Mientras se dirigía de vuelta su despacho, Darby llamó a Coop y le hizo un rápido resumen de su reunión con Tim Bryson.
Coop regresaba a la ciudad con las huellas que había obtenido del buzón de Tina Sanders. Acordaron verse en casa de Hannah Givens, en Brighton.
Los acontecimientos del día ocupaban por completo sus pensamientos. Darby quería ir al gimnasio -le sentaría bien un rato de ejercicio en la cinta de correr, le despejaría la cabeza-, pero no tenía tiempo. Se puso el abrigo, cogió su equipo de forense y se puso en camino. Cuando salió del edificio, exponiéndose al aire gélido y oscuro, se preguntó dónde estaría el equipo de vigilancia. También se preguntó si Malcolm Fletcher la observaba.
Una vez a salvo tras el volante de su Mustang, volvió a concentrar sus pensamientos en las figuras de la Virgen María. Visualizó la expresión afligida de la Santa Madre, con los brazos abiertos, dispuesta a acoger al prójimo en un abrazo. Aquel rostro se desvaneció y en su lugar aparecieron los extraños ojos de Malcolm Fletcher. A Darby le pareció oírlo reír.
No quería pensar en el ex especialista en perfiles. Centró su atención en el hombre que había disparado a Hale y a Chen. Ese hombre había colocado una estatuilla de la Virgen María en los bolsillos de ambas. Los había cerrado cosiéndolos y había hecho un nudo en el extremo del hilo para que las figuras permaneciesen con ellas. Había hecho la señal de la cruz sobre la frente de Chen y había arrojado su cuerpo al puerto de Boston. ¿Por qué? ¿Cuál era el significado de la estatuilla y por qué era tan importante que permaneciese junto a las dos mujeres después de muertas?
«Esas dos mujeres te importaban, lo sé. Entonces, ¿por qué las mantuviste con vida tanto tiempo para luego acabar matándolas?»
Darby se preguntó si el asesino sería esquizofrénico. La mayor parte de las esquizofrenias se basaban en un delirio concreto: los ovnis, organizaciones gubernamentales secretas que implantaban microchips en el cerebro de la gente para espiar sus pensamientos… Muchos esquizofrénicos creían que Dios, Jesucristo o el diablo les hablaban directamente a ellos.
En los casos de Hale y Chen, parecía haber un elemento metódico en el hecho de que ambas hubieran sido asesinadas y arrojadas al agua. Además, estaba el período de tiempo transcurrido entre los secuestros. Emma Hale había sido retenida en algún lugar durante unos seis meses; Dios santo, casi medio año. Su cuerpo fue descubierto a principios de noviembre. El cadáver de Chen había aparecido hacía dos días. Estaban en febrero. Su reclusión sólo había durado un par de meses.
Por regla general, los esquizofrénicos no eran criminales metódicos sino asesinos impulsivos. Las escenas del crimen solían ser chapuceras. Con Hale y Chen, no había escena del crimen.
Emma Hale, la primera víctima, se había marchado de una fiesta en el apartamento de una amiga en Back Bay. La distancia hasta su casa no era demasiado larga, pero había nevado, de modo que Emma llamó un taxi. Recogió su abrigo y salió a fumar afuera. Al cabo de veinte minutos, el taxi llegó al edificio de apartamentos, pero Emma Hale no estaba allí.
Judith Chen se había quedado a estudiar hasta tarde. Salió de la biblioteca y, en algún punto del camino de regreso a su casa, desapareció.
Ninguna de las dos mujeres había llegado a su casa. ¿Habían sido secuestradas a la fuerza? Si un desconocido hubiese intentado reducir a Hale o a Chen haciendo uso de la fuerza física, las dos mujeres habrían opuesto resistencia. Habrían dado patadas y chillado, pero no había aparecido ningún testigo que indicase que hubiera sucedido algo así.
Darby tenía la certeza de que el asesino no llevó a cabo los secuestros de ese modo; no querría atraer la atención sobre sí mismo. Era más astuto. Necesitaba a esas mujeres. Antes de abordarlas, habría elaborado un plan para que se subiesen rápidamente a su coche con la mayor discreción posible. ¿Se les habría acercado y se habría ofrecido a llevarlas? Darby sopesó la posibilidad. Si eso es lo que había sucedido, el asesino no conduciría un viejo cacharro ni una furgoneta. Las furgonetas siempre transmitían un mensaje de peligro. Las apariencias eran importantes.
Ambas mujeres eran listas y habían recibido una buena educación. Darby estaba segura de que ninguna de las dos habría aceptado subirse al coche de un desconocido. O bien lo conocían o bien él había actuado de manera que se sintieran lo suficientemente cómodas y seguras para subirse a su coche. Para ello, tenía que saber cosas sobre sus víctimas. ¿Las habría seguido, observado sus hábitos y sus rutinas, vigilado a sus amigos y sus horarios de clase? ¿O acaso las había escogido al azar?
Las selecciones al azar eran señal de desesperación. Si aquellas mujeres hubiesen sido elegidas al azar, habrían sido usadas y tiradas de inmediato, no las habría mantenido encerradas en algún sitio durante meses. A lo mejor eran víctimas de la oportunidad; a lo mejor el asesino abordaba a un número variado de mujeres hasta ver cuál de ellas se subía a su coche. A lo mejor se presentaba como un agente de policía de paisano y les enseñaba una placa falsa para engañarlas. O a lo mejor todo lo que estaba pensando en esos momentos era una total y absoluta pérdida de tiempo y de energía.
Darby vio un Starbucks y detuvo el coche. Ya se encaminaba de regreso a su vehículo cuando sonó su móvil. En la pantalla de identificación de llamada se leía «Número privado». Esperó al cuarto timbre para contestar, sólo para asegurarse.
– ¿Estás preparada para averiguar la verdad? -preguntó Malcolm Fletcher.