Capítulo 50

La sala de mantenimiento estaba vacía.

Darby se metió el teléfono en el bolsillo. La sala era un cuarto pequeño para la limpieza y en ella no había más que estanterías oxidadas. Los estantes inferiores y del centro estaban vacíos, pero el estante superior contenía herramientas oxidadas, cubos de metal y viejas bolsas de cemento. Bajo el estante central inferior y apoyada en la pared había una enorme rejilla de ventilación, como las que se empleaban para calentar y enfriar edificios de grandes dimensiones.

Darby se agachó y, apoyándose en una rodilla, enfocó con el delgado haz de luz hacia la rejilla. Detrás había un conducto de unos nueve metros de longitud que describía una curva hacia la izquierda. En el centro del conducto había una pequeña estatuilla de la Virgen María.

Era imposible que Malcolm Fletcher se hubiese metido dentro de aquel conducto de calefacción. Aquel hombre era demasiado grande, demasiado ancho para caber en aquel espacio tan estrecho.

«¿Eres claustrofóbica?», le había preguntado Fletcher.

¿Acaso la esperaba al otro lado? ¿O la había llevado hasta allí para que descubriera algo?

Darby comprobó su teléfono. No había señal. Podía retroceder, encontrar cobertura y llamar a Bryson… o podía meterse en el interior del conducto en ese preciso instante.

Vio la expresión afligida de la Virgen bajo el haz de luz. Extrajo la linterna y se guardó su arma. Pasó la linterna por delante del conducto, se tendió en el suelo, boca abajo, y se metió a gatas en el interior de la rejilla de ventilación.


Malcolm Fletcher avanzó por la nieve, que le llegaba hasta la rodilla, de la parte occidental del recinto del Sinclair. Tenía el Jaguar aparcado estratégicamente detrás de un grupo de contenedores, escondido y oculto a la vista… al menos de momento.

Sus años como fugitivo le habían enseñado la importancia de llevar encima sólo lo imprescindible. Guardaba la ropa en una maleta pequeña. En su maletín llevaba las cosas más importantes: el equipo de vigilancia, dispositivos de escucha y aparatos de GPS. Los pasaportes falsos ya no le servían prácticamente de nada, porque desde el 11 de septiembre la Interpol había intensificado sus restricciones en los aeropuertos.

Fletcher abrió el maletero. Guardó su placa del FBI y sus credenciales en el bolsillo de la chaqueta de su traje. Ya se había hecho con una nueva arma, una Glock 9 milímetros, cortesía de un violador de Roxbury que, de pronto, había sentido la acuciante necesidad de desprenderse de su arma ilegal tras sufrir la rotura de su muñeca y de la nariz. Fletcher extrajo los demás artículos que necesitaba y cerró el maletero.

Había un ordenador portátil en el asiento delantero. Con un auricular en una de las orejas, tecleó unas instrucciones para activar los transmisores remotos que había colocado de forma estratégica dentro del nivel inferior. Oyó el sonido de la trabajosa respiración de una mujer joven y un ruido metálico. Darby McCormick estaba en el interior del conducto de ventilación.

«Qué cerca está ya…», se dijo, sonriendo.

Malcolm Fletcher arrancó el coche. La suave y hechizante música para piano de Cecil inundó los altavoces mientras el vehículo se alejaba de allí.


Tim Bryson estaba sentado en el estrecho asiento del pasajero de un Honda Civic aparcado en una gasolinera Mobil de la Ruta Uno. Su compañero, Cliff Watts, estaba fuera, fumando.

Había escogido aquel lugar por si necesitaba desplazarse al hospital psiquiátrico. Si surgía algún problema, podía plantarse en la puerta principal en menos de tres minutos.

Había hablado con Bill Jordan varias veces durante la última hora; sus hombres le habían informado de que Fletcher había dejado un teléfono móvil en el interior de una de las habitaciones para pacientes. Había llamado a Darby a aquel teléfono, de modo que fue imposible escuchar la conversación.

Los dos detectives de paisano vieron a Darby bajar las escaleras. Varios minutos después, la siguieron y hallaron el candado en el suelo.

Al otro lado de la puerta había un laberinto de pasillos. En la última comunicación decían que todavía no la habían encontrado.

Otro detalle inquietante: el botón del pánico, con la unidad de GPS, había dejado de transmitir su señal. Jordan la había perdido.

Darby estaba a demasiados metros bajo el suelo, había dicho Jordan. Le había enviado un mensaje de texto pidiéndole que contestara, pero ella todavía no había respondido. Teniendo en cuenta dónde estaba, era muy probable que no lo hubiese recibido. Jordan seguía sin poder llamar a ninguno de sus hombres.

Sonó el teléfono de Bryson.

– Todavía no tenemos noticias de Darby -anunció Jordan.

– Dale más tiempo.

– No me gusta que se pasee por ahí abajo ella sola y no saber qué está pasando. Deberíamos enviar más gente adentro.

– Si Fletcher está vigilando, los verá y se largará.

– Pero también podría estar dentro, en el sótano, con ella -insistió Jordan-. Ya hemos elaborado un mapa del terreno. Los planos de construcción son una mierda: la mitad de los pasajes están bloqueados por los escombros o precintados. Ese sitio es un maldito laberinto, pero hemos conseguido encontrar una manera de llegar al sótano. Puedo tenerlos ahí dentro en media hora… Espera, espera un momento.

Bryson oyó un murmullo y, a continuación, Jordan volvió a ponerse al teléfono.

– Un Jaguar negro acaba de salir de la parte oeste del recinto y se mueve muy rápido. Estaba aparcado detrás de unos contenedores. El conductor llegará a tu posición dentro de menos de minuto.

– ¿Y lo acabáis de descubrir ahora mismo?

– Hemos tenido que hacer esto a todo correr, Tim. Este lugar es inmenso; desde nuestra posición no podíamos ver esa parte de las instalaciones. ¿Crees que es tu hombre?

– La última vez que estuvo aquí, conducía un Jag. ¿Quién iba a ser si no? -Bryson se inclinó hacia delante en su asiento, pensando a toda velocidad-. No podré bloquear la carretera principal yo solo. ¿Cuánto tardarías en enviarme a alguien?

– Lang va de camino. Debería estar ahí dentro de…

– ¡Mierda! Ya está aquí… -Bryson vio el Jag negro, que se incorporaba a la autopista. Dio un golpe en la ventanilla, llamó a Watt y le hizo señas para que entrara en el coche-. Voy a seguirlo. ¿Cuántos hombres me puedes enviar como refuerzo?

– La segunda furgoneta ya se ha puesto en marcha. Llama a Lang y coordínalo todo con él. Te tiene en su GPS, así que no te perderá.

Watts arrancó el coche.

– Entrad en el hospital -le ordenó Bryson a Jordan-. Sacad a Darby de ahí.

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