Capítulo 16

Después de despedirse del comisario Grace, Glenn Branson cruzó la ciudad en el coche compartido que había cogido, un Opel azul que apestaba a desinfectante; resultado de que alguien vomitara o sangrara dentro la última vez que lo habían usado. Lo estacionó en la plaza que le correspondía del aparcamiento que había detrás del edificio anodino de la comisaría de policía de Brighton, entró por la puerta trasera y subió las escaleras de piedra hasta el despacho que compartía con otros diez detectives.

Eran las seis y veinte de la tarde. Técnicamente, esta semana terminaba el turno todos los días a las seis, pero estaba agobiado con el papeleo de una importante redada de drogas ocurrida el lunes y tenía permiso para hacer horas extras; además, necesitaba el dinero. De todos modos, hoy sólo iba a trabajar una hora más, hasta las siete. Ari iba a salir, tenía otro de sus cursos de autosuperación. Los lunes iba a clases nocturnas de literatura inglesa; los jueves, de arquitectura. Desde que había nacido su hija Remi, le entró pánico ante lo que ella consideraba su falta de formación y le dio miedo no ser capaz de contestar las preguntas de sus hijos cuando crecieran.

Aunque la mayoría de los ordenadores estaban apagados, ninguna de las mesas estaba recogida. Como siempre, parecía que todos los ocupantes de los cubículos vacíos los hubieran abandonado apresuradamente y fueran a volver enseguida.

Sólo quedaban dos compañeros trabajando: el detective Nick Nicholl, de casi treinta años, alto como un pino, policía entusiasta y delantero de fútbol rápido, y la sargento Bella Moy, de treinta y cinco años, rostro alegre y cabellera castaña enmarañada.

Ninguno de los dos lo saludó. Pasó por delante de Nick Nicholl, que estaba muy concentrado rellenando un formulario, la boca fruncida como un chico en un examen mientras escribía en mayúsculas con un bolígrafo. Bella miraba fijamente su pantalla de ordenador y, con la mano izquierda, como un autómata, cogía Maltesers de una caja que había sobre la mesa y se los llevaba a la boca. Era una mujer delgada, pero comía más que cualquier ser humano que Glenn Branson hubiera visto en su vida.

Mientras se sentaba a su mesa vio que la luz de mensajes parpadeaba, como siempre. Ari, su mujer, Sammy, su hijo de ocho años, y Remi, su hija de tres, le sonreían desde la fotografía que tenía en el escritorio.

Miró su reloj, ya que debía controlar la hora. Ari se enfadaba si llegaba tarde y se perdía el principio de la clase. Y, además, no era mucho pedir: había pocas cosas que valorara tanto como pasar tiempo con sus hijos. Entonces, sonó el teléfono.

Llamaban de recepción. Una mujer llevaba esperando una hora para verle y no iba a marcharse. ¿Le importaría hablar con ella? Todos los demás estaban ocupados.

– ¿Y yo no estoy ocupado? -le dijo Glenn a la recepcionista, dejando que la irritación asomara a su voz-. ¿Qué quiere?

– Tiene que ver con el accidente del martes, el novio desaparecido.

Suavizó el tono al instante.

– Vale. De acuerdo, bajaré.

A pesar de su tez blanquecina, Ashley Harper era exactamente igual de hermosa en persona que en la fotografía que había visto en el piso de Michael Harrison. Vestía unos vaqueros de diseño, con un cinturón de pedrería, y llevaba un bolso estiloso. La condujo a una sala de interrogatorios, sirvió un café para cada uno, cerró la puerta y se sentó frente a ella. Como todas las salas de interrogatorio, aquélla era pequeña y no tenía ventanas, estaba pintada de un color verde claro triste, tenía moqueta marrón y sillas y mesa metálicas grises y apestaba a humo rancio de cigarrillo.

Ashley dejó el bolso en el suelo. Unos ojos verdes preciosos enmarcados por el rímel corrido lo miraban desde un rostro pálido, apesadumbrado por el dolor. Le caían mechones de pelo castaño sobre la frente y el resto de la cabellera descendía con una sola onda a cada lado de la cara y sobre los hombros. Llevaba las uñas perfectas, como si viniera de hacerse la manicura. Su aspecto era inmaculado, lo que le sorprendió un poco. Las personas que se encontraban en su estado normalmente no se preocupaban por su aspecto, pero ella iba vestida para matar.

Al mismo tiempo, sabía lo difícil que era entender a las mujeres. Una vez, cuando su relación con Ari pasó por una etapa de incertidumbre, ella le había regalado el libro Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus. Le había ayudado a comprender un poco mejor el abismo mental que separaba a hombres y mujeres (pero no en su totalidad).

– Es difícil dar con usted -le dijo ella, y ladeó la cabeza, apartándose el largo pelo castaño de los ojos-. Le he dejado cuatro mensajes.

– Sí, lo siento. -Levantó las manos-. Dos de los hombres de mi equipo están enfermos y dos más se encuentran de vacaciones. Entiendo cómo debe de sentirse.

– ¿Sí? ¿Tiene idea de cómo me siento? Se supone que el sábado me caso y mi prometido está desaparecido desde el martes por la noche. Tenemos la iglesia reservada, el modisto va a venir para una prueba, hay doscientas personas invitadas y no dejan de llegar regalos de boda. ¿Tiene idea de cómo me siento?

Las lágrimas resbalaron por las mejillas de la chica. Se sorbió la nariz, buscó en su bolso y sacó un pañuelo.

