Darby McCormick acababa de colgar las últimas prendas ensangrentadas en el interior de la cámara de secado cuando oyó que la llamaban por su nombre a través de los altavoces. Leland Pratt, el director del laboratorio, quería verla de inmediato en su despacho.
Darby se despojó de los guantes de látex y de la bata y se lavó las manos en el lavabo de Serología. Mientras se las frotaba a conciencia, se miró en el espejo: en el pómulo izquierdo, bajo el ojo, lucía una fina cicatriz irregular que el maquillaje lograba disimular sólo a medias. El cirujano plástico había hecho un trabajo digno de admiración, teniendo en cuenta el alcance de los daños ocasionados por el hacha del Viajero. La investigadora forense se quitó la goma elástica con que se sujetaba la cola de caballo y la melena de color rojo oscuro le cayó en cascada sobre los hombros; a continuación, se secó las manos con una toalla de papel de la bobina.
Había una mujer delgada sentada al escritorio de Leland, hablando por teléfono y vestida de forma impecable con un elegante traje chaqueta negro: era la inspectora general de la policía de Boston, Christina Chadzynski.
La mujer tapó el auricular del aparato con la mano.
– Lo siento, estaba buscando a Leland -explicó Darby-. Me ha mandado llamar.
– Sí, ya lo sé. Por favor, entre y cierre la puerta.
La inspectora reanudó su conversación telefónica.
Christina Chadzynski era la primera mujer en desempeñar el cargo de inspectora general, el rango más alto en el escalafón del Departamento de Policía de Boston. Cuando se había barajado su nombre entre los posibles candidatos al puesto, los medios de comunicación de la ciudad la habían designado como la «gran esperanza» para tender un puente entre la policía de Boston y los líderes sociales de áreas con elevados índices de criminalidad como Roxbury, Mattapan y Dorchester, donde había nacido y se había criado la futura inspectora.
Después de tres años en el puesto, la tasa de homicidios de Boston se había multiplicado hasta alcanzar su nivel más alto en varios decenios. Los políticos decidieron ofrecer la cabeza de Chadzynski como chivo expiatorio y la prensa de Boston había mordido el anzuelo. Los columnistas de opinión y otros supuestos analistas expertos reclamaban a gritos su dimisión. Chadzynski había fracasado, decían, porque no se entregaba en cuerpo y alma a su trabajo, porque había perdido el contacto con la realidad cotidiana del ciudadano de a pie desde su boda con Pawel Chadzynski, un antiguo inversor financiero reconvertido en intermediario de poderosa influencia, muy activo entre la clase política de Boston. Circulaban rumores de que pensaba presentarse a las elecciones a la alcaldía.
– Tengo que dejarte -dijo Chadzynski, y colgó el teléfono. Miró al frente, al par de sillas rígidas que había delante de la mesa de Leland-. Señorita McCormick, ¿está usted familiarizada con la CSU?
Darby asintió con la cabeza. La recién estrenada Unidad Especial de Científicos Forenses era un grupo especializado, formado por los principales investigadores y peritos forenses del departamento, que se ocupaba de los homicidios, violaciones y otros crímenes violentos que ocurrían en la ciudad. La responsabilidad de nombrar a los miembros del grupo recaía sobre la inspectora de policía. Darby se había presentado en una ocasión para una plaza como técnico forense, pero ni siquiera la habían llamado para la entrevista.
– Emma Hale -dijo Chadzynski al tiempo que abría un informe-. Doy por sentado que sabe de quién hablo.
– He seguido el caso en la prensa.
El año anterior, en marzo, la estudiante de primer curso de Harvard había desaparecido después de ir a una fiesta en casa de unos amigos. Ocho meses más tarde, en noviembre, la semana antes de Acción de Gracias, la corriente había arrastrado su cadáver saturado de agua a la orilla del río Charles, en una zona de Charlestown llamada The Oilies. A Emma Hale le habían disparado un tiro en la nuca.
