Mientras regresaba con el coche a la central del Departamento de Investigación Criminal, Grace activó el manos libres del móvil y llamó a Glenn Branson.
– ¿Qué tal por Solihull? -le preguntó.
– Lloviendo chuzos. ¿Qué tal por Brighton?
– Lloviendo chuzos.
– Y la hermana de Ari se ha ido a acostar porque tiene migraña.
– O sea, que será una fiesta de cumpleaños increíble.
– Pero he sumado bastantes puntos viniendo. ¿Qué tal la boda?
– Un poco como será tu fiesta de cumpleaños. El anfitrión no ha aparecido.
– No me sorprende. Dime, ¿cuántos familiares de Ashley Harper han hecho acto de presencia?
– Sólo uno, que yo haya visto -dijo Grace-. Un tío. -Se detuvo en un semáforo-. Quería preguntarte algo. ¿Has comprobado la cuenta corriente y las tarjetas de crédito de Michael Harrison?
– Las estoy controlando continuamente. Desde el martes por la tarde nada. Lo mismo con el móvil. ¿Tú tienes alguna novedad?
– El helicóptero ha vuelto a despegar, pero no ha visto nada. Nicholl y Moy trabajan este fin de semana; están repartiendo la fotografía de Michael a la prensa y recogiendo todas las imágenes de las cámaras de circuito cerrado de la zona por la que sospechamos que puede encontrarse Michael Harrison. Un equipo ya ha comenzado a visionarlas. Vamos a tener que tomar una decisión respecto a si llamamos o no a agentes especiales para realizar un rastreo minucioso de la zona. Y a cada minuto que pasa me gusta menos su socio, Mark Warren.
– Cuenta.
– Aún no tengo nada en concreto, pero creo que sabe algo que no nos cuenta. Hay que investigarle.
– El equipo Holmes ya se ha puesto a trabajar en eso.
– Buen chico. Espera… -Grace se concentró un momento al arrancar cuando el semáforo se puso verde-. Creo que deberíamos investigar más a fondo su empresa, Inmobiliaria Doble M. Ver qué pólizas de seguro tienen.
– También tengo eso controlado y estamos investigando su empresa de las islas Caimán. ¿Qué piensas de Ashley?
– No lo sé -dijo Grace-. No tengo una opinión. Su interpretación es convincente. Creo que también deberíamos investigarla a ella. ¿Sabes lo que me parece raro?
– ¿Que no tenga familia? ¿Has visto esa peli, La última seducción, con Linda Fiorentino?
La señal telefónica se debilitó de repente y la voz de Branson llegó con interferencias.
– No la recuerdo.
– También salía Bill Pullman.
– No me suena.
– Ella también estaba en Hombres de negro.
– Vale.
– Merece la pena verla, La última seducción. Una mujer ambiciosa. Un final oscuro. En cierto modo, me recuerda a Ashley.
– La veré.
– Cómpratela en DVD. En «play.com» hay buenos precios.
– ¿Cuántas personas de veintisiete años conoces que no tengan familia? Tienes veintisiete años, vas a casarte, es el día más importante de tu vida y sólo puedes conseguir que un familiar asista a tu gran día.
– Podría ser huérfana. Hay que investigarla.
– Iré a hablar con la madre de Michael. Debe de conocer a su futura nuera.
– La mía sabía más cosas de Ari que yo antes de que me pescara.
– Ahí lo tienes.
Diez minutos después, Grace recorría el pasillo de la Unidad de Investigaciones Principales de la central del Departamento de Investigación Criminal, arrastrando la bolsa de plástico negra del depósito de cadáveres. Se detuvo junto a una hoja blanca colgada en un tablón rojo titulada «Diagrama: móviles comunes posibles». Era útil, a veces, refrescar la mente con estas tablas, aunque tenía la mayor parte de la información bien grabada en el cerebro. Leyó el diagrama:
Sexual. Celos. Racismo. Ira/Miedo. Atraco.
Poder. Mantener estilo de vida activo. Dinero.
