A lo largo de los tres días siguientes, Darby registró de arriba abajo el abarrotado dormitorio de Hannah Givens, atestado de cuadernos y libros de texto apilados en una mesa de segunda mano. Buscó entre las facturas, las fotos y los trozos de papel mezclados con notas y listas de tareas. Examinó la agenda de Hannah e interrogó a sus dos compañeras de piso, a amigos, compañeros de clase, profesores y a sus padres, que se habían desplazado hasta Boston y se alojaban en el apartamento de Hannah.
Tres días enteros y Darby sólo había conseguido averiguar lo siguiente: Hannah Givens fue vista por última vez saliendo de su trabajo en el Kingston Deli de Downtown Crossing, en Boston, el día de la ventisca. El conductor del autobús de esa ruta confirmó que no había llegado a subirse al vehículo. Pese a haber preguntado a todos los propietarios de los comercios locales, y a la exhaustiva cobertura en los medios de comunicación, no habían conseguido que se presentase ni un solo testigo en la comisaría.
Teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que le dedicaban los medios, las súplicas grabadas de los padres y el número gratuito que la inspectora Chadzynski había abierto y su asidua aparición en todos los boletines de noticias, había quienes creían que el secuestrador de Hannah tal vez la soltaría. El Departamento de Policía de Boston tenía intervenidas todas las líneas telefónicas. Esa mañana, sin ir más lejos, habían registrado treinta y ocho llamadas, todas pistas falsas.
Nancy Grace, presentadora de la CNN e instigadora del circo mediático del morbo, había espoleado a los máximos representantes del periodismo basura y éstos se habían sumado a la causa de la estudiante universitaria con una intensidad enfebrecida, similar a la que dedicaron al caso de Anna Nicole Smith. La foto de graduación del instituto de Hannah aparecía en todos los tabloides de venta en el supermercado, y su caso era el tema principal en programas televisivos como Inside Edition. Darby se preguntó si la publicidad del caso asustaría al secuestrador de Hannah, si le entraría el pánico y la mataría.
Por el momento, el misterio, que se había alargado durante veintiséis años, en torno a lo sucedido a Jennifer Sanders quedaba relegado únicamente a los quioscos de prensa de Nueva Inglaterra. Tina Sanders se negaba a hablar con la policía. Su abogado, Marshall Grant, un picapleitos con un tupé de muy mal gusto que aparecía en populares anuncios televisivos en la franja horaria de las telenovelas promocionando el extenso catálogo de servicios legales de su bufete, se había abalanzado inmediatamente sobre Sanders y la había convencido de algún modo para que le permitiese llevar su caso.
Grant no tenía ningún problema en hablar con la prensa, y gracias a la publicidad había conseguido una entrevista con Larry King.
– La policía ha identificado oficialmente unos restos que pertenecen a Jennifer Sanders, pero se niega a decirnos dónde fue encontrada por razones que no comprendemos -declaró Grant-. No obstante, sí tenemos razones para creer que la muerte de Jennifer podría estar relacionada con un hombre llamado Sam Dingle, el principal sospechoso en los estrangulamientos de las dos mujeres de Saugus en el año 1982. Por desgracia, Larry, una de las pocas personas capaces de proporcionarnos alguna pista, el detective Bryson, fue asesinado por un antiguo agente del FBI especialista en perfiles llamado Malcolm Fletcher.
No se hacía referencia a la «supuesta» implicación de Tim Bryson en la desaparición del cinturón en ninguno de los artículos publicados en prensa ni en televisión. Darby se preguntó si Chadzynski estaría negociando con el abogado de Tina Sanders para mantener el asunto en secreto. Al menos por el momento, Chadzynski y su maquinaria de relaciones públicas habían impedido que la información sobre el Sinclair se filtrase a la prensa.
A la mañana siguiente a la muerte de Bryson, Chadzynski había dado una rueda de prensa y había revelado el nombre de Malcolm Fletcher a los medios. Se buscaba al antiguo experto en perfiles, declaró Chadzynski, en relación con el asesinato del detective Timothy Bryson, quien había sido empujado desde el tejado de una popular discoteca de Boston. La fotografía de Fletcher apareció en las portadas de casi todos los periódicos, junto con la de la página web del FBI. Chadzynski no dejó de hacer hincapié en el millón de dólares de recompensa que ofrecía el gobierno federal a cambio de información que condujese a la detención o la captura del ex agente.
Chadzynski no mencionó la visita de Fletcher al ático de Emma Hale ni sus conversaciones con Tina Sanders o el DVD que había enviado a Jonathan Hale.
Darby había procesado el sobre. Contenía una sola huella dactilar que coincidía con la de Malcolm Fletcher; el sistema del AFLS la había identificado el miércoles por la noche. Estaba segura de que los federales se presentarían en Boston en cualquier momento.
Darby no había hablado con Jonathan Hale. Según su abogado, Hale se encontraba fuera de la ciudad en viaje de negocios y no estaba disponible para hacer declaraciones.
El paradero de Sam Dingle seguía siendo desconocido, pero esa misma mañana el Boston Globe publicaba unas declaraciones de su hermana, Lorna, que se había divorciado de su tercer marido y vivía en Baton Rouge, en Luisiana: «La última vez que vi a mi hermano fue cuando volvió a casa a recoger su parte de la herencia de mis padres, en el año 1984. Dijo que estaba viviendo en algún lugar de Texas. Esa fue la última vez que hablé con él. No sé dónde está ni tengo ni idea de a qué se dedica. Hace décadas que no sé nada de él. Por lo que yo sé, podría estar muerto».