– Mire, lo siento. He estado trabajando en la desaparición de… Michael…, su prometido, desde que hemos hablado esta mañana.

– ¿Y? -preguntó secándose los ojos.

Él meció su taza de café, que estaba demasiado caliente como para bebérselo. Tenía que dejar que se enfriará.

– Me temo que aún no hay nada -dijo, aunque aquello no era estrictamente cierto, pero quería escuchar lo que la chica tenía que decir.

– ¿Qué están haciendo exactamente?

– Como le he dicho esta mañana por teléfono, habitualmente, cuando alguien desaparece…

Ella le interrumpió.

– Por el amor de Dios, esto no es habitual. Michael lleva desaparecido desde el martes por la noche. Cuando no estamos juntos, me llama cinco, diez veces al día. Han pasado ya dos días. Dos putos días, ¡por el amor de Dios!

Branson examinó su rostro con detenimiento, en busca de algo que la delatara, pero no encontró nada. Sólo era una joven desesperada por obtener noticias de su amado. O -él siempre tan cínico- una actriz estupenda.

– Escúcheme, ¿de acuerdo? En circunstancias normales, dos días no son suficiente para alarmarse, pero estoy de acuerdo en que, en esta situación, hay algo extraño.

– Le ha pasado algo, ¿vale? No se trata de una situación normal de alguien que desaparece. Sus amigos le hicieron algo, lo pusieron en algún sitio, lo mandaron a algún sitio, no sé qué diablos le hicieron… Yo… -balbució.

La chica bajó la cabeza como para ocultar las lágrimas; buscó su bolso, lo encontró, sacó un pañuelo y se secó los ojos, sin dejar de negar con la cabeza.

Glenn se emocionó. La chica no tenía ni idea y aquél no era momento de decírselo.

– Estamos haciendo todo lo que podemos para encontrar a Michael -le dijo con dulzura.

– ¿El qué, por ejemplo? ¿Qué están haciendo?

Su dolor se levantó momentáneamente, como si lo llevara recogido como un velo. Luego, otro mar de lágrimas y sollozos hondos y espasmódicos.

– Hemos inspeccionado las inmediaciones del lugar donde se produjo el accidente y aún hay agentes allí. A veces, la gente se desorienta después de un accidente, así que estamos registrando todos los alrededores y también hemos emitido una alerta urgente. Hemos informado a todos los cuerpos policiales. A los aeropuertos y puertos marítimos…

De nuevo, ella volvió a interrumpirle.

– ¿Cree que se ha largado? ¡Dios santo! ¿Por qué haría eso?

– ¿Qué ha almorzado hoy? -le preguntó utilizando una técnica sutil que había aprendido de Roy Grace para saber si alguien mentía.

Ella lo miró sorprendida.

– ¿Que qué he almorzado hoy?

– Sí.

La miró fijamente a los ojos. Se movieron hacia la derecha: modo «Recuerdo».

El cerebro humano se divide en dos hemisferios, el derecho y el izquierdo. En uno se almacenan los recuerdos y en el otro tienen lugar los procesos creativos. Cuando se le pregunta algo a alguien, sus ojos se mueven casi invariablemente hacia el hemisferio que está utilizando. Algunas personas almacenan los recuerdos en el hemisferio derecho y otras en el izquierdo; el hemisferio creativo es el opuesto.

Cuando alguien dice la verdad, sus ojos se mueven hacia el hemisferio de los recuerdos; cuando miente, hacia el de la creatividad. Branson había aprendido a distinguir cuál era cuál observando los ojos ante la respuesta a una pregunta de control sencilla como la que acababa de formular, donde la necesidad de mentir sería inexistente.

– Hoy no he almorzado.

Ahora le pareció el momento oportuno de decírselo.

– ¿Hasta qué punto conoce el negocio de su prometido, señorita Harper?

– Fui su secretaria durante seis meses. Creo que no hay demasiado que yo no sepa.

– Entonces, ¿sabe lo de su empresa en las islas Caimán?

Auténtica sorpresa en su rostro. Sus ojos lanzaron una mirada a la izquierda. Modo «Construcción». Estaba mintiendo.

– ¿En las islas Caimán? -dijo ella.

– Él y su socio. -Hizo una pausa, sacó su libreta y pasó varias páginas-. Mark Warren. ¿Está al tanto de la empresa que tienen allí? Inmobiliaria Internacional HW.

Ella lo miró en silencio.

– ¿Inmobiliaria Internacional HW? -repitió.

– Eso es.

– No, no sé nada de eso.

Él asintió.

– De acuerdo.

Se había producido un cambio sutil en el tono de la voz de Ashley Harper. Gracias a las enseñanzas de Roy Grace sabía lo que significaba.

– ¿Me cuenta más?

– No sé mucho más, esperaba que me lo dijera usted.

Sus ojos lanzaron otra mirada a la izquierda. Otra vez el modo «Construcción».

– No -dijo ella-. Lo siento.

– De todos modos, seguramente no será importante -advirtió el policía-. Después de todo, ¿quién no quiere evitar al fisco?

– Michael es astuto. Es un hombre de negocios listo, pero jamás haría algo ilegal.

– No es lo que insinúo, señorita Harper. Intento establecer que quizá no lo sepa todo sobre el hombre con el que va a casarse, eso es todo.

– ¿Qué quiere decir?

De nuevo, Glenn levantó las manos. Eran las siete menos cinco. Tenía que marcharse.

– No tiene por qué querer implicar nada necesariamente, pero es algo que debemos tener en cuenta.

Le ofreció una sonrisa, pero ella no se la devolvió.

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