Capítulo 51

Mientras volvía a subirse al Alfa, oyó el sonido de un mensaje en el móvil: «¿Quién dice nada de una relación? Yo sólo hablo de sexo. Besos».

Grace meneó la cabeza con incredulidad, perdiendo la esperanza de llegar a comprender alguna vez a las mujeres. El martes por la noche, Claudine se había portado como una cerda con él, reprochándole que fuera policía durante casi tres horas. Ahora, en respuesta a su mensaje de la mañana, ¿quería acostarse con él?

Y lo peor de todo era que, en realidad, estaba cachondo. Por primera vez en años. Claudine no era ninguna belleza, pero tampoco era vomitiva. Con la perspectiva de otra noche del sábado sin nada que hacer, casi le tentaba la idea de conducir hasta Guildford y tirarse a aquella vegetariana estricta que odiaba a los polis; pero no lo suficiente.

En estos momentos, tenía la cabeza llena de pensamientos más prosaicos, ya que iba enumerando todo lo que necesitaba para la búsqueda de Michael Harrison.


Poco después de las siete, la lluvia fue remitiendo y, acompañado por Linda Buckley, una agente de uniforme de unos treinta y cinco años, pelo rubio corto y rostro amable pero despierto, se bajó del coche y recorrió el sendero del jardín cuidado de la casita de Gillian Harrison y llamó al timbre. Éste despertó un ladrido agudo en el interior. Al cabo de un momento, la puerta se abrió y un perro blanco pequeño, con un lazo rosa en la cabeza, salió corriendo y se puso a mordisquear sus zapatos.

¡Bobo! ¡Ven aquí! ¡Bobo!

Grace mostró la placa a la mujer, a la que reconoció de la boda suspendida aquella tarde.

– ¿La señora Harrison? Soy el comisario Grace, del Departamento de Investigación Criminal de Brighton, y ella es la agente de la Unidad de Relaciones Familiares que les hemos asignado a usted y a la señorita Harper, la agente Buckley. Si necesitan algo, ella las ayudará.

Iba descalza, llevaba el cabello rubio plateado recogido en un peinado elegante, un fino vestido azul con adornos blancos y olía a tabaco. Ofreció una sonrisa fugaz a la agente y luego lanzó una mirada temerosa a Grace que provocó que el comisario sintiera pena por ella de inmediato.

– Sí, le recuerdo. Estaba en el banquete esta tarde.

– ¿Sería posible que habláramos un momento con usted?

Tenía los ojos llenos de lágrimas y el rímel corrido.

– ¿Le han encontrado? ¿Han encontrado a mi hijo?

Grace negó con la cabeza.

– Me temo que no, lo siento.

– ¿Quieren pasar? -dijo la mujer tras unos instantes de vacilación.

– Gracias.

La siguió a la pequeña sala de estar, luego se sentó en el sillón que le señaló, junto a una chimenea eléctrica que estaba apagada.

– ¿Les apetece beber algo? ¿Una copa de vino? ¿Un café?

– Un vaso de agua, por favor -dijo él.

– Yo nada -dijo la agente-. ¿Quiere que la ayude?

– No, gracias, muy amable.

El perro miró a Grace y emitió un aullido de súplica.

– ¡Bobo, calla! -le ordenó la mujer.

Servilmente, el perro salió con ella del salón.

Grace miró a su alrededor. Había un poster de El carro de heno en la pared, otro de los molinos Jack y Jill de Clayton, una gran fotografía enmarcada de Michael Harrison, vestido de esmoquin, rodeando con el brazo a Ashley Harper, vestida con un traje de noche, tomada sin duda en alguna reunión social; también observó otra fotografía de Michael Harrison mucho más joven, en pantalón corto, montado en una bici, y una fotografía de boda en blanco y negro de Gill Harrison y su difunto marido, imaginó Grace, por la información que le había proporcionado Glenn Branson. Vio lo mucho que se parecían Michael Harrison y su padre, un hombre alto y guapo de pelo castaño largo que le llegaba al cuello de la camisa. Por las solapas enormes y los pantalones de campana, dedujo que la habrían tomado en plenos años setenta.

Gill Harrison regresó, seguida del perro, con un vaso de agua en una mano y una copa de vino en la otra. Le dio a Grace el vaso y se sentó en el sofá delante de él.

– Siento mucho lo de hoy, señora Harrison. Debe de haberle resultado muy angustiante -le dijo después de coger el vaso y beber, agradecido, un trago de agua fría.

