Roy Grace y Glenn Branson -que había llegado a Sussex House justo cuando Grace se marchaba- estaban sentados en el moderno salón minimalista de Ashley examinando el mensaje de texto muy mal escrito en su monísimo Sony Ericsson: «viVo. *£ llAmaaaa ponlicia».
Ashley estaba sentada frente a ellos, retorciéndose las manos, pálida y con los ojos llorosos. Parecía que había salido a algún sitio, pensó Grace al mirar su blusa color crema con jirones, el pelo, la falda de lino y al oler el poderoso perfume que emanaba. ¿Adónde? ¿Con quién?
Debería sentir pena por ella, lo sabía. Su prometido había desaparecido, su boda se había cancelado y, esta noche, en lugar de estar de luna de miel, estaba llorando en su casa de Brighton; sin embargo, no sentía pena, no podía sentirla. Lo único que sentía era unas sospechas tremendas.
– ¿Ha intentado llamarlo?
– Sí, y le he mandado un mensaje. El teléfono suena y desvía la llamada al buzón de voz.
– Es mejor que antes -dijo Grace-. Antes no sonaba, la llamada entraba directamente en el buzón de voz.
Branson jugueteaba con el teléfono, ya que se le daban mucho mejor esos chismes que a Grace.
– Lo mandó Michael Harrison, número de teléfono +44797 1134621 -anunció, luego pulsó un botón con el pulgar mientras se mordía el labio inferior, concentrado-. A las 22.28 de hoy.
Tanto Grace como Branson miraron su reloj. Hacía poco más de una hora.
Había tardado veinte minutos en llamarles, pensó Grace. ¿Por qué esperó veinte minutos?
Glenn Branson marcó el número y se llevó el teléfono a la oreja. Grace y Ashley lo observaron, expectantes. Al cabo de unos momentos, Branson dijo:
– Hola, Michael Harrison. Soy el sargento Branson, del Departamento de Investigación Criminal de Brighton. Llamo en respuesta al mensaje que le ha mandado a Ashley Harper. Por favor, llámeme o envíeme un mensaje al 0789 965018. Repito el número, 0789 965018.
Entonces, colgó.
– Ashley, ¿Michael normalmente le manda mensajes?
Ella se encogió de hombros.
– No mucho, pero sí. Ya sabe, mensajitos de amor, cosas así.
La chica sonrió de repente. Al ver la calidez que asomaba a su rostro y la belleza que parecía despertar, Grace vio que aquella mujer podría derretir casi cualquier corazón que se le antojara.
Branson sonrió.
– ¿Siempre escribe tan mal?
– No, normalmente no.
Grace miró de nuevo las palabras. «viVo. *£ llAmaaaa ponlicia».
Era como si lo hubiera escrito un niño, no un adulto. A menos, por supuesto, que lo hubiera escrito a toda prisa o mientras conducía.
– ¿Qué información pueden obtener con esto? -preguntó Ashley.
Grace estuvo a punto de decírselo, luego decidió no hacerlo. Con la pierna, tocó subrepticiamente la de Branson para indicarle que no lo contradijera.
– En realidad, no demasiada, me temo. Es una buena noticia en un sentido: sabemos que está vivo, pero es una mala noticia, porque es evidente que corre peligro. A menos que sea una broma.
Grace se fijó en que Ashley recorría la habitación con la mirada. Había estado observando su lenguaje corporal desde que les había abierto la puerta. Todo estaba pensado, todo lo hacía después de una pausa, nada era espontáneo.
– ¿No creerá todavía que Michael está gastando una especie de broma? -dijo incrédula.
Grace observó algo muy forzado y teatrero en su modo de decir aquello. Le contó que habían encontrado el ataúd: todos los detalles.
– Así que ha escapado, ¿es lo que cree?
– Quizá -dijo Grace-. O quizá Michael nunca estuvo ahí dentro.
– Ya, vale, ¿así que escarbó el interior de la tapa él mismo?
– Creo que es una posibilidad, sí; de todos modos, no tiene que ser, necesariamente, la correcta.
– Venga, vamos, ¡sea realista! Este mensaje es desesperado, ¿y ustedes se quedan ahí sentados vendiéndome una teoría de mierda sobre que se trata de una broma?
– Ashley, somos muy realistas -dijo Grace con calma-. Tenemos a todo un equipo en la Unidad de Investigaciones Principales trabajando. Tenemos a más de cien agentes buscando a Michael Harrison. El caso tiene cobertura informativa a nivel nacional… Estamos haciendo todo lo que podemos.
De repente, Ashley pareció arrepentida, una niña pequeña perdida y asustada. Miró dócilmente a los dos agentes de policía, los ojos muy abiertos. Se secó las lágrimas con un pañuelo.
– Lo siento -dijo sorbiéndose la nariz-. No pretendía emprenderla con usted. Se han portado tan bien, los dos. Es que estoy tan…, tan… -Se puso a temblar, el rostro desencajado tras un mar de lágrimas.
Grace se levantó con torpeza y Branson le siguió.
– No pasa nada -dijo Grace-. No hace falta que nos acompañe a la puerta.