Capítulo 77

Realizó la llamada, pero necesitó cinco intentos para lograr pasar el puto fax. La primera vez, como había intentado hacerlo demasiado deprisa, no había cargado bien el papel y se había atascado. Había perdido diez minutos preciosos intentando desatascarlo sin rasgar el papel.

Había cogido el coche, lo cual era una estupidez teniendo en cuenta que había bebido, pero el despacho estaba demasiado lejos para ir y volver a tiempo caminando y no había querido arriesgarse a no encontrar un taxi.

Ahora, cruzando precipitadamente la puerta de su piso con menos de tres minutos para que se cumpliera el tiempo límite, fue directo al mueble-bar, se sirvió tres dedos de Balvenie y se los bebió de un trago. Notó el ardor en la garganta, luego se estremeció al notar que le quemaba aún más el estómago y cerró los ojos unos instantes.

Su móvil pitó. Había recibido un mensaje.

Se lo sacó del bolsillo y miró la pantalla: «¡Bien hecho, colega! Justo a tiempo».

El teléfono le vibraba en las manos de los nervios. ¿Dónde coño estaba ese hombre, Vic? Pulsó el botón «Opciones» para intentar ver la fuente del mensaje. Era un número que no reconoció. Torpemente, respondió. «¿Estamos en paz ya?». Luego pulsó el botón «Enviar». Al instante, oyó un pitido débil que indicaba que el mensaje se había mandado.

El whisky no le hacía efecto, al menos no le calmaba los nervios. Se dirigió con paso inseguro al mueble-bar, pero antes de llegar, el teléfono volvió a pitar. Otro mensaje: «Sal a la terraza, colega. ¡Mira abajo, a la calle!».

Mark fue directo a las puertas de la terraza, las abrió y pisó el suelo de tablones de teca. Luego cruzó el estrecho espacio, pasó por delante de dos tumbonas, puso las manos en la barandilla y miró abajo. Se oía la música que retumbaba en una discoteca gay que estaba unos metros más abajo y podía ver las calvas de los dos seguratas. Una pareja paseaba cogida del brazo. Tres chicas borrachas caminaban tambaleándose, chocándose entre ellas, riendo. El flujo de coches que pasaban era constante.

Miró hacia el extremo más alejado de la calle, preguntándose si era allí donde Vic quería que mirara, pero lo único que vio fue una pareja besuqueándose. Con el teléfono en la palma de la mano, tecleó «No te veo». Y mandó el mensaje. Volvió a escudriñar la calle.

Al cabo de unos momentos, hubo otro pitido. La contestación en la pantalla decía: «¡Estoy justo detrás de ti!».

Antes de que le diera tiempo a girarse, una mano fuerte lo agarró por atrás del cinturón y otra, del cuello de la camisa. Una fracción de segundo después, tenía los dos pies en el aire. Se le cayó el móvil al intentar desesperadamente agarrarse a la barandilla, pero estaba demasiado arriba y sus dedos sólo arañaron el aire.

Antes incluso de que pudiera gritar, lo lanzaron como una jabalina por la barandilla y se precipitó contra la acera.

Aterrizó de espaldas, y el impacto le rompió la columna vertebral por siete lugares y le destrozó el cráneo como si fuera un coco golpeado con un mazo.

Una de las chicas borrachas gritó.

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