es la de Jennifer?
– Sí.
– ¿De dónde la sacó?
Fletcher ató el otro par de esposas a las patas del mueble.
– Encontré ese casete y muchos otros en casa de Sammy.
– ¿Lo mató usted?
– No.
– Entonces, ¿qué le hizo? ¿Dónde está?
Malcolm Fletcher se fue de la habitación sin contestar a su pregunta.
Darby estaba sentada en el suelo con las manos a la espalda y las muñecas esposadas a las patas del mueble del televisor. Fletcher hablaba con Hannah. Lo hacía en voz demasiado baja para que Darby pudiera oír lo que le decía.
Encima de la repisa de la chimenea había un reloj pequeño. Darby consultó la hora, con la esperanza de que Bill Jordan o algún hombre de su equipo hubiese advertido que había activado el botón del pánico. Para cubrir la distancia en coche desde Danvers hasta Rowley se necesitaba una hora. Jordan no esperaría: llamaría a la policía local. ¿Lo habría hecho ya? ¿Cuánto tardaría en llegar la policía de Rowley? Tenía que intentar entretener a Fletcher.
Diez minutos más tarde, éste volvió al salón con Hannah Givens en brazos. La muchacha seguía aún con los ojos vendados y esposada. La dejó con delicadeza encima del sofá y luego cogió una vieja manta de una silla y la arropó con ella. Se dirigió a Darby.
– No estaréis aquí mucho rato. Llamaré al 911 desde la carretera.
– ¿Por qué no mata a Walter aquí mismo? -quiso saber Darby-. A eso es a lo que ha venido, ¿no es cierto?
– ¿Por qué no lo has matado tú? ¿No es lo que querías?
– Usted no tiene derecho…
– Te he estado observando en el cuarto de baño. Tú querías que Walter sufriera, Darby. ¿Tenías la esperanza de dejarlo parapléjico? ¿O querías matarlo porque, en el fondo de tu alma, sabes que el suyo es un caso perdido?
Fletcher se apoyó en una rodilla, sus inquietantes ojos negros suspendidos frente a la cara de Darby. Tras ellos, un pozo infinito de oscuridad.
– Como pronto descubrirás, ese apetito es difícil de dominar.
– ¿Habla por experiencia propia?
– Tendremos que hablar de ese tema en otra ocasión. -Los ojos de Fletcher la repasaron de arriba abajo-. Tal vez algún día podamos charlar más detenidamente de eso. En privado.
– Hablemos ahora.
Fletcher se levantó.
– Cuando recuerdes ese momento de antes, en el cuarto de baño, desearás haber apretado el gatillo.
– ¿Adónde se lleva a Walter?
– Voy a darle lo que realmente quiere -respondió Fletcher, y arrojó las llaves de las esposas sobre la mesa-. Voy a entregárselo a su madre.
– Le encontraré.
– Otros antes que tú lo han intentado, compañera. Adiós, Darby.