Mark cerró la puerta después de que Grace saliera, corrió al baño y vomitó en la taza del váter. Luego vomitó un poco más.
Se levantó, le dio a la cisterna y luego, se limpió la boca con agua fría. Tenía la ropa empapada en sudor y el pelo aplastado contra la cabeza. Con el grifo abierto, casi no oyó que sonaba el teléfono fijo.
Descolgó el auricular justo antes de que sonara por última vez y la llamada fuera desviada al contestador.
– ¿Diga?
– ¿Eres Mark Warren? -dijo una voz de hombre con acento australiano.
Algo en la voz hizo que Mark recelara al instante.
– Este número no figura en la guía. ¿Con quién hablo?
– Me llamo Vic. Estoy con su amigo Michael. Él me ha dado su número. En realidad, le gustaría hablar un segundito con usted. ¿Se lo paso?
– Sí.
Mark agarró con fuerza el auricular y se lo pegó a la oreja, temblando. Luego oyó la voz de Michael, era claramente la voz de Michael, pero emitió un sonido que Mark no había oído nunca. Era un grito de dolor que parecía comenzar en el fondo del su alma y luego estallar, como un tren saliendo de un túnel, en un crescendo de absoluta e insoportable agonía.
Mark tuvo que apartarse el teléfono de la oreja. El rugido murió, luego oyó que Michael gimoteaba. Entonces volvió a chillar.
– No, por favor, no, no. ¡No, no, no, no!
Luego oyó de nuevo la voz de Vic.
– Apuesto a que te preguntas qué le estoy haciendo a tu colega, ¿verdad, Mark? No te preocupes, lo descubrirás cuando llegue en el correo de mañana.
– ¿Qué quieres? -preguntó Mark, aguzando el oído, pero ya no oía a Michael.
– Necesito que transfieras un dinero de vuestro banco en las islas Caimán a un número de cuenta que voy a darte en breve.
– No es posible, aunque quisiera hacerlo. Hacen falta dos firmas para realizar cualquier transacción, la de Michael y la mía.
– En la caja fuerte que tenéis en el despacho de vuestra empresa hay documentos firmados por los dos en los que le dais poderes a un abogado de las islas Caimán. Los guardasteis allí el año pasado cuando os fuisteis a navegar una semana y esperabais cerrar un trato inmobiliario en las Granadinas que no prosperó. Olvidasteis destruir los documentos. Menos mal, ¿no?
Cómo coño sabía ese hombre eso, se preguntó Mark.
– Quiero hablar con Michael. No quiero oírle gritar de dolor, sólo quiero hablar con él, por favor.
– Por hoy ya has hablado suficiente con él. Voy a dejar que pienses en esto, Mark, y ya nos pondremos al día más tarde, tendremos una charla íntima. Ah, y Mark, ni una palabra de esto a la policía. Entonces sí que me enfadaría de verdad.
La llamada se cortó.
Al instante, Mark pulsó el botón de rellamada al último número entrante, pero no le sorprendió oír que la voz automatizada decía: «Lo sentimos, este número no está disponible».Volvió a marcar el número de Ashley. Para su alivio, contestó.
– Gracias a Dios -dijo-. ¿Dónde estabas?
– ¿Qué quieres decir, dónde estaba?
– He estado intentando localizarte.
– Bueno, he ido a que me dieran un masaje. Uno de los dos tiene que mantener la calma, ¿vale? Luego he pasado a ver a la madre de Michael y ahora estoy yendo a casa.
– ¿Puedes pasarte por aquí, ahora, ya?
– Hablas como si arrastraras las palabras, ¿has estado bebiendo?
– Ha pasado algo, tengo que hablar contigo.
– Ya hablaremos por la mañana.
– No puedo esperar.
El tono imperativo de su voz hizo efecto.
– De acuerdo -dijo Ashley a regañadientes-. Sólo que no sé si es buena idea ir a verte. Podríamos quedar en un sitio neutral. ¿Qué tal un bar o un restaurante?
– Genial, ¿un sitio donde todo el mundo pueda oírnos?
– Pues tendremos que hablar bajito, ¿vale? Es mejor a que me vean entrando en tu piso.
– ¡Dios santo! Estás paranoica.
– ¿Yo? Tú no eres el más indicado para hablar de paranoia. Di un restaurante.
Mark pensó un momento. Un coche de policía lo recogería dentro de media hora. El terreno estaba a una media hora en coche. Quizá sólo estaría diez minutos allí, luego media hora más para volver. Eran las ocho de la tarde de un lunes; los sitios estarían tranquilos. Le sugirió quedar a las diez en un restaurante italiano cerca del Teatro Real, uno que tenía un salón grande en la parte de arriba que casi seguro que estaría vacío aquella noche.
No lo estaba. Para su sorpresa, el restaurante era un hervidero; había olvidado que tras el festival de Brighton la ciudad aún estaba muy animada, con los bares y restaurantes abarrotados todas las noches. La mayoría de las mesas de arriba también estaban ocupadas y lo encajonaron en una mesa estrecha detrás de un grupo escandaloso de doce personas. Ashley aún no había llegado. El lugar era típicamente italiano: paredes blancas, mesas pequeñas con velas metidas en el cuello de botellas de chianti y camareros gritones y enérgicos.
