Capítulo 3

Moon Island, en la bahía de Quincy, había sido antiguamente la sede de una planta de tratamiento de aguas residuales. En la actualidad pertenecía a la ciudad de Boston. Además de un campo de tiro al aire libre, la zona, de dieciocho hectáreas de extensión, también se usaba para la desactivación de artefactos explosivos y como campo de entrenamiento del cuerpo de bomberos de Boston.

El acceso a Moon Island era restringido; no estaba abierto al público general y se realizaba a través de una pasarela elevada que se cerraba con una puerta.

Darby se hallaba bajo el cielo plomizo y frío en el campo de tiro exterior junto con seis cadetes de la Academia de Policía de Boston. Todos llevaban las mismas gorras azul marino, gafas de protección y auriculares acolchados para proteger los oídos, así como la misma chaqueta negra con una sola tira de color azul brillante a lo largo de la manga.

Los cadetes, todos hombres, practicaban con una Ruger del calibre 38 Special, mientras que Darby, tras haber superado la prueba de tiro y asistido a la clase oficial de seguridad con armas de fuego, ahora ya usaba su propia arma, una SIG P-229 de 9 milímetros con un cartucho de calibre 40 de Smith & Wesson. Había escogido aquella arma por su tamaño relativamente compacto y por comodidad. Todavía se estaba acostumbrando al fuerte retroceso del arma.

El instructor de tiro, Steve Gautieri, hacía una demostración práctica de la clásica posición Weaver, la postura en la que el tirador, apoyando el peso del cuerpo en una base piramidal o en la «posición del boxeador», con un pie delante y el otro detrás, inclinaba el cuerpo ligeramente hacia delante. Aquella posición, explicó Gautieri, era la clave para la precisión en el tiro: si los pies del tirador estaban paralelos, el disparo seguiría una trayectoria demasiado alta o demasiado baja.

Darby había adoptado una técnica de posición muy contundente, con las piernas muy separadas, prácticamente en forma de uve, y adelantando los hombros más que sus compañeros. También empuñaba el arma de forma distinta: en lugar de colocar la mano que le quedaba libre, la izquierda, alrededor de los dedos que sujetaban el arma, la cerraba en un puño y apoyaba la culata del arma en la muñeca antes de disparar. Eso le había resultado de una gran ayuda para la precisión en el tiro.

Las dianas estaban listas. Darby se recordó mentalmente que no debía tirar de forma violenta del gatillo, sino apretarlo con suavidad.

Sonó el timbre. Darby disparó el arma y por su mente desfilaron fogonazos visuales de la cámara de los horrores que había albergado el sótano de la casa del Viajero: los huesos humanos desperdigados por el suelo y la sangre seca de las paredes; el laberinto infernal de pasillos de madera con puertas abiertas y cerradas que llevaban a callejones sin salida; los gritos de las mujeres que pedían auxilio, mujeres que lloraban y suplicaban, moribundas. Recordaba todas y cada una de las imágenes, cada detalle y sonido.

Darby descerrajó el último disparo y se incorporó, con los músculos de los antebrazos doloridos. Se sentía extrañamente relajada, como si acabase de llegar a la meta de una carrera muy larga y satisfactoria.

El cadete que tenía a su lado, alto y recio, no apartaba los ojos de ella mientras el instructor de tiro examinaba los resultados. El cielo se había encapotado, y había empezado a llover. Unos copos diminutos se mecían y revoloteaban en el viento.

Gautieri les enseñó a todos una diana de papel.

– Echad un vistazo a esta serie, chicos. ¿Veis este dibujo cerrado, tan bien hecho, aquí, justo en el centro? Esta diana es de Darby McCormick, la chica de ahí al fondo. Buen trabajo, Darby. ¿Queréis saber por qué os ha superado a todos? Porque ha mantenido la posición y porque sabe apretar el gatillo y no tirar de él con una sacudida. Podéis iros. Darby, me gustaría hablar contigo un momento.

Gautieri esperó hasta que los cadetes se hubieron marchado antes de hablar con ella.

– ¿Qué munición utilizas?

– Tritón del calibre 40 de S &W de ocho gramos -contestó Darby-. El porcentaje de efectividad en un solo disparo ronda el noventa y seis por ciento.

– Ese sí que es un cartucho potente…

– Muchos cuerpos de seguridad lo usan.

Gautieri volvió a mirar la diana de papel y sonrió.

– ¿Estás cabreada con alguien que yo conozca?


