– Creía que no volvería a tener noticias suyas -dijo Darby mientras se preguntaba cómo diablos habría conseguido Malcolm Fletcher su teléfono.
– Quiero hablar con usted sobre el hombre que mató a Emma Hale.
– ¿Ha averiguado algo sobre él?
– Puede ser.
– ¿Y por qué quiere compartir esa información conmigo?
– Si no puedes deshacerte del cadáver oculto en tu armario, enséñale a bailar.
– ¿Otra cita de George Bernard Shaw?
– Muy bien. Creía que su generación había abandonado la lectura. ¿Qué sabe de Temístocles?
– Que fue un líder político ateniense.
– Impresionante -exclamó Fletcher-. Temístocles llevó a su pueblo a la victoria sobre los persas y luego fue condenado al destierro por los mismos a los que había salvado.
– No le sigo.
– Al final, todo se reduce siempre a una cuestión de grado: hasta dónde está dispuesta a llegar, hasta dónde está dispuesta a abrirse paso en medio de la oscuridad. No debería tener que advertirle a usted, precisamente a usted, de que la verdad constituye, la mayoría de veces, una carga insoportable. Tal vez debería reflexionar sobre eso.
– ¿Qué es lo que me está sugiriendo?
– Le hago extensiva una invitación a conocer al hombre que mató a Emma Hale y a Judith Chen.
– ¿Cómo sabe que fue el mismo hombre?
– A Judith Chen le dispararon en la nuca, como a Emma Hale; al menos eso es lo que dicen los periódicos. ¿Están relacionados ambos casos, doctora McCormick? ¿O puedo llamarte Darby? He leído tantas cosas sobre ti, que es casi como si ya te conociera.
– ¿Y cómo debería llamarlo yo?
– Piensa en mí como tu amigo secreto.
– ¿Y si me dice su nombre?
– ¿Cómo te gustaría llamarme?
– ¿Qué le parece Mefisto?
Una risa serena.
– ¿Te preocupa que pueda hacerte daño? -le preguntó Fletcher.
– Admito que se me ha pasado por la cabeza, sí.
– No te hice daño anoche.
– Habría sido difícil con un arma apuntándolo.
– Sugiero un encuentro a solas en el Instituto Sinclair de Salud Mental, en Denvers. Volveré a ponerme en contacto contigo dentro de dos horas.
– ¿Y si digo que no?
– Entonces te deseo mucha suerte para encontrar al hombre que mató a Judith Chen y a las demás mujeres. No tengo ninguna duda sobre tus capacidades. Desde luego, tu dedicación, y también tu inteligencia, son mucho mayores que la del detective Bryson. Él tendría que haber descubierto hace meses que faltaba el relicario.
Clic. Malcolm Fletcher había colgado.
Darby llamó a Tim Bryson. Le relató su conversación con el intruso y él la escuchó sin interrumpirla.
– No entiendo por qué quiere que vayas al Sinclair -comentó Bryson una vez que hubo terminado-. Ese sitio lleva abandonado… joder, al menos treinta años.
– Nunca había oído hablar del Sinclair.
– Fue antes de que tú nacieras, supongo. Construyeron el hospital hacia finales del siglo xviii. Era una especie de institución psiquiátrica para criminales enfermos mentales. En los setenta, una empresa privada se encargó de su gestión durante algún tiempo, y luego volvió a ser un hospital mental a cargo del Estado. Su demolición está prevista la primavera que viene, para construir un complejo de apartamentos, creo.
– Fletcher me ha dicho: «Te deseo mucha suerte para encontrar al hombre que mató a Judith Chen y a las demás mujeres». A lo mejor sabe algo sobre otra víctima, alguien a quien no hemos encontrado.
– Creo que lo que quiere es provocarte.
– Sabe lo del relicario desaparecido.
Bryson no contestó.
– La única prueba que tenemos por el momento es una huella latente sin identificar -observó Darby.
– Todavía no has examinado la ropa de Chen.
– Lo cual va a tener que esperar hasta el lunes, y no quiero pasarme todo el domingo sentada de brazos cruzados, calentando el asiento.
– Supongo que no hay manera de convencerte para que no vayas.
– Quiero saber por qué ha llamado Fletcher.
– Me reuniré contigo en el hospital -decidió Bryson-. Y traeré refuerzos, sólo por si acaso.