Darby estaba sentada en el colchón hundido de Hannah Givens. Se restregó los ojos secos y, tras respirar hondo, contempló el dormitorio de la estudiante.
Hannah había tapado las grietas de la pared rosa de su cuarto con fotografías enmarcadas de sus padres, el labrador de la familia y sus amigos de Iowa. Las cajas de leche que hacían las veces de estantería contenían CD y libros en rústica que habían perdido la cubierta. Sobre un sillón de tela vaquera había un viejo walkmark. El armario estaba repleto de ropa barata de Old Navy y American Eagle Outfitters.
Hannah Givens llevaba una semana desaparecida. ¿Le habría entrado el pánico a su secuestrador y la habría matado? ¿Estaría el cadáver de Hannah flotando en alguna parte del río Charles? Sólo de pensarlo sintió que se le formaba un nudo frío en la boca del estómago.
Tres víctimas. Dos estaban muertas y una, Hannah Givens, posiblemente seguía con vida. ¿Qué era lo que tenían en común aquellas tres mujeres? Eran chicas jóvenes que estudiaban en centros universitarios de Boston. Ése era el rasgo común que compartían las tres.
Tim Bryson había investigado el enfoque de las admisiones en la universidad. Darby, junto con un equipo de detectives, lo había revisado, comprobando si había alguna posibilidad de que las tres mujeres hubiesen solicitado el ingreso en la misma facultad en algún momento. La búsqueda no arrojó ningún resultado, así que trató de encontrar un punto en el que las tres mujeres pudieran haber coincidido: un bar, un grupo de estudiantes… cualquier cosa. Hasta el momento, no había encontrado nada de nada.
La primera víctima, Emma Hale, rica, blanca y extremadamente guapa, se había criado en Weston e iba a Harvard. La segunda víctima, Judith Chen, de clase media y ascendencia asiática, era normalita, del montón, una chica menuda de aspecto frágil que había nacido y crecido en Pittsburgh, Pensilvania. Asistía a la Universidad de Suffolk para aprovechar el generoso programa de ayuda financiera a los estudios.
Y luego estaba Hannah Givens, otra universitaria, hija única de una familia de granjeros de clase media-baja de Iowa, una chica de huesos anchos, aspecto más bien feúcho y una actitud de kamikaze hacia sus estudios, que pasaba el poco tiempo libre que tenía trabajando en la cafetería o bien en la biblioteca del campus de la Northeastern.
¿Por qué se centraba el asesino en universidades de Boston? ¿Acaso era un estudiante? ¿Fingía ser un estudiante?
Darby abrió su mochila, sacó los informes y hojeó las fotos de las tres universitarias, tratando de verlas como las veía su asesino, como poseedoras de algo que él necesitaba. «¿Por qué las mantuviste con vida tanto tiempo para luego, de pronto, coger un buen día y matarlas?»
Tres universitarias, al menos una de las cuales, Emma Hale, parecía estar relacionada de algún modo con Malcolm Fletcher, un antiguo especialista en perfiles del FBI que llevaba veinticinco años huido de la justicia cuando, de pronto, había decidido resucitar, otra vez en Boston, en el interior del apartamento de Emma Hale. ¿Estaba Jonathan Hale utilizando a Fletcher para atrapar al asesino de su hija?
Al igual que Tim Bryson, Jonathan Hale era un padre destrozado por el dolor. A diferencia de Bryson, Hale era un hombre poderoso, rico. Si Malcolm Fletcher se había acercado a Hale, ya fuese con información sobre el hombre que había matado a su hija o con un plan para encontrarlo, ¿no aprovecharía Hale la oportunidad? Ahora bien, ¿por qué habría Fletcher de salir de su escondite para acudir en auxilio de un padre desconsolado y ayudarlo a encontrar al asesino de su hija?
Tal vez Fletcher no había acudido a Hale. Tal vez el único propósito de Fletcher era, simplemente, sacar a la luz pública los pecados de Tim Bryson. Fletcher había hecho un espectáculo de la muerte de Bryson al empujarlo desde el tejado de un club abarrotado de gente con una bolsa de plástico que contenía el carné de conducir y las tarjetas de crédito de Jennifer Sanders. Fletcher también se había puesto en contacto con Tina Sanders. Le puso a Tim Bryson al teléfono y éste confesó haber hecho desaparecer pruebas que habrían inculpado a Samuel Dingle en la violación y posterior asesinato de dos mujeres en Saugus.
¿Y dónde estaba Sam Dingle? ¿Había vuelto a la costa Este? ¿Era el responsable de las muertes de Emma Hale y Judith Chen? ¿Había secuestrado a Hannah? Su nombre aparecía en todas las noticias. ¿Habría matado a Givens, arrojado su cuerpo al río y desaparecido?
Todo apuntaba de nuevo a Sam Dingle. Era demasiado claro, demasiado fácil.
Bryson había comentado que Fletcher intentaba despistarlos, enviarlos en la dirección equivocada. Tal vez lo había dicho para guardarse las espaldas. Tal vez decía la verdad.
¿Y si el verdadero propósito de Fletcher era desviar la atención de la policía del verdadero asesino para poder encontrarlo él primero? Según el contacto de Chadzynski en el FBI, Malcolm Fletcher era juez, jurado y verdugo, todo a la vez. Si Sam Dingle era realmente el hombre que había matado a Hale y a Chen, Darby dudaba que Fletcher abandonase la ciudad sin encontrarlo.
El teléfono móvil de Darby vibró: quien llamaba era Christina Chadzynski.