La ropa de Darby apestaba a cordita. Cuando salió al aparcamiento vio a su compañero de laboratorio, Jackson Cooper, apoyado en su Mustang negro.

Salvo por el pelo corto y rubio, Coop guardaba un asombroso parecido con Tom Brady, el quarterback de los New England Patriots. Coop llevaba vaqueros y un forro polar negro North Face. Se estaba ajustando la visera de su gorra de los Red Sox cuando Darby se plantó delante de él.

– ¿Qué haces aquí? -le preguntó-. Creía que te habías tomado el día libre.

– Y así es. Lo he pasado con Rodeo.

– ¿Has ido a un rodeo?

– No, es el nombre de mi novia. Ro-de-o. He oído tu mensaje sobre la reunión con la inspectora. He intentado llamarte pero no contestabas al teléfono.

– Lo tenía apagado.

– He llamado al laboratorio y Leland me ha dicho que estabas aquí, así que se me ha ocurrido pasarme. También quería que te dijese que ya han entregado al laboratorio los informes que solicitaste. A ver, cuéntame qué es lo que está pasando.

A lo largo de los veinte minutos siguientes, Darby lo puso al día y le hizo un resumen de su reunión con Chadzynski y de su examen de la ropa de Emma Hale.

– ¿Qué quieres que haga? -le preguntó él cuando hubo terminado.

– Mañana por la mañana me gustaría que le echaras un vistazo a la estatuilla de la Virgen María, por si hemos pasado algo por alto.

– Lo haré ahora mismo.

– ¿No quieres volver con tu Ro-de-o?

– No. He tenido que simular que había habido una emergencia para poder largarme de su casa.

– ¿Y cómo lo has hecho?

– He usado su teléfono para llamarme a mí mismo y luego le he dicho que tenía que desplazarme a una escena del crimen. -Coop sonrió, orgulloso de su propio ingenio-. Voy a romper con ella. La cosa no funciona. A ella le va más bien el rollo artístico pretencioso. Anoche, sin ir más lejos, me hizo ver Bareback Mountain.

– Querrás decir Brokeback Mountain.

– Teniendo en cuenta lo que hacen esos dos tipos ahí arriba en las montañas, me parece que le pega más mi título [1]. -Coop sonrió ante su propio chiste-. ¿Has hablado con Bryson?

– Le he dejado un mensaje, pero no me ha llamado. -Darby sacó las llaves del coche-. ¿Conoces a Tim?

– ¿Es que alguien conoce a Tim?

– ¿Qué quieres decir?

– Ya sabes lo que quiero decir. Bryson es muy reservado. ¿Sabes quién es su compañero?

– Cliff Watts.

Coop asintió.

– Cliffy lleva trabajando con Bryson casi diez años y no sabe nada de él. Nunca ha estado en su casa, ni siquiera han salido juntos a echar un trago. Y Cliffy es de fiar. Por cierto, lo de escoger a Woody ha sido una buena idea.

– ¿Qué tenéis los tíos con lo de poner apodos a todo el mundo?

– Es nuestra forma de expresar afecto, Pecas. -Coop se apartó del Mustang-. Tendríamos que ponernos en marcha. El hombre del tiempo ha anunciado una ventisca; dicen que caerá hasta medio metro de nieve.

– Si no lo veo, no lo creo. El lunes pasado dijeron que íbamos a tener dos palmos y cuando me desperté, apenas si había dos centímetros.

– Seguro que no es la primera vez que te despiertas y te llevas una decepción con el tamaño de lo que te encuentras, ¿eh?

– ¡Y que lo digas! ¿Te acuerdas del mes pasado, cuando te quedaste frito en mi sofá? Te vi en calzoncillos y… bueno, digamos que me parece muy acertado lo de «dime de qué presumes y te diré de lo que careces…».

– Muy graciosa. Nos vemos en el laboratorio.

Sentada al volante, Darby arrancó el motor del coche y encendió su teléfono. Tenía un mensaje: Tim Bryson le había devuelto la llamada. Decía que era urgente, de modo que marcó su número enseguida.

– Bryson.

– Tim, soy Darby McCormick. Acabo de escuchar tu mensaje. Voy de camino al laboratorio, pero quería saber si podíamos reunirnos para hablar un rato.

– Han llamado para informar de la aparición de un cadáver en las aguas del puerto de Boston, detrás del palacio de justicia de Moakley.

– ¿Es Judith Chen?

– Por la ropa, eso parece -contestó Bryson-. Ahora mismo me dirijo al depósito. Podemos hablar allí.

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