La Unidad de Antropología Forense de Boston ocupaba una pequeña planta de oficinas sin ventanas, apretujadas y abarrotadas de estanterías de acero gris y archivadores a juego suministrados por el estado. Con la excepción de una lámina de anatomía, las paredes blancas que había detrás de la mesa de Carter estaban desnudas.
– Lamento haberlo hecho esperar -se disculpó Darby.
– No importa. Así los alumnos han tenido más tiempo con los huesos. -Carter, bajo y fornido, con barba gris de tres días y unas gafas gruesas de una época antediluviana, lanzó un resoplido al levantarse-. Parece cansada.
– Todavía no me he acostado.
– No sé si los restos pertenecen a Jennifer Sanders. Sigo esperando a que me envíen las fichas dentales.
Carter la acompañó al vestuario. Darby se puso la bata de forense y lo siguió por el pasillo hasta la sala de examen.
Entró en la pequeña estancia, que contenía un fregadero y un hornillo de cocina. La mayoría de los huesos que se enviaban a aquel laboratorio solían estar recubiertos de tejidos blandos en descomposición. En esos casos, los huesos se colocaban en ollas de cocción lenta y en fuentes de horno con agua y detergente, y se llevaban a ebullición a fuego muy lento para que los huesos se adaptasen al calor. El proceso, denominado maceración térmica, eliminaba el tejido circundante.
Los restos estaban acomodados en una camilla con ruedas similar a las que se emplean en el depósito de cadáveres. Como de costumbre, en la sala hacía mucho frío.
– Los restos son decididamente de una mujer -declaró Carter, que señaló los huesos de la pelvis-. Tenemos una articulación sacroilíaca elevada y una escotadura ciática mayor muy ancha. Teniendo en cuenta el pelo rubio y las características del cráneo, nuestra desconocida es decididamente de raza blanca.
– ¿De qué edad?
– Los extremos mediales de los huesos no están unidos por completo a las diáfisis, de modo que al menos tiene veinticinco años. Los huesos pélvicos son densos y lisos. Puesto que no se aprecian granulaciones y considerando el hecho de que las suturas intermaxilares en el cráneo no están unidas, no puede ser mayor de treinta y cinco años.
– ¿Causa de la muerte?
– Mire el hioides.
Darby examinó el hueso en forma de herradura del cuello. Estaba roto.
– Fue estrangulada.
– Sí -corroboró Carter-. Y ahora, eche un vistazo aquí.
Señaló el omóplato. Darby vio una fractura de gran tamaño.
– Eso lo causó un golpe muy fuerte -dijo Carter-. O bien el asesino le dio una patada o la golpeó con algo parecido a un bate o un trozo alargado de madera.
– ¿Y un ladrillo?
– Podría ser. Tiene varias fracturas más. A esa pobre chica le dieron una buena paliza. -Carter suspiró y meneó la cabeza-. El fémur tiene casi cuarenta y ocho centímetros. Nuestra desconocida mide entre metro setenta y metro ochenta.
Sonó el teléfono del despacho.
– Perdón -se disculpó Carter. Respondió la llamada, escuchó lo que le decían y, sin decir nada, colgó el aparato-. Ha llegado la ficha dental de Jennifer Sanders. Vuelvo enseguida.
Mientras Carter comparaba las fichas dentales, Darby se quedó con la mirada fija en los restos, preguntándose cuánto tiempo habían permanecido dentro de aquella habitación llena de ladrillos y yeso. ¿La mantuvieron con vida varios días, mientras la golpeaban y posiblemente la violaban, antes de estrangularla? ¿Cuánto tiempo había pasado pidiendo auxilio?
Carter se subió las gafas por la nariz larga y aguileña.
– Es Jennifer Sanders -anunció.