Roy Grace, que llevaba una camisa blanca de manga corta, una corbata triste y el cuello desabotonado, miró el mensaje de texto en su móvil y frunció el ceño: «¡No dejo de pensar en ti! Besos, Claudine».
¿Claudine?
Pasaban pocos minutos de las nueve de la mañana y tenía frío, sentado en su despacho delante de la pantalla del ordenador, que pitaba continuamente para avisar de la llegada de un nuevo mensaje de correo electrónico. Estaba hecho polvo y tenía un dolor de cabeza atroz. Llovía a cántaros y una corriente gélida entraba en la habitación. Durante unos instantes, contempló la lluvia que resbalaba por la ventana, miró las vistas sombrías de la pared del callejón y luego desenroscó el tapón de una botella de agua mineral que había comprado en una gasolinera de camino al trabajo, hurgó en un cajón de su mesa y sacó una caja de Panadol. Perforó el papel de aluminio y sacó dos cápsulas, se las tragó y luego miró a qué hora le habían mandado el mensaje: a las 2.14 de la madrugada.
Claudine.
Dios mío. Ahora cayó en la cuenta.
Era la vegetariana estricta que odiaba a la poli de la cita a ciegas del martes por la noche concertada a través de «Tu Cita». Fue muy antipática, la velada resultó un desastre y ahora le mandaba un mensaje. Estupendo.
Tenía el móvil en la mano, pensando en si contestar o simplemente borrarlo, cuando la puerta se abrió y Branson entró, vestido con un traje marrón impecable, una corbata de colores vivos y zapatos de dos tonos: marrón y crema. En una mano llevaba un café tapado de Starbucks y en la otra dos bolsas de papel.
– ¡Hola, tío! -lo saludó Branson, alegremente, como siempre. Se desplomó en la silla que había delante de Grace y dejó el café y la bolsa de papel sobre la mesa-. Veo que aún tienes una camisa.
– Muy gracioso -dijo Grace.
– ¿Ganaste anoche?
– No, no gané una mierda.
A Grace aún le dolía la derrota. Cuatrocientas veinte libras. El dinero no era problema para él, y no tenía deudas, pero detestaba perder, sobre todo perder tantísimo.
– Tienes una pinta horrible.
– Gracias.
– No, en serio. Tienes una pinta horrible.
– Es muy amable de tu parte venir hasta aquí a decírmelo.
– ¿Has visto El rey del juego?
– No me acuerdo.
– Con Steve McQueen. Le dejan limpio en una partida de cartas. Tenía un final buenísimo, te acordarías. El niño en el callejón le reta a apostar y él lanza su última moneda. -Branson quitó la tapa y derramó café en la mesa, luego sacó un cruasán de almendras, dejando un rastro de azúcar glas al lado de las gotas de café derramadas. Se lo ofreció a Grace-. ¿Quieres un mordisco?
Grace dijo que no con la cabeza.
– Deberías desayunar algo más sano.
– ¿En serio? ¿Para parecerme a ti? ¿Qué has desayunado tú? ¿Trigo orgánico?
Grace levantó la caja de Panadol.
– Es todo el alimento que necesito. ¿Qué haces aquí, en la Conchinchina?
– Tengo una reunión dentro de diez minutos con el jefe. Me han llamado para el Comité de Acciones Antidroga.
– Qué suerte la tuya.
– Todo es cuestión de perfil, ¿no es lo que me dijiste? ¿Que fuera visible a los jefes?
– Bueno, chico, lo has recordado. Me dejas impresionado.
– Pero, en realidad, no he venido a verte por eso, perro viejo. -Branson sacó una tarjeta de cumpleaños de la segunda bolsa y la colocó delante de Grace-. Estoy haciendo que la firme todo el mundo, es para Mandy.
Mandy Walker estaba en la unidad de protección infantil de Brighton. En el pasado, los dos, Grace y Branson, habían trabajado con ella.
– ¿Se marcha? -dijo Grace.
Branson asintió con la cabeza, luego dibujó una barriga embarazada con las manos.
– Creía que hoy estarías en el juzgado, la verdad.
– Se ha suspendido el juicio hasta el lunes.
Grace estampó su firma en la tarjeta junto a docenas de otros nombres; de repente, el café y la pasta olían bien. Mientras Branson daba un mordisco al cruasán, él alargó la mano, sacó el otro de la bolsa y le dio un bocado, saboreando el impacto instantáneo del dulce. Masticó despacio, mirando la corbata de Branson, que tenía un dibujo geométrico tan definido que casi se mareó. Le devolvió la tarjeta.