El viaje de ida y vuelta a Crowborough había transcurrido sin incidentes: lo llevaron dos jóvenes detectives en un coche camuflado; se pasaron la mayor parte del trayecto de ida discutiendo sobre jugadores de fútbol y la mayor parte del de vuelta hablando de criquet. No mostraron ningún interés por él, aparte de comentarle que hacía una hora que tendrían que haber acabado su turno y tenían prisa por volver. Mark lo consideró una buena noticia.
Les indicó el camino al comienzo del sendero, con el guardaganado doble y luego se quedó sentado esperando a que pidieran por radio al equipo de búsqueda que se reuniera con ellos. Al cabo de poco tiempo, varios minibuses, encabezados por un Range Rover de la policía, llegaron en caravana.
Mark se bajó del coche y les explicó hasta dónde tenían que subir, pero no se ofreció a acompañarles. No quería estar presente cuando encontraran la tumba -y estaba claro que la encontrarían.
Se moría por una copa, pero no estaba seguro de lo que quería. Tenía sed, así que pidió una cerveza Peroni para salir del apuro y, luego, miró la carta para distraerse de sus pensamientos. Al cabo de unos momentos, llegó Ashley.
– ¿Sigues bebiendo? -le reprendió a modo de saludo.
Sin darle un beso, se sentó encajonándose frente a él y lanzó una mirada de desaprobación al grupo escandaloso de al lado, que se reía a carcajadas de un chiste. Luego, dejó su caro bolso rosa de Prada sobre la mesa.
Estaba más guapa que nunca, pensó Mark: vestida con una moderna blusa color crema con jirones, que insinuaba sus pechos de un modo muy erótico, y una pequeña gargantilla. Llevaba el pelo recogido. Parecía descansada y relajada y olía a un perfume maravilloso que reconoció, pero que no pudo identificar.
– Estás preciosa -le dijo sonriendo.
Ashley recorría impaciente la sala con la mirada, como si buscara a un camarero.
– Gracias, estás horrible.
– Enseguida entenderás por qué.
Medio pasando de él, Ashley levantó una mano y cuando por fin se acercó el camarero, le pidió imperiosamente una San Pellegrino.
– ¿Quieres vino? -dijo Mark-. Yo voy a tomar.
– Creo que también tendrías que beber agua. Ultimamente bebes demasiado. Tienes que parar, controlarte. ¿De acuerdo?
– De acuerdo. Quizá.
Ella se encogió de hombros.
– Vale. Haz lo que quieras.
Mark deslizó la mano por la mesa hacia la suya, pero Ashley la retiró y se sentó muy erguida, con los brazos cruzados firmemente.
– Antes de que se me olvide. Mañana es el entierro de Pete. A las dos, en la iglesia del Buen Pastor, en Dyke Road. El de Luke es el miércoles, aún no sé la hora. Y sobre los de Josh y Robbo aún no sé nada. Bueno, ahora dime, ¿qué es eso tan importante que tienes que contarme?
El camarero vino con el agua y pidieron la comida. Luego, cuando se alejó, Mark comenzó contándole lo del dedo.
Ashley negó con la cabeza con incredulidad, parecía escandalizada.
– No puede ser verdad, Mark.
Mark había guardado el dedo en el sobre acolchado dentro de la nevera de su piso, pero había cogido la nota y se la dio.
Ashley la leyó con atención, varias veces, articulando en silencio las palabras como si no diera crédito. Luego, de repente, la ira asomó a sus ojos y le lanzó una mirada acusadora.
– ¿Esto no será cosa tuya, Mark?
Ahora le tocó a él escandalizarse. Articuló la palabra en silencio antes de pronunciarla.
– ¿Qué? ¿Crees que tengo a Michael escondido en algún sitio y que le he cortado un dedo? Puede que no me caiga muy bien, pero…
– No te importa dejar que muera asfixiado en un ataúd, pero ¿jamás le harías algo horrible como cortarle un dedo? Vamos, Mark, ¿qué clase de gilipollez es ésta?
Mark miró a su alrededor, alarmado por lo mucho que Ashley había levantado la voz, pero nadie les prestaba atención.
Mark no podía creerse que estuviera emprendiéndola con él de esa forma.
– Ashley, vamos, soy yo. Dios mío, ¿qué te ha dado? Somos un equipo, tú y yo. ¿No es ése el trato? Nos queremos, somos un equipo, ¿verdad?
Ashley se ablandó, miró a su alrededor, luego se inclinó hacia delante, le cogió la mano, se la llevó a los labios y la besó.
– Cariño -dijo, en voz baja-. Te quiero muchísimo, pero estoy horrorizada.
– Yo también.
– Supongo que todos sobrellevamos el horror, el estrés, ya sabes, de formas distintas.
Mark asintió, acercó la mano de Ashley a su boca y la besó con ternura.
– Tenemos que hacer algo por Michael.
Ella negó con la cabeza.
