Capítulo 39

Ashley, envuelta en su albornoz blanco, estaba repantigada en la cama viendo un episodio repetido de Sexo en Nueva York en el televisor de pantalla plana cuando sonó el teléfono. Se incorporó sobresaltada y casi derramó la copa de sauvignon blanc que tenía en las manos. El despertador marcaba las 23.18. Era tarde.

Contestó nerviosa, con voz entrecortada.

– ¿Sí, diga?

– ¿Ashley? Espero no haberte despertado, cielo.

Ashley dejó la copa de vino en la mesita de noche, cogió el mando y quitó el volumen del televisor. Era Gill Harrison, la madre de Michael.

– No -dijo-. Tranquila. No puedo dormir. No he pegado ojo desde… el martes. Dentro de un rato me tomaré un somnífero, el médico me lo ha recetado. Dice que me dejará fuera de combate.

De fondo, oyó ladrar a Bobo, el pequeño shih-tzu blanco de Gill.

– Quiero que lo pienses mejor, Ashley. Creo que debes cancelar el banquete de mañana.

Ashley respiró hondo.

– Gill… Lo discutimos todo ayer y hoy. No van a devolvernos el dinero cancelando tan tarde; hay gente que viene de todas partes, como mi tío de Canadá, que va a llevarme al altar.

– Es un buen hombre -dijo Gill-. El pobre…, ha venido desde tan lejos.

– Nos adoramos -dijo Ashley-. Pidió libre toda la semana para poder asistir al ensayo del lunes.

– ¿Dónde se está quedando?

– En Londres, en el Lanesborough. Siempre elige el mejor. -Se quedó callada un momento-. Se lo he contado, por supuesto, pero me ha dicho que vendría de todos modos para apoyarme. He podido hablar con mis amigas de Canadá para que no cogieran el avión, venían cuatro. Y tengo otros amigos en Londres a los que he convencido para que no vinieran. El teléfono lleva sonando dos días sin parar.

– Aquí también.

– El problema es que Michael ha invitado a amigos y compañeros de toda Inglaterra, y del continente. He intentado hablar con el máximo número de invitados, y Mark también…, pero… Al menos tenemos que cuidar de aquellos que sí se presenten. Y sigo pensando que Michael podría aparecer.

– Yo no lo creo, cielo, ya no.

– Gill, Michael gastó todo tipo de bromas a sus amigos cuando se casaron. Dos de ellos llegaron a la iglesia tan sólo unos minutos antes de que comenzara la boda, por culpa de lo que les hizo. Michael aún podría estar en algún sitio, encerrado o atado, sin saber nada de lo que ha pasado. Puede que aún tenga pensado llegar, o esté intentando llegar.

– Eres una chica encantadora, y una buena persona. Si vas a la iglesia y no aparece, te hundirás. Tienes que aceptar que le ha pasado algo. Han muerto cuatro personas, cielo. Michael debe de haberse enterado, si es que está bien.

Ashley se sorbió la nariz, luego comenzó a sollozar. Durante unos momentos, lloró inconsolablemente, secándose los ojos con un pañuelo que había sacado de una caja que tenía en la mesita de noche. Luego, sorbiéndose la nariz ruidosamente, dijo:

– Lo intento con todas mis fuerzas, pero no puedo. Yo… no dejo… de rezar para que aparezca. Cada vez que suena el teléfono creo que es él, ¿sabes? Que se reirá y me explicará que todo ha sido una broma estúpida.

– Michael es un buen chico -dijo Gill-. Nunca ha sido cruel y esto es demasiado cruel. No haría una cosa así; es incapaz.

Hubo un largo silencio. Al final, Ashley lo rompió.

– ¿Estás bien?

– Aparte de estar preocupadísima por Michael, sí, estoy bien, gracias. Carly está aquí.

– ¿Ha llegado?

– Sí, hace un par de horas, de Australia. Creo que mañana tendrá un poco de jet lag.

– Debería pasar a saludarla. -Se quedó callada un momento-. ¿Ves lo que quiero decir? Todas estas personas que han venido de tan lejos… Al menos tenemos que ir a la iglesia a recibirlas y ofrecerles algo de comer. ¿Puedes imaginar que Michael apareciera y nosotros no estuviéramos allí?

– Entendería… que has cancelado la boda por respeto a los chicos que han muerto.

– Por favor, Gill, por favor, vayamos a la iglesia a ver -dijo Ashley sollozando aún más fuerte.

– Tómate el somnífero y duerme un poco, cielo.

– Te llamaré por la mañana.

– Sí. Me levantaré pronto.

– Gracias por llamar.

– Buenas noches.

– Buenas noches -dijo Ashley.

Colgó el auricular, cargada de energía. Se dio la vuelta, sus pechos asomaron por el albornoz abierto, y miró a Mark, que estaba tumbado a su lado desnudo bajo las sábanas.

– ¡Estúpida! ¡No tiene ni idea! -Sus labios esbozaron una gran sonrisa, su rostro radiante de alegría-. ¡Ni idea!

Le rodeó el cuello con los brazos, lo abrazó con fuerza y lo besó apasionadamente, primero en la boca, luego se deslizó despacio por su cuerpo, más y más, torturándolo todo lo posible.

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