– Tengo entendido que el informe de balística no consiguió relacionar la bala con ningún caso anterior -observó Darby.
– No encontramos ninguna coincidencia.
Chadzynski se puso unas lentes con montura gruesa, de diseño. Había invertido una significativa cantidad de dinero en peluquería, maquillaje, ropa y joyas. El anillo de diamantes era al menos de tres quilates.
– Cuando Emma Hale desapareció, la CSU creyó que podría tratarse de un secuestro; su padre, Jonathan Hale, es muy rico -explicó Chadzynski-. Y entonces, otra universitaria desapareció en diciembre.
– Judith Chen.
– ¿Está al corriente de lo ocurrido?
– Los periódicos publicaron que desapareció cuando regresaba a su casa de la biblioteca del campus.
– La CSU está investigando una posible relación entre ambos casos.
– ¿La hay?
– Las dos son estudiantes universitarias, ésa es la única relación que tenemos de momento. La bala que extrajimos del cráneo de Emma Hale no está relacionada con ningún otro caso, y el tiempo que pasó bajo el agua eliminó cualquier rastro que pudiera servirnos de algo. La única prueba que tenemos es una estatuilla religiosa. Estoy segura de que eso también apareció en los periódicos.
Darby asintió con la cabeza. Tanto el Globe como el Herald, citando una fuente policial anónima, habían publicado que se había hallado una pequeña figura «religiosa» en el bolsillo de la víctima.
– ¿Ha escuchado algo más acerca de la figura? -preguntó Chadzynski.
– En el laboratorio se rumorea que era una estatuilla de la Virgen María.
– Sí, lo es. ¿Qué más se dice?
– Que la figura estaba cosida en el interior del bolsillo de Emma Hale.
– Sí.
– ¿Qué dijeron en el NCIC? -preguntó Darby.
El Centro Nacional de Información Criminal, una base de datos de ámbito nacional cuyo mantenimiento corría a cargo de los servicios de información del FBI, era de facto el centro de intercambio de información de todos los casos, tanto abiertos como ya resueltos, relacionados con asesinatos, robos, personas desaparecidas y fugitivos.
– En el NCIC no figuraba ningún homicidio relacionado con una estatuilla de la Virgen María cosida en el bolsillo de la víctima -contestó Chadzynski.
– ¿Y hablaron con el especialista en perfiles de la oficina de Boston?
– Sí, lo consultamos. -Chadzynski se recostó en su silla y cruzó las piernas-. Leland me contó que acaba usted de terminar un doctorado en psicología criminal en Harvard.
– Sí.
– Y ha estudiado en la Unidad de Apoyo de Investigaciones en el FBI.
– He asistido a algunas clases.
– ¿Por qué cree que el asesino, suponemos que se trata de un varón, se tomó la molestia de coser esa estatuilla en el interior del bolsillo de una muerta?
– Estoy segura de que el especialista en perfiles le habrá expuesto su propia teoría.
– Sí, lo ha hecho, pero ahora querría oír su opinión.
– Obviamente, para él la Virgen María tiene algún significado especial.
– Obviamente -repuso Chadzynski-. ¿Y qué más?
– La Virgen es el arquetipo de la madre abnegada y afectuosa…
– ¿Me está diciendo que ese hombre tiene problemas con su madre?
Chadzynski dejó escapar una risa cansada.
– En cierto modo, al asesino le importaba la víctima -dijo Darby-. Mantuvo a Emma Hale con vida durante varios meses. Cuando hallaron su cuerpo, llevaba la misma ropa que la noche de su desaparición. Y le disparó en la nuca.
– ¿Cree que ése es un dato importante?
– Sugiere que no era capaz de mirar a Emma Hale a la cara… que sentía algún tipo de vergüenza o remordimiento por tener que matarla.
Chadzynski se la quedó mirando durante lo que a Darby le parecieron unos minutos eternos.
