Darby encontró al detective Tim Bryson en el pasillo, hablando por el móvil y con el elegante aspecto de un modelo, con aquel abrigo de pelo de camello sobre un traje azul marino. Dejando aparte la ropa, era imposible no fijarse en aquel hombre.
La mayoría de los hombres de cincuenta años a los que conocía habían entrado ya en franca decadencia: tripas enormes de bebedores de cerveza, carrillos descolgados, pelo entrecano y con entradas en la frente. Bryson, en cambio, tenía una mandíbula firme y un rostro juvenil que le daban la apariencia de un hombre que no hubiese cumplido todavía los cuarenta. Darby ya lo había visto más de una vez en el gimnasio de la policía, y al igual que Coop, era un adicto al ejercicio físico, con un cuerpo escultural, sin grasa y musculoso. Además del entrenamiento en el gimnasio y de salir a correr, había oído que Bryson practicaba yoga una vez a la semana en un centro de Cambridge.
Bryson la vio.
– Ya te llamaré -se despidió de su interlocutor, y colgó el teléfono.
– Es Judith Chen.
Bryson asintió con la cabeza y se quedó con la mirada fija en el suelo durante largo rato. Parecía decepcionado, como si se hubiese aferrado a la esperanza hasta el último momento.
– Creo que deberíamos investigar secuestros recientes o desapariciones relacionadas con estudiantes universitarias -sugirió Darby-. Tampoco estaría de más alertar a las universidades locales.
– Eso es tarea de la inspectora.
– Se lo diré.
Bryson inspiró hondo por la nariz. Los tiempos habían cambiado en materia de igualdad de oportunidades para las mujeres, pero en el Departamento de Policía de Boston imperaba todavía la misma mentalidad que regía las fraternidades universitarias masculinas, y Darby era consciente de que su nombramiento iba a levantar ampollas entre muchos de los chicos del cuerpo. Se preguntó si Bryson también se sentiría así, y decidió que era el momento de averiguarlo.
– ¿Tienes algún problema con el hecho de que me hayan asignado a tu unidad?
– No ha sido decisión mía -contestó Bryson.
– Supongo que debería interpretar eso como un sí…
– Todo el mundo dice que eres una rata de laboratorio.
En el argot policial, aquel término era sinónimo de golpe bajo: lo que Bryson decía era que pensaba que su lugar estaba en el laboratorio.
– No me interesa para nada perder el tiempo con jueguecitos de macho alfa y esas estupideces -dijo Darby-. Me resulta aburrido y contraproducente.
– ¿Cómo dices?
– Te aconsejo que te guardes la escena del gallo de corral para el vestuario, cuando estés con los demás gallitos.
– ¿Le hablas así a tu novio?
– No soy tan educada. Estoy tratando de ser considerada con tu sensibilidad masculina.
Darby se acercó más a él, invadiendo su espacio personal, y vio la fina telaraña de arrugas alrededor de sus ojos.
– Sé que la prensa te ha echado toda la mierda encima por no haber encontrado a Emma Hale. Bien, pues para que conste, creo que se equivocan. -Mantuvo la voz serena-. Cuando encontremos a ese capullo, si quieres ser la estrella del departamento y sonreír y posar ante las cámaras y atribuirte todo el mérito, por mí perfecto. Pero hasta que llegue ese momento, necesitamos trabajar juntos en esto. Si no quieres, entonces sigue interpretando el papel de la víctima pasiva-agresiva. Tú decides.
Bryson no respondió. Darby se marchó y lo dejó allí, plantado en el pasillo.
Darby llegó al laboratorio y colgó la ropa húmeda de Judith Chen en el interior de la cámara de secado, donde permanecería durante todo el fin de semana. No albergaba ninguna esperanza de encontrar algo significativo, pues todo el tiempo que había pasado sumergida bajo el agua, al igual que en el caso de Emma Hale, habría eliminado cualquier pista de valor.
Encima de su mesa había una caja de cartón con copias de los expedientes y las fotografías de los asesinatos. Darby quería ponerse al día con el caso, pero quería leer sin distracciones, de modo que decidió irse a casa. Coop se quedó en el laboratorio a trabajar con la estatuilla y prometió llamarla por teléfono más tarde.
Para cuando llegó a su piso de Beacon Hill, un par de palmos de nieve habían cubierto ya la calle. Darby abrió la puerta, dejó la caja en el sofá y desactivó la alarma. Se dio una larga ducha, y se quedó bajo el chorro de agua caliente hasta vaciar el depósito y que saliera fría; a continuación se puso unos vaqueros y la vieja sudadera de la Universidad de Massachusetts de su padre.
Una vez en la cocina, se sirvió una generosa copa de bourbon Booker's. Las ventanas de su piso daban a la Universidad Suffolk, que se encontraba justo al otro lado de la calle. El otoño anterior, Judith Chen había asistido a clases en el interior de aquel edificio, y ahora su cadáver yacía en una sala inhóspita y fría, a la espera de que le practicasen la autopsia.
Darby tomó un largo trago de bourbon, volvió a llenar la copa y se la llevó a su estudio.
Los anteriores inquilinos habían utilizado aquel espacio como cuarto de los niños, y una de las paredes aún seguía pintada de azul celeste con nubes blancas. Darby sólo llevaba tres meses viviendo allí, y en ese tiempo había comprado un escritorio en forma de ele para la esquina, una librería y un cómodo sillón de cuero que había colocado junto a la ventana, con vistas al porche trasero y al patio diminuto del vecino.
Darby cogió la caja del sofá, la dejó en el escritorio y extrajo una copia del expediente del caso de Emma Hale.