Max Candille era tan guapo que casi parecía imposible, pensaba Roy Grace cada vez que lo veía. Con sus veinticinco años, cabello rubio decolorado, ojos azules y facciones atractivas, era un adonis moderno. No había duda de que podría haber sido un modelo cotizado o una estrella de cine. Sin embargo, en su modesta casa pareada en Purley, una ciudad del área metropolitana de Londres, había elegido hacer de su don, como él lo llamaba, una profesión. Aun así, estaba convirtiéndose, sin hacer ruido, en una estrella mediática en alza.
El exterior insulso de la casa, con sus vigas imitación tudor, césped arreglado y un Smart limpio aparcado en la entrada, ofrecía pocas pistas sobre la verdadera naturaleza de su ocupante.
El interior de la casa -la planta baja, al menos, que era lo único que Grace había visto- era blanco. Las paredes, las moquetas, los muebles, las elegantes esculturas modernas, los cuadros, incluso los dos gatos, que se paseaban sigilosamente por la casa como versiones enanas de los guepardos de Siegfried y Roy, eran blancos. Y sentado delante de él, en una silla rococó recargada, con estructura blanca y tapizado de satén blanco, estaba el médium, vestido con un jersey de cuello alto blanco, vaqueros blancos Calvin Klein y botas de cuero blanco.
Sostenía delicadamente una taza de porcelana de té de hierbas entre el dedo y el pulgar y hablaba con una voz que rayaba el amaneramiento.
– Pareces cansado, Roy. ¿Trabajas demasiado?
– Te pido disculpas de nuevo por venir tan tarde -dijo Grace, y bebió un sorbo del expreso que Candille le había preparado.
– El mundo de los espíritus no se rige por el mismo marco temporal que el de los hombres, Roy. No me considero esclavo del reloj. ¡Mira! -Dejó el té en la mesa, levantó las dos manos y se subió las mangas para mostrar que no llevaba reloj-. ¿Ves?
– Eres afortunado.
– Oscar Wilde es mi héroe en lo referente al tiempo. Él siempre era impuntual. Una vez, cuando llegó excepcionalmente tarde a una cena, la anfitriona señaló enfadada el reloj de la pared y dijo: «Señor Wilde, ¿es consciente de la hora que es?». Y él contestó: «Querida señora, le ruego que me diga cómo puede saber esa dichosa maquinita qué está haciendo el gran sol dorado».
Grace sonrió.
– Muy buena.
– Bueno, ¿vas a decirme qué te trae por aquí o tengo que adivinarlo? ¿Es posible que se trate de algo relacionado con una boda? ¿Caliente?
– Esa no es de premio, Max.
Candille sonrió. Grace lo observó. No siempre acertaba, pero su índice de aciertos era elevado. Debido a su larga experiencia, Grace no creía que ningún médium fuera capaz de acertar siempre en todo, razón por la cual le gustaba trabajar con varios, a veces cotejando uno con otro.
Ningún médium con el que había trabajado hasta ahora había sido capaz de decirle qué le había sucedido a Sandy -y había ido a muchos-. Durante los meses que siguieron a su desaparición, había ido a ver a todos los médiums con cierta reputación que encontró. Varias veces lo había intentado con Max Candille, quien en su primer encuentro había sido muy sincero al decirle que sencillamente no lo sabía, que era incapaz de establecer ninguna conexión con ella. Algunas personas dejaban un rastro, toda clase de vibraciones en el aire, o en sus pertenencias, le había explicado Max. Otras, no dejaban nada. Era como si Sandy nunca hubiera existido, le contó el vidente. No podía explicarlo. No podía decir si había cubierto sus propias huellas o alguien lo había hecho por ella. No sabía si estaba viva o no.
Con Michael Harrison fue mucho más categórico. A los pocos segundos de coger el brazalete que Ashley le había dado a Grace, se lo lanzó al policía, como si le quemara en la mano.
– No es suyo -dijo enfáticamente-. Esto no es suyo.
– ¿Estás seguro? -preguntó Grace frunciendo el ceño.
– Sí, estoy totalmente seguro.
– Me lo dio su prometida.
– Pues tienes que preguntarle a ella y preguntarte a ti mismo por qué te lo dio. Esto no pertenece a Michael Harrison, seguro.
Grace volvió a envolver el brazalete en el pañuelo y se lo guardó en el bolsillo con cuidado. Max Candille era emotivo, y no siempre acertaba. Sin embargo, combinando sus comentarios sobre el brazalete con los de Harry Frame, algo le olió mal.
– ¿Y qué puedes decirme de Michael Harrison? -preguntó Grace.
El médium saltó de su silla, salió de la habitación, deteniéndose para lanzar besos a los gatos, y regresó al cabo de unos momentos con un ejemplar del News of the World.
– Es mi periódico preferido -informó a Grace-. Me gusta saber quién se tira a quién. Es mucho más interesante que la política.
A Grace también le gustaba leerlo, a veces, pero ahora no iba a reconocerlo.
– Estoy convencido -dijo.
El médium pasó un par de hojas y luego levantó el periódico para que Grace viera el titular con la fotografía de Michael Harrison debajo.
– «La búsqueda del novio ausente» -leyó.
Luego, el propio médium lo miró unos momentos.
– Vaya, mira, aquí incluso te citan. «"La desaparición de Michael Harrison es ahora una investigación principal para nosotros", declaró el comisario Roy Grace, de la policía de Sussex. "Hemos reforzado los efectivos para peinar la zona en la que creemos que se encuentra…"»
Luego volvió a mirar a Grace.
– Michael Harrison está vivo -dijo-. No tengo ninguna duda.
– ¿En serio? ¿Dónde? Tengo que encontrarle. Para eso necesito tu ayuda.
– Lo veo en un lugar pequeño, oscuro.
– ¿Podría ser un ataúd?
– No lo sé, Roy. Está demasiado borroso. Creo que no tiene mucha energía. -Cerró los ojos unos momentos y movió la cabeza despacio de izquierda a derecha-. No, tiene muy poca. Está casi sin batería, el pobre.
– ¿Qué quieres decir?
El médium volvió a cerrar los ojos.
– Que está débil.
– ¿Cuánto? -preguntó Grace, preocupado.
– Se está apagando, tiene el pulso débil, demasiado.
Grace lo miró, asombrado. ¿Cómo sabía aquello Max? ¿Estaba conectado con el éter? ¿O sólo lanzaba suposiciones a partir de una corazonada?
– Este lugar pequeño y oscuro, ¿está en el bosque? ¿En ciudad? ¿Bajo tierra o en la superficie? ¿En el agua?
– No lo veo, Roy. No puedo decirte.
– ¿Cuánto tiempo le queda? -preguntó Grace.
– No mucho. No sé si lo conseguirá.