– Roy, ¿sabes ese piso al que fuimos el miércoles?
– ¿Por The Drive?
– Hay algo que no entiendo. Necesito la sabiduría de tus años de experiencia. ¿Tienes un par de minutos?
– ¿Tengo elección?
– El tema es éste -dijo Branson haciéndole caso omiso. Dio otro mordisco al cruasán y le cayeron azúcar glas y migas en el traje y la corbata-. Cinco tíos se van de despedida de soltero, ¿vale? Bueno…
Llamaron a la puerta; ésta se abrió y Eleanor Hodgson, la ayudante de apoyo a la gestión de Grace, entró con un fajo de papeles y expedientes. Era una mujer de mediana edad bastante escrupulosa y eficiente. Tenía el pelo negro y bonito y uñas facciones un poco anticuadas; parecía que casi todo la ponía de los nervios. En estos momentos, parecía nerviosa por la corbata de Glenn Branson.
– Buenos días, Roy -dijo-. Buenos días, detective Branson.
– ¿Qué tal? -contestó Glenn.
Eleanor dejó los documentos sobre la mesa de Roy.
– Han llegado un par de informes forenses de Huntingdon. Uno es el que estabas esperando.
– ¿El de Tommy Lytle?
– Sí. También tengo el orden del día y las notas informativas para la reunión de presupuestos de las once.
– Gracias.
Mientras Eleanor se marchaba del despacho, Grace hojeó deprisa el fajo y colocó el informe de Huntingdon arriba de todo. Huntingdon, en Cambridge, era uno de los institutos forenses que utilizaba la policía de Sussex. Tommy Lytle era él «caso abierto» más antiguo de Grace. Hacía veintisiete años, Tommy un niño de once años, volvía a casa una tarde de febrero después de salir del colegio. Nadie había vuelto a verlo. La única pista que hubo en aquel momento era una furgoneta Morris Minor, vista por un testigo que había tenido el aplomo de anotar la matrícula; sin embargo, nunca se había podido establecer ninguna conexión con el propietario, un bicho raro solitario con antecedentes por delitos sexuales contra menores. Y luego, hacía dos meses, por pura casualidad, la furgoneta había aparecido en el radar de Grace, cuando pararon a un entusiasta de los coches de época, que ahora era el propietario del vehículo, por conducir ebrio.
La tecnología forense había avanzado muchísimo en veintisiete años. Con los análisis modernos de ADN, los científicos forenses de la policía alardeaban, no sin razón, de que si un ser humano había estado en una habitación podían encontrar pruebas de su presencia, por mucho tiempo que hubiera pasado. Una sola célula epidérmica que hubiera escapado a las aspiradoras, o un cabello, o una fibra de ropa. Quizás algo cien veces más pequeño que la cabeza de un alfiler. Allí habría un rastro.
Y ahora tenían la furgoneta. Y el sospechoso original aún vivía. ¡Y los forenses la habían inspeccionado con microscopios!
A pesar del cariño que le tenía a Branson, de repente, Grace estaba impaciente por que se marchara para poder leer el informe. Si resolvía este caso, sería el caso abierto más antiguo que se hubiera resuelto en el país.
– Cinco tíos se van de despedida de soltero, ¿vale? -dijo Branson llevándose los restos del cruasán a la boca y hablando mientras masticaba-. El novio es un bromista de aupa, ha gastado bromas a todos los chicos en el pasado. Esposó a uno a un asiento del tren nocturno a Edimburgo cuando tenía que casarse en Brighton a la mañana siguiente.
– Qué majo -dijo Grace.
– Sí, justo la clase de gracioso que quieres que sea tu mejor amigo. Bien. Analicemos lo que tenemos. Empiezan cinco. En algún punto pierden al novio, Michael Harrison. Luego tienen un accidente de coche, tres mueren en el acto, el cuarto está en coma y muere anoche. Michael ha desaparecido, nadie ha sabido nada de él. Es viernes por la mañana y está previsto que se case dentro de poco más de veinticuatro horas.
Branson bebió un sorbo de café, se levantó un momento y paseó por el despacho. Se detuvo y miró un instante el rotafolio, en el que había escrita en azul una lista de turnos para algo. Pasó una página, luego cogió un rotulador para escribir en la hoja.
– Tenemos a Michael Harrison. -Anotó su nombre y lo rodeó con un círculo-. Tenemos a los cuatro chicos muertos. -Dibujó otro círculo-. Luego tenemos a la novia, Ashley Harper. -Rodeó el nombre con otro círculo-. Luego el socio, Mark Warren. -Dibujó otro círculo-. Y…
Grace lo miró socarronamente.
