Capítulo 36

«No podías dormirte. Así era cómo sobrevivías. La hipotermia te provocaba sueño y cuando te dormías, entrabas en coma y luego morías.»

Michael estaba temblando, casi desvariando. Tenía frío, tanto, tanto frío; oía voces, oía a Ashley susurrándole al oído; levantó las manos para tocarla y sus nudillos golpearon la teca.

Le entró agua en la boca y la escupió. Tenía la cara pegada a la tapa del ataúd. La linterna ya no funcionaba, intentaba mantener el walkie-talkie por encima del nivel del agua, pero le dolía tanto el brazo que no iba a poder aguantar mucho más.

Se guardó el teléfono móvil, que estaba inservible, en el bolsillo de atrás de los vaqueros. Era incómodo, pero lo alzaba tres centímetros más. Para lo que pudiera servir. Iba a morir; no sabía cuánto tiempo le quedaba, pero no era mucho.

– Ashley -dijo débilmente-. Ashley, cariño.

Entonces, le entró más agua en la boca.

Siguió escarbando el agujero cada vez más ancho y profundo de la tapa con la carcasa de la linterna. Pensó en la boda de mañana. Su madre enseñándole el vestido que se había comprado, y el sombrero y los zapatos y el bolso nuevo; había querido su aprobación, saber que estaba guapa en su gran día, había querido que estuviera orgulloso de ella, que Ashley estuviera orgullosa de ella. Recordó la llamada de su hermana pequeña, desde Australia, muy emocionada por el billete que le había comprado. Carly ya estaría aquí, en casa de su madre, preparándose.

Le dolía tanto el cuello que no sabía cuánto tiempo más podría soportarlo; cada pocos minutos tenía que relajarse, hundirse, aguantar la respiración, dejar que el agua le cubriera la cara y, luego, volver a emerger. Pronto, ya no sería posible.

Llorando de desesperación y terror, golpeó la tapa, la aporreó. Pulsó de nuevo el botón de «Hablar».

– ¡Davey! ¡Davey! ¿Davey? Escupió más agua.

Todas las moléculas de su cuerpo temblaban. Volvió a oír las interferencias.

Le castañeteaban los dientes. Bebió un trago del agua turbia, luego otro.

– Por favor, por favor. Alguien, por favor, por favor, que alguien me ayude, por favor.

Intentó calmarse, pensar en su discurso. Tenía que dar las gracias a las damas de honor. Proponer un brindis por ellas. Debía recordar dar las gracias primero a su madre. Acabar con el brindis por las damas de honor. Contar historias divertidas. Pete le había dado un chiste buenísimo. Sobre una pareja que se iba de luna de miel y…

Luna de miel.

Estaba todo reservado. Cogían el avión mañana por la noche, a las nueve, rumbo a las Maldivas. En primera clase, eso Ashley no lo sabía, era su regalito secreto.

«Sacadme de aquí, imbéciles. Voy a perderme mi boda, mi luna de miel. ¡Vamos! ¡Ya!»

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