Capítulo 38

– Puto bicho raro -le dijo Branson a Grace mientras se alejaban con el coche de casa de Harry Frame.

Grace, absorto en sus pensamientos, estuvo un rato sin decir nada. Durante la última hora, por fin había dejado de llover, y algunos rayos de sol tardío atravesaban el tul de nubes grises que se había posado sobre el mar.

– Supongamos por un momento que tiene razón.

– Vamos a comer y a beber algo -dijo Branson-. Me muero de hambre; estoy a punto de desmayarme.

El reloj marcaba las 20.31.

– Buena idea.

Glenn llamó a su mujer desde el móvil. Grace escuchó la conversación de Branson. Parecía bastante encendida y su amigo acabó colgando a media llamada.

– Está cabreadísima.

Grace le ofreció una sonrisa comprensiva. No era tan tonto como para comentar la situación doméstica de otra persona sin conocerla.

Unos minutos después, en la barra de un pub situado en lo alto de un acantilado que se llamaba Badger's Rest, Grace sostenía un Glenfiddich largo con hielo y se fijó en que su compañero estaba apurando la pinta de cerveza, a pesar de que tenía que conducir.

– Entré en la policía -dijo Branson- para tener una profesión de la que mis hijos pudieran estar orgullosos. Mierda. Al menos cuando era guardaespaldas, tenía vida propia. Podía bañar a mi Sammy y acostarle y tenía tiempo para leerle un cuento antes de irme a trabajar. ¿Sabes lo que acaba de decirme Ari?

– ¿Qué? -dijo Grace, que miró los platos especiales de la pizarra.

– Me ha dicho que Sammy y Remi están llorando porque les había prometido que esta noche estaría en casa y les leería cuentos.

– Pues vete a casa -le dijo Grace con delicadeza, y lo decía en serio.

Branson se acabó la cerveza y pidió otra.

– No puedo, sabes que no puedo. No tengo un trabajo de nueve a cinco, joder. No puedo marcharme del despacho tranquilamente como un funcionario gilipollas y decir: «A la mierda, me voy temprano que mañana es sábado». Se lo debo a Ashley Harper y a Michael Harrison. ¿No?

– Debes aprender a distanciarte -le dijo Grace.

– ¿En serio? ¿Y cuánto exactamente me distancio?

Grace se acabó el whisky. Le gustó. Primero la sensación ardiente en la garganta, luego en el estómago. Levantó el vaso hacia el camarero, pidió otro doble, puso un billete de veinte libras en la barra y pidió cambio para la máquina de tabaco. Hacía varios días que no furriaba, pero esta noche, las ganas de fumarse un cigarrillo eran demasiado fuertes.

El paquete de Silk Cut cayó en la bandeja de la máquina. Rompió el celofán y le pidió cerillas al camarero. Luego, encendió un cigarrillo e inhaló el humo, agradecido, hasta los pulmones. El sabor era más que exquisito.

– Creía que lo habías dejado -dijo Branson.

– Y así es.

Le sirvieron la segunda cerveza y Glenn y él entrechocaron los vasos.

– Tú no tienes vida propia y yo estoy destruyendo la mía. Bienvenido a la profesión de policía. -Branson meneó la cabeza-. Tu amigo Harry Frame es un tipo extraño. ¡Menudo bicho raro!

– ¿Te acuerdas de Abigail Matthews?

– ¿Esa niña de hace un par de años? Tenía ocho años, ¿verdad?

– Sí.

– La secuestraron delante de la casa de sus padres. La encontraste dentro de una jaula en un hangar del aeropuerto de Gatwick.

– Nigerianos. La habían vendido a una red de explotación sexual infantil de Holanda.

– Fue un trabajo de investigación increíble. ¿No fue en parte por este caso por lo que te ascendieron tan deprisa?

– Sí. Salvo que nunca le he dicho a nadie la verdad de cómo la encontré. -Era el whisky quien hablaba ahora, y no Roy Grace-. Nunca se lo he dicho a nadie porque…

– ¿Por qué?

– No fue un trabajo de investigación increíble, Glenn, por eso. Fue Harry Frame quien la encontró, con su péndulo. ¿Vale?

Branson se quedó callado unos momentos.

– Y por eso crees en él.

– También ha acertado en otros casos, pero no voy proclamándolo a los cuatro vientos. A Alison Vosper y sus amigos mandamases no les gusta nada que no encaje en los procedimientos habituales. Si quieres hacer carrera en la policía, tienen que ver que juegas según las reglas. Tienen que verlo, ¿vale? En realidad, no tienes que jugar según las reglas, siempre que crean que sí lo haces. -Apuró el segundo whisky mucho más deprisa de lo que era su intención-. Pidamos el papeo.

Branson pidió langostinos rebozados. Grace escogió un plato cien por cien malo para la salud: lacón con dos huevos fritos y patatas fritas; luego, encendió otro cigarrillo y pidió otra ronda de bebidas.

– Bueno, ¿qué hacemos ahora, perro viejo?

Grace miró a Branson entrecerrando los ojos.

– Podríamos cogernos un pedo -dijo.

– Eso no va a ayudarnos a encontrar a Michael Harrison, precisamente, ¿verdad? ¿O se me escapa algo?

– No se te escapa nada, que yo sepa. Pero son las… -Grace miró su reloj-. Las nueve de un viernes por la noche. A menos que vayamos a Ashdown Forest con una pala y una linterna, no sé muy bien qué más podemos hacer.

– Tiene que haber algo que se nos escapa.

– Siempre hay algo, Glenn. Lo que muy poca gente entiende es la importancia tan grande que tiene el azar en nuestro trabajo.

– ¿La suerte, quieres decir?

– ¿Sabes ese viejo chiste del golfista?

– Cuéntamelo.

– Dice: «Qué raro, cuanto más practico, más suerte tengo».

Branson sonrió.

– Entonces, ¿quizá no hayamos practicado suficiente?

– Creo que hemos practicado suficiente. Mañana es el gran día. Si el señor Michael Harrison está gastando la madre de todas las bromas, mañana será el momento de la verdad.

– ¿Y si no es así?

– Entonces, recurriremos al plan B.

– ¿Cuál es?

– No tengo ni idea. -Grace lo miró entrecerrando los ojos por encima del vaso-. Yo sólo he salido a almorzar contigo. ¿Recuerdas?

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