Capítulo 36

El lunes por la mañana, mientras se dirigía en coche al trabajo, Darby recibió una llamada de Tim Bryson. La inspectora quería reunirse con ellos a las nueve.

– También tengo una copia de los expedientes de los casos de Saugus en los que trabajó Fletcher, allá por la década de los ochenta -explicó Bryson-. ¿Por qué no quedamos temprano? Así tendrás ocasión de echarles un vistazo.

Darby encontró a Bryson sentado en la sala de espera del despacho de la inspectora. Llevaba una gasa en la frente sujeta por dos tiritas. La noche anterior, mientras registraba una de las plantas inferiores del Sinclair, se había golpeado la cabeza contra una viga de acero.

– A ver si lo adivino, ¿te han puesto seis puntos? -aventuró Darby al tiempo que se sentaba a su lado.

– Digamos que diez. ¿Cómo estás tú?

– Con agujetas en las piernas y en la espalda. No me había agachado tantas veces ni había gateado tanto en toda mi vida.

En colaboración con la policía de Danvers, una docena de partidas de búsqueda, con ayuda, además, de Reed y sus hombres y los planos arquitectónicos de las distintas plantas del psiquiátrico, habían examinado parte de los niveles inferiores del Sinclair durante la noche del sábado y a lo largo de todo el domingo, hasta poco después de medianoche. No encontraron absolutamente nada.

– Ya te dije que estaba jugando con nosotros -le recordó Bryson.

– Todavía no hemos registrado la totalidad del sótano.

– ¿Crees de verdad que esa mujer está ahí, en alguna parte del hospital?

– Creo que Fletcher quiere que encontremos algo.

– Y yo sigo creyendo que te equivocas.

– Si me equivoco, te invitaré a una copa.

– No, me invitarás a una cena. -La sonrisa de Bryson le quitaba varios años de encima. Le entregó una gruesa carpeta-. Ten, son las copias de los expedientes de las dos mujeres estranguladas de Saugus. Léetelos, yo iré a por un café. ¿Tú cómo lo quieres?

– Solo y sin azúcar -contestó ella, y abrió la carpeta.

La noche del 5 de junio de 1982, la joven de diecinueve años Margaret Anderson, de Peabody, fue vista por última vez saliendo de la fiesta de una amiga. A la mañana siguiente, hallaron su cuerpo semidesnudo en la Ruta Uno, a la altura de Saugus. Tres semanas más tarde, una mujer de veinte años de Revere llamada Paula Kelly acabó su turno de trabajo en una cafetería. El cadáver de Kelly fue hallado en la misma autopista a un kilómetro escaso del lugar en que se había encontrado el de Anderson, con un cinturón de cuero de caballero, de la talla 38, alrededor del cuello. Ambas mujeres habían sido violadas, pero no se hallaron restos de semen.

El joven de diecinueve años Sam Dingle vivía en casa con sus padres y su hermana menor y trabajaba en el centro comercial de Saugus, en una tienda de música que ambas chicas frecuentaban. El encargado de la tienda declaró que Dingle había hablado largo rato con ambas en distintas ocasiones, y que había llegado a pedirle a Paula Kelly su número de teléfono.

La policía de Saugus encontró una huella parcial en el cinturón que rodeaba el cuello de Kelly. La huella pertenecía al pulgar derecho de Sam Dingle.

El cinturón no llegó nunca al laboratorio estatal para ser sometido a pruebas adicionales. La sala de pruebas de la comisaría de Saugus perdió la prueba clave. Sam Dingle nunca llegó a ser detenido.

Mientras la policía de Saugus trataba de preparar la acusación contra él buscando más pruebas, Dingle, según su hermana Lorna, había sufrido una crisis nerviosa y fue ingresado en el hospital psiquiátrico Sinclair.

Seis meses más tarde, Dingle recibió el alta médica. Vivió en casa con sus padres durante una semana antes de marcharse en dirección al oeste del país haciendo autoestop.

Bryson regresó y le dio una taza de café con la tapa de plástico.

– Eres la primera mujer que conozco que se toma el café solo y sin azúcar.

– ¿Para qué estropear algo bueno?

Bryson señaló con la barbilla hacia el expediente.

– ¿Qué te parece?

– Me gustaría hablar con Sam Dingle.

– Y a mí también -dijo Bryson-. Lo estamos buscando. Sus padres han muerto y su hermana ya no vive en Saugus.

– Llamaré al laboratorio estatal y preguntaré qué pruebas tienen.

Bryson tomó un sorbo de su café.

– Esta mañana hemos recibido una llamada de dos chicas que viven en Brighton -explicó-. Han denunciado la desaparición de una estudiante universitaria llamada Hannah Givens. Sus compañeras de piso pusieron la denuncia. Todas asisten a la Northeastern. Según el informe, se suponía que Hannah Givens debía regresar a casa al acabar su turno del viernes en una cafetería en el Downtown Crossing. La llamaron al móvil y le dejaron varios mensajes. Givens no ha vuelto a su casa ni ha llamado.

– ¿Es de por aquí?

Darby pensaba que tal vez la chica había vuelto a casa durante el fin de semana a visitar a sus padres.

– Sus padres viven en Boise, Idaho -indicó Bryson-. Todavía no tengo todos los detalles, sólo un informe preliminar. Watts va de camino a Brighton para indagar un poco. Tenemos otras denuncias de personas desaparecidas de este pasado mes, pero ninguna corresponde a estudiantes universitarias.

El secretario de la inspectora era un hombre delgado y de aspecto pulcro, con dedos largos, uñas bien cuidadas y mechas rubias en el pelo castaño, peinado con gomina.

– La inspectora les recibirá ahora.

Загрузка...