Una joven entró en la sala. Estaba bronceada, era ligeramente nariguda, tenía el pelo rubio, largo y desgreñado y llevaba una camiseta y vaqueros. Lucía aros en los labios y en las orejas y una bolita en la lengua.

– Ella es Carly mi hija. Carly, es el inspector jefe Grace, del Departamento de Investigación Criminal, y la agente Buckley -dijo Gill Harrison-. Carly ha venido de Australia para la boda.

– La he visto en el banquete, pero no hemos tenido ocasión de hablar -dijo Grace, que se levantó para estrecharle la mano reacia y, luego, volvió a sentarse.

– Encantada de conocerte, Carly -dijo la agente.

Carly se sentó en el sofá justo al lado de su madre y le pasó el brazo por el hombro de manera protectora.

– ¿Dónde vive en Australia? -le preguntó Grace, intentando ser educado.

– En Darwin.

– No lo conozco. He estado en Sydney.

– Yo tengo una hija que vive allí -dijo Linda Buckley con un tono jovial, intentando romper el hielo.

Carly se encogió de hombros, con indiferencia.

– Yo quería cancelar la boda y el banquete -dijo Gill Harrison-. Fue Ashley la que insistió. Sentía que…

– Es una zorra -dijo Carly.

– ¡Carly! -exclamó su madre.

– Disculpe -dijo Carly-. Todo el mundo está convencido de que es… -hizo un movimiento cursi de Barbie con las manos- tan dulce; pero yo creo que es una zorra calculadora.

– ¡Carly!

Carly le dio a su madre un beso en la mejilla.

– Lo siento, mamá, pero es lo que es. -Volviéndose hacia Grace, dijo-: ¿Usted habría insistido en celebrar el banquete?

Grace, mirándolas a las dos, reflexionó antes de responder.

– No lo sé, Carly. Supongo que estaba entre la espada y la pared.

– Mi hermano es el chico más dulce del mundo -dijo-. Sí.

– Parece que Ashley no le cae bien -dijo Grace, agarrando la oportunidad.

– No, no me cae bien.

– ¿Por qué no?

– A mí me parece una chica encantadora -terció Gill Harrison.

– ¡Vaya gilipollez, mamá! Tú sólo te mueres por tener nietos. Te alegras de que Michael no sea gay y punto.

– Carly, qué cosas más horribles dices.

– Sí, bueno, es la verdad. Ashley es una mujer fría y manipuladora.

Grace, que, de repente, se puso nervioso, intentó permanecer impasible.

– ¿Qué hizo que tuviera esa impresión, Carly?

– No la escuche -dijo Gill Harrison-. Está cansada y exaltada por el jet lag.

– Y una mierda -dijo Carly-. Es una cazafortunas.

– ¿La conocen ustedes bien? -preguntó Grace.

– Yo la he visto una vez y ya tuve suficiente -dijo Carly.

– Yo creo que es una chica estupenda -contestó Gill-. Es inteligente, hogareña, se puede hablar con ella, mantener una conversación como Dios manda. Se ha portado muy bien conmigo.

– ¿Conoce a su familia? -preguntó Grace.

– La pobre no tiene más familia que su encantador tío canadiense -dijo Gill-. Sus padres murieron en un accidente de coche mientras estaban de vacaciones en Escocia cuando ella tenía tres años. La criaron unos padres de acogida que eran unos desalmados. Primero vivieron en Londres, luego se marcharon a Australia. Su padre intentó violarla en repetidas ocasiones cuando ella era adolescente. Se fue de casa cuando tenía dieciséis años y se marchó a Canadá, a Toronto, donde su tío y su tía la acogieron. Su tía murió hace muy poco, según parece, y está muy afectada. Creo que Bradley y su mujer eran las únicas personas que le mostraron afecto. Ha tenido que arreglárselas sola en el mundo. La admiro mucho.

– ¡Eso son cuentos chinos! -dijo Carly.

– ¿Por qué dice eso? -preguntó Grace.

– Porque no la creí cuando la conocí. Y después de verla hoy, aún me la creo menos. No sé cómo explicarlo, pero no quiere a mi hermano. Lo sé. Puede que se muriera por casarse con él, pero eso no significa que lo quiera. Si lo quisiera de verdad, jamás habría aceptado esta farsa de hoy, habría estado demasiado destrozada. -Grace la miró con un interés cada vez mayor-. ¿Lo ve? -dijo Carly-. Así habla una mujer. Quizás una mujer con jet lag, como dice mi madre, pero una mujer. Una mujer cariñosa que quiere a su hermano. No como esa zorrona asquerosa que tiene por prometida.

– ¡Carly!

– A la mierda, mamá.

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