– Tenemos lo que sacamos de su ordenador ayer, ¿sí?
– Una cuenta corriente en las islas Caimán.
Con el rotulador aún en la mano, Branson volvió a sentarse delante de Grace.
– Dijiste que el socio no fue a la despedida de soltero -continuó Grace.
A Branson nunca dejaba de impresionarle la memoria de su amigo para los detalles. Siempre parecía retenerlo todo.
– Correcto.
– Porque su vuelo se retrasó y se quedó retenido fuera de la ciudad.
– Esa es la historia hasta la fecha.
– ¿Y qué dice él? ¿Dónde cree que ha ido Michael Harrison? ¿Se ha largado a las islas Caimán?
– Roy, ya has visto a la chica. Y estuvimos de acuerdo en que ningún tipo en sus cabales la plantaría y se largaría. Tiene una belleza que quita el hipo y es lista. Y… -Branson frunció la boca.
– ¿Y qué?
– Miente. Hice tu jueguecito de PNL, el truco de los ojos. Le pregunté si sabía algo de la cuenta de las islas Caimán y dijo que no. Mintió.
– Seguramente sólo le estaba protegiendo. Guardando las espaldas a su jefe, y prometido. -Grace se distrajo un instante al oír el pitido de otro mensaje entrante. Luego se concentró-. ¿Tú qué opinas?
– Que hay cuatro escenarios posibles: que sus colegas se vengaran de él y lo ataran en algún sitio. Que tuviera un accidente. Que le entrara miedo y se largara. O que las islas Caimán tengan algo que ver en todo esto.
Grace abrió uno de los mensajes marcado como urgente y vio que era de su jefa, Alison Vosper. Le preguntaba si estaba libre para una reunión informativa a las doce y media. Le contestó que sí mientras hablaba con Branson.
– Si tuvieran planeado gastarle una broma, como atarle a un árbol o algo así, el socio del tipo, Mark Warren, lo sabría.
– La señorita Harper dice que Warren sabe que planeaban algo, pero que no sabe qué decidieron.
– ¿Te has pasado por los pubs adonde fueron?
– Lo haré hoy.
– ¿Cámaras de circuito cerrado?
– También hemos empezado con eso.
– ¿Has examinado la furgoneta?
Por la mirada de pánico súbito en el rostro de Branson, Grace vio que no.
– ¿Por qué no? ¿No es el primer lugar que habría que inspeccionar?
– Sí, tienes razón. Aún no he empezado con eso.
– ¿Has emitido una alerta urgente?
– Sí, esta mañana hemos puesto en circulación una foto suya. Hemos emitido un aviso de desaparición.
Grace sintió como si un nubarrón cubriera el cielo. Desaparición. Cada vez que oía la palabra, lo recordaba todo otra vez. Pensó en esa mujer que Branson le había descrito, Ashley. Faltaba un día para su boda y su novio había desaparecido. ¿Cómo debía de sentirse?
– Glenn, has dicho que este tipo es un bromista. ¿Hay alguna posibilidad de que se trate de una travesura suya y que esté a punto de aparecer, con una gran sonrisa en los labios?
– ¿Habiendo muerto cuatro de sus mejores amigos? Tendría que estar muy enfermo. -Branson miró la hora-. ¿Qué haces para almorzar?
– A menos que me llame Julia Roberts, puede que esté libre. Bueno, dependo de que Número 27 no me entretenga más de media hora.
– ¿Cómo está la encantadora Alison Vosper?
Grace lo miró sombríamente y levantó las cejas.
– Más agria que dulce.
– ¿Has pensado alguna vez en tirártela?
– Sí, durante un nanosegundo, o quizás un femtosegundo. ¿No es la unidad más pequeña de tiempo que existe?
– Podría ser un buen movimiento para tu carrera.
– Se me ocurre otro mejor.
– ¿Como por ejemplo?
– Como, por ejemplo, no intentar tirarme a la subdirectora.
– ¿Has visto a Susan Sarandon en El compromiso?
– No me acuerdo.
– Pues me recuerda a Susan Sarandon en esa peli. Me gustó, es buena. ¿Quieres venir conmigo al depósito municipal, a la hora de comer, y seguimos hablando por el camino? Te invito a una pinta y a un sándwich.
– ¿Comida en el depósito? Guau, eso demuestra lo primero que he pensado al ver esa corbata. Tienes estilo.