Deudas. Homofobia. Odio. Venganza. Psicótico.
Pasó al siguiente tablón, titulado «Vía rápida». Debajo, decía:
1. Identificar sospechosos.
2. Oportunidades de inteligencia.
3. Examen forense de la escena.
4. Investigación de la escena del crimen.
5. Búsqueda de testigos.
6. Investigación de la víctima.
7. Posibles móviles.
8. Medios de comunicación.
9. Autopsias.
10. Interrogatorio a testigos significativos.
11. Otras acciones importantes.
«Medios de comunicación», pensó. Aquélla era una buena historia para los medios. Llamaría a sus contactos, comenzaría a airear la historia. Quizá con eso pondría las cosas en marcha. Siguió caminando y entró en la sala del SOCO, pequeña y prístina. Para empezar, decidió, llamaría al periodista del Argus Kevin Spinella.
Joe Tindall le esperaba en la primera de las dos habitaciones, conocida como la «sala húmeda». Había una pila de bolsas de papel marrón en el suelo, todas etiquetadas como «Bolsas de pruebas» con letras negras, un rollo de papel marrón sobre una encimera, un fregadero y una caja de aire alta.
– Gracias -dijo Joe Tindall cuando Grace le entregó la bolsa, con un tono mucho menos amistoso que cuando se habían visto antes, pero, al menos, más calmado.
El agente del SOCO abrió la bolsa de basura negra y sacó las bolsitas de tierra, luego las de la ropa. La mayoría de las prendas estaban muy manchadas de sangre. El hedor a putrefacción comenzó a emanar de las bolsas de ropa.
– Estas son muestras de tierra recogidas de las uñas y los zapatos de las víctimas -dijo-. ¿Quieres que veamos si podemos establecer una correspondencia con la muestra de tierra que me has traído antes?
– Del vehículo sospechoso, sí. ¿Cuánto puedes tardar?
– La persona encargada de hacer esto es Hilary Flowers. Un nombre muy apropiado, ¿no crees?
Grace sonrió.
– He recurrido a ella antes. Es buena.
– Es un genio del polen. Me ha conseguido varios resultados a partir de muestras de polen encontradas en la nariz de las víctimas; pero es cara.
Grace meneó la cabeza con frustración. Cuando ingresó en la policía, la cuestión era resolver crímenes. Hoy en día, cuando todo se subcontrataba a empresas privadas, importaban más los presupuestos.
– ¿Cuánto tiempo puede tardar?
– Normalmente, tarda dos semanas en entregar los resultados.
– No tengo dos semanas. Hablamos de alguien que podría estar enterrado vivo. Todas las horas cuentan, Joe. Tindall miró su reloj.
– Las seis y veinte de un sábado por la tarde. Vas a tener suerte.
Descolgó el teléfono y marcó. Grace observó su rostro, inquieto. Al cabo de unos momentos, Tindall dijo que no con la cabeza y susurró:
– El buzón de voz.
– ¿No se te ocurre nadie más?
Joe Tindall volvió a mirar el reloj.
– Es sábado por la tarde, Roy. Si me voy ahora y conduzco a mil por hora, puede que llegue a la segunda parte del concierto de U2 y que luego eche un polvo. Creo que comprobarás que todas las personas del planeta que podrían identificar estas muestras de tierra también tienen planes para esta noche.
– El chico que está enterrado vivo también tenía planes para hoy, Joe. Iba a casarse.
– Qué plasta.
– No te digo que no.
– No pretendo ser frívolo, pero ya he trabajado ciento diez horas esta semana.
– Bienvenido al club.
– No puedo hacer nada, Roy. Nada. Me conoces bien. Si pudiera sugerirte algo, lo haría. Si hubiera alguien, en algún rincón de Inglaterra, que ahora mismo pudiera analizar esta tierra para hoy, me subiría al coche e iría a verle; sin embargo, no conozco a nadie más. Hilary es la mujer. Te daré su número y puedes seguir intentándolo. Es lo único que puedo hacer.
Grace anotó el teléfono.