– Es perfecto, ¿no lo ves? ¡No hacemos nada! Este hombre, Vic, va a pensar que Michael te importa porque es tu socio. -Sonrió-. ¡Es una situación increíble!
– No lo es. No te lo he contado todo.
Apuró la cerveza y miró a su alrededor, preguntándose si el vino estaba de camino. Luego, le contó la llamada que había recibido de Vic y los gritos de Michael.
Ashley lo escuchó en silencio.
– Dios santo, pobre Michael… Él… -Se mordió el labio y una lágrima resbaló por su mejilla-. Quiero decir… Mierda, mierda. -Cerró los ojos unos momentos, luego volvió a abrirlos y miró fijamente a Mark-. ¿Cómo…, cómo coño…, cómo ha encontrado ese hombre a Michael?
Mark decidió no mencionar la visita de Grace en este punto. Ashley ya estaba muy abatida.
– Lo único que se me ocurre es que tropezara con la tumba por casualidad. No es que estuviera muy bien oculta precisamente. Joder, los chicos sólo pensaban estar fuera una hora o dos como máximo. Yo la camuflé un poco, pero no habría sido difícil… Un excursionista podría haberla visto sin muchos problemas.
– Un excursionista es una cosa -dijo Ashley sombríamente-. Este tipo no es un excursionista.
– Quizá sea un oportunista. Encuentra a Michael, se imagina por toda la cobertura informativa que es el tipo rico al que está buscando todo el mundo… Es la oportunidad de su vida. Se lo lleva a otro sitio y nos manda una nota exigiendo un rescate; además de una prueba de que tiene a Michael.
– ¿Cómo…, cómo… sabes…, sabemos…, quiero decir…, cómo sabemos que es el dedo de Michael? -dijo Ashley titubeando.
– Hará unas tres semanas, Michael y yo estuvimos en el barco, haciendo trabajos de mantenimiento, un sábado por la tarde. ¿Te acuerdas?
– Vagamente.
– La puerta del lavabo se cerró y Michael se pilló el dedo índice. Empezó a pegar botes y soltar tacos. Lo puso debajo de un chorro de agua fría. Unos días después me lo enseñó y tenía una mancha negra en la uña. -Hizo una pausa-. El dedo que llegó tiene una mancha negra. ¿De acuerdo?
Llegó un plato abundante de aguacate, mozarela y tomates para Ashley; Mark recibió un enorme cuenco de minestrone.
– ¿Quieres llamar a la policía, Mark? ¿Contárselo a ese comisario? -dijo Ashley cuando el camarero volvió a marcharse.
Mark le dio vueltas a aquello y dejó que la sopa se enfriara mientras Ashley comenzaba a comer. Si se lo contaban a la policía y el hombre cumplía con su amenaza de matar a Michael, sería una salida elegante a la situación. Excepto que el grito de dolor de su socio le había dejado afectado. Antes, nada de aquello parecía del todo real. Los chicos muertos en el accidente. Ir a la tumba y sacar el tubo para respirar. Ni siquiera oír a Michael gritar desde dentro del ataúd le había afectado, en realidad no. No del mismo modo en el que le estaba afectando su grito de dolor.
– Michael debe de tener su Palm encima. Si sale con vida de ésta, va a saber que yo sabía dónde iban a enterrarlo.
– Desde que ocurrió el accidente, no nos hemos planteado ni una sola vez que saliera vivo -dijo ella. Luego, tras dudar un momento, añadió irritada-: ¿Verdad?
Mark se quedó callado. En estos momentos, tenía la cabeza, normalmente tan bien amueblada y centrada, hecha un lío. Nunca habían tenido la intención de hacer daño a Michael con la broma de la despedida de soltero; sólo era una venganza por todas sus jugarretas. En el plan original que había urdido con Ashley tampoco había entrado nunca hacer daño a Michael, ¿no? Ashley iba a casarse con él y quedarse con la mitad de sus acciones en Inmobiliaria Doble M. Cuando la tinta de los certificados estuviera seca, Mark y ella tendrían entre los dos los votos suficientes para asumir el control de la empresa. Echarían a Michael del consejo de administración y éste pasaría a ser sólo un accionista minoritario, con lo cual no le quedaría más remedio que aceptar que le compraran sus acciones a bajo precio.
¿Por qué coño se había quedado callado la noche que llegó a casa de Leeds y se enteró del accidente? ¿Por qué? ¿Por qué?
Pero sí conocía el verdadero motivo, por supuesto. Por puros celos. Porque nunca había soportado la idea de que Ashley se fuera de luna de miel con Michael… y la solución le había caído del cielo.
– ¿Verdad, Mark? -La voz insistente de Ashley interrumpió sus pensamientos.
– ¿Verdad, qué?
– ¡Eh! ¡Hola! ¿Alguna vez nos hemos planteado que saliera vivo de ésta?
– No, claro que no.
Ashley lo miró, fijamente, con firmeza.
Él le devolvió la mirada, reproduciendo una y otra vez los horribles gritos de dolor en su cabeza, mientras pensaba: «Ashley, tú no los has escuchado».