Capítulo 26

Coop debía terminar de examinar las joyas del interior de la vitrina hermética, y dijo que se reuniría con ellos en el depósito. Keith Woodbury ayudó a Darby a trasladar los artículos que necesitaba.

El cuerpo desnudo de Judith Chen yacía sobre una mesa de acero. Mientras Woodbury preparaba el equipo en una habitación contigua, Darby enchufó la Luma-Lite portátil y, con unas gafas de seguridad de vidrios tintados de color naranja, pasó la barra de luz por encima del cuerpo de Chen.

A 180 nanómetros, Darby halló manchas de sangre diluidas en la cara y el pecho de la mujer. En la frente detectó una marca con la forma de la letra T. A Darby le recordó un crucifijo.

Se paró varias veces a ajustar la longitud de onda de la luz. A 525 nanómetros, descubrió una huella latente completa y llamó a Coop.

– Bingo.

– No me jodas.

– No te jodo -dijo Darby-. Tengo una preciosa huella latente en la frente de la chica. Está en la punta de, no te lo pierdas, una cruz.

– ¿Me estás diciendo que lleva una cruz en la frente?

– Yo diría que la bautizó antes de tirarla al agua. ¿Es que no aprendiste nada en la escuela católica?

– He intentado bloquear todos los recuerdos -contestó Coop-. ¿Y cómo vamos a sacar la huella?

– Yo recomiendo usar Superglue; Keith está montando la cámara hermética ahora mismo. Meteremos el cuerpo de Chen en la cámara y una vez que el cianoacrilato haya hecho su efecto, podemos fijar la huella usando polvos ultravioleta y luego revelarla con algo como tinte Ardrox. Puesto que tú eres el experto en dactilares, te dejaré a ti hacer la llamada.

– Gracias.

– De nada -dijo Darby-. Y ahora, haz el favor de mover el culo hasta aquí y tráete ese pulgar latente parcial.

Darby dejó a Coop y a Woodbury a cargo de retirar la huella de la frente de Chen y se fue en coche a Natick.


Judith Chen vivía con una compañera de piso en un dúplex, en la esquina de una calle bulliciosa. Había un coche patrulla de Natick parado en la entrada. Por lo demás, el resto de la calle estaba tranquila. Bien. No había periodistas.

Darby le mostró su identificación al agente de guardia.

– El dormitorio está en el segundo piso, justo encima de las escaleras -le explicó él al tiempo que salía del coche-. Los padres han estado aquí antes. No se han llevado nada.

– ¿Y la compañera de piso de Chen?

– No lo sé. Volvió a casa de sus padres; es de Long Island, estoy casi seguro. Se marchó de aquí a principios de diciembre. Se ha tomado el semestre libre. Le entró miedo con la desaparición de Chen y ya no quiso seguir viviendo aquí sola. Le conseguiré su nombre y número de teléfono.

La casa estaba a oscuras. Darby encendió la luz y subió las escaleras.

Había un cuarto de baño en lo alto de la escalera. Estaba impoluto, y Darby se preguntó si la compañera de piso lo habría limpiado antes de irse.

Abrió el armario del baño y vio que la mitad izquierda estaba vacía. El lado derecho contenía objetos que, casi con toda probabilidad, pertenecían a Chen: frascos, tubos y botes de maquillaje y cremas de toda clase; montones de Alka-Seltzer y fármacos para combatir el resfriado. Había dos botes de medicamentos con receta: Paxil, un antidepresivo, y algo llamado Requip.

Darby echó a andar por el pasillo. Tardó unos instantes en encontrar el interruptor de la luz del dormitorio.

En la pared había una fotografía enmarcada de Judith Chen abrazada a un cachorro de labrador, la misma foto que Darby había colgado en la pared de su estudio.

Algunos de los marcos de foto estaban en el suelo, y Darby se preguntó si los padres se las habrían llevado ese mismo día. En la cama había un edredón de color rosa y cojines a juego. Darby se fijó en las marcas que, seguramente, habían dejado los padres al sentarse.

Darby se alegró de que, al parecer, la habitación estuviese en orden. Quería ver cómo había vivido aquella chica.

Sobre un escritorio diminuto descansaba un pequeño portátil Dell. Encendió el flexo. En la esquina de la mesa había apilados tres gruesos tomos de química y varios cuadernos de espiral. Todo estaba cubierto de polvo.

Darby se puso unos guantes de látex y examinó las páginas del cuaderno, llenas de complejas ecuaciones de química y álgebra.

Había pasado una hora cuando sonó su teléfono.

– Esto te va a encantar -anunció Coop-: la huella de la frente de Chen coincide con la huella parcial que encontramos en el tirador del joyero de Hale. La introduciré en el AFIS. Cruza los dedos.

Los cuadernos no contenían ninguna lista de asuntos pendientes, ni ningún post-it ni recordatorios escritos de su puño y letra, como dónde había quedado con sus amigos para cenar. En los cajones del escritorio encontró manuales de informática y varios ejemplares en rústica de las novelas de Jane Austen.

Darby encendió el ordenador y comprobó con alivio que no le solicitaba una contraseña.

Chen utilizaba el programa Microsoft Outlook para el correo y el calendario para anotar sus citas y compromisos. Darby revisó los meses previos a su secuestro y sólo encontró entradas con los horarios de las clases y las fechas de entrega de algunos trabajos.

Su teléfono volvió a sonar. Esta vez era Tim Bryson.

– Hemos catalogado los DVD de seguridad. ¿A que no adivinas cuáles faltan?

– Los del período que va desde el día de la desaparición de Emma Hale hasta el día en que se encontró su cuerpo -respondió Darby.

– Efectivamente. Yo voto por que asignemos a unos hombres para que vigilen a Hale y veamos si aparece Fletcher.

– Vi la cinta de seguridad. Si Fletcher trabaja para Hale, ¿por qué iba a colarse en el edificio?

– No lo sé. A lo mejor no trabaja para Hale. A lo mejor Fletcher va a intentar acercarse a Hale o a lo mejor, simplemente, trabaja solo. Lo único que digo es que deberíamos cubrir todos los frentes.

– Estoy de acuerdo. ¿Estás seguro de que la inspectora dará el permiso?

– Ése es el siguiente obstáculo. ¿Qué has descubierto tú?

Darby le habló de la huella latente hallada en la frente de Judith Chen y su coincidencia con la huella encontrada en el joyero de Hale.

Colgó y volvió a centrar su atención en el ordenador portátil. Los archivos guardados en Word contenían deberes de clase y varias redacciones para la asignatura de Lengua.

Había una pequeña carpeta con fotografías digitales de Chen con quienes parecían familiares y amigas. También encontró varias fotos con un perro y un gato blanco con el pelaje negro alrededor del ojo y el hocico.

Darby estaba examinando el historial de búsquedas de internet de Chen cuando su teléfono volvió a sonar.

– Buenas tardes, doctora McCormick.

Era el intruso, el hombre de los ojos extraños, Malcolm Fletcher.

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