– Darby, me gustaría que se incorporara a la CSU. Puede designar a quien quiera del laboratorio para que forme parte de su equipo. Además de sus responsabilidades como investigadora forense, me gustaría que fuese la segunda máxima responsable de la unidad encargada de investigar el caso. Trabajará junto a Tim Bryson. ¿Lo conoce?
– Sólo de vista -contestó Darby.
No sabía demasiado de él, más allá del hecho de que había estado casado y tenido una hija que murió de una variante extraña de leucemia. Bryson nunca hablaba de eso; era un hombre extremadamente reservado y no alternaba con los compañeros fuera del horario de trabajo. Otros polis decían que Bryson vivía completamente volcado en su trabajo, una cualidad que Darby admiraba en grado sumo.
– Se trata de una oportunidad magnífica para usted -señaló Chadzynski-. Será la primera técnica forense en la historia del departamento que consigue el cargo de investigadora principal en un caso.
– Sí, lo comprendo.
– Entonces, ¿por qué detecto cierto recelo?
– Si de veras le parezco la persona adecuada para el puesto, ¿por qué rechazaron mi solicitud?
– Después de su… incidente con el Viajero, el departamento le ofreció ayuda terapéutica y usted la rechazó.
– No creía necesitarla.
– ¿Y por qué no?
Darby entrelazó las manos en el regazo. No contestó.
– Sobrevivió a un suceso traumático -prosiguió Chadzynski-. Hay quien piensa…
– Con el debido respeto, inspectora, me importa un bledo lo que piense la gente.
La sonrisa de Chadzynski era cortés.
– Usted atrapó al Viajero; un asesino que hacía tres décadas que estaba en búsqueda y captura. Los mejores investigadores del FBI no pudieron dar con él y, sin embargo, usted lo consiguió. Me vendría muy bien su experiencia en el caso que nos ocupa.
– Necesitaré acceso a toda la información: el informe de la investigación, los resultados y las fotografías de la autopsia…
– Tim le enviará copias de todo hoy mismo.
– ¿Ha hablado con él sobre mi incorporación?
– Sí. Su ego está un poco magullado, pero lo superará. Ya sabe cómo son los hombres. -Le dedicó una sonrisa cómplice esta vez-. También creo que a estos dos casos no les vendría nada mal que una mirada nueva echase un vistazo a las pruebas, a las pocas que tenemos. ¿A quién recomendaría del laboratorio?
– A Coop y a Keith Woodbury -dijo Darby.
– Coop… ¿Se refiere a Jackson Cooper, su compañero de laboratorio?
– Sí. -Jackson Cooper, más conocido entre sus compañeros como Coop, era, además de amigo de Darby, lo más parecido que ésta tenía a una familia desde la muerte de su madre-. Coop participó en la investigación sobre el Viajero. Me vendría bien que me echase una mano.
– No conozco al señor Woodbury.
– Keith sólo lleva con nosotros unos meses; es nuestro nuevo químico forense.
Darby había trabajado con él en un caso reciente con un tiroteo. Woodbury era un investigador concienzudo y, sin lugar a dudas, una de las personas más inteligentes que había conocido.
– Pues los mandaré llamar para darles la bienvenida a bordo -dijo Chadzynski.
– Coop tiene el día libre y Keith se halla en un curso en Washington.
– En ese caso, dejaré que sea usted quien les dé las buenas noticias.
Chadzynski empleó una estilográfica de oro para hacer una anotación al dorso de una tarjeta de visita.
– Tal vez necesite más recursos en el laboratorio -observó Darby.
– Los tendrá. Ya lo he hablado con Leland; cuenta con todo su apoyo.
Chadzynski deslizó la tarjeta por la superficie de la mesa.
– El de arriba es mi número de móvil. Los números de Tim están anotados debajo. Espera su llamada. ¿Alguna pregunta más?
– De momento, no.
– Entonces, dejaré que se ponga manos a la obra.
La inspectora levantó el auricular del teléfono y se dispuso a marcar un número.