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«Trastotes vius escorgar e el eis s'aucira; ja al jorn de sa vida aicel plait no pendra ni.l pejor hom que aia no dezamparara.»

[(«Antes se dejara arrancar la piel en vivo o se matara

ya que tal plato jamás probaría en su vida

pues ni al peor de los suyos desamparara.»)]

Cantar de la cruzada, III-29


Pronto, en la mañana siguiente, tragando hiel, el Rey entró en Carcasona otra vez entre vítores de la ciudadanía que pronto se extinguieron al ver la expresión real.

El vizconde, rodeado de sus nobles, escuchó en silencio a su soberano. Al terminar éste, dijo:

– Señor, antes de abandonar a los míos, me dejaría arrancar la piel a tiras.

Los ojos de Hugo se llenaron de lágrimas. No por esperada la respuesta de su amigo dejaba de ser gallarda y admirable.

– De ese plato no probaré, puesto que jamás desampararía ni al peor de mis hombres -continuó el noble-. Idos, señor, que ya sabré defenderme.

Pedro apretó las mandíbulas, impotente. Su corazón le pedía quedarse allí, pero estaba obligado con el resto de sus vasallos y, aun deseándolo, no podía en aquel momento enfrentarse al legado del Papa. Abrazó a Raimon Roger Trencavel, sabiendo que era la última vez que vería vivo a aquel caballero modélico y, sin decir más, salió de la ciudad rodeado de un silencio que contenía mil reproches.

No se detuvo para despedirse de los cruzados, sólo lo hizo de su cuñado el conde de Tolosa y junto a sus cien caballeros, entre ellos Hugo de Mataplana, emprendió un amargo camino hacia sus tierras rezando por el vizconde, por sus vasallos y rumiando venganza. No era el único en su comitiva con ese deseo.

Desde el momento en que Bruna vio a Hugo, no dejó de pensar en cómo reunirse con él. Era imposible entrar en Carcasona, pero se dijo que tarde o temprano regresaría al campamento del conde de Tolosa, donde se encontraban los caballeros del Rey. Bruna pasó la noche en un duermevela angustioso. Había guardias en las caballerizas, Guillermo dormía en su misma tienda y Jean, el escudero, siempre estaba cerca. Tampoco parecía factible robar un caballo en la noche, porque, aparte de los centinelas, le sería difícil orientarse en la oscuridad sin tener a quien preguntar.

Al día siguiente, los cruzados se levantaron perezosos. La tregua decretada por el rey de Aragón continuaba, pero a media mañana el duque de Borgoña convocó asamblea de nobles y tanto Guillermo como Amaury se apresuraron a acudir.

Bruna aguardó un tiempo prudente, esperó a que Jean se ausentara, fue a los establos y pidió el destrer de Guillermo diciendo que éste le había ordenado que se lo llevara hasta la tienda del conde de Nevers. Los mozos no sospecharon nada; sabían que Bruna era paje de Guillermo y ésta lucía en su sobrevesta el león de los Montfort.

Condujo el caballo por las bridas hasta alejarse lo suficiente, para entonces montarlo y dirigirse al camino de Narbona y preguntar por el campamento de Tolosa. Lo encontró a la orilla del Aude y cuando los centinelas le detuvieron, dijo llevar un mensaje para Hugo de Mataplana, caballero del Rey.

– Todos los caballeros de Aragón se fueron hace horas con su Rey -respondió el guarda-. Llegáis tarde.

Un nudo se formó en la garganta de Bruna. ¡No podía ser! ¡No podía perderle ahora que estaban tan cerca!

Preguntó hacia dónde fueron, sin que supieran indicarle si habían tomado el camino de Narbona o el de Limoux, o si decidieron regresar por Foix. Insistió en que su mensaje era muy urgente e importante y que alguien debía de saber en el campamento hacia dónde fueron. Tuvo que esperar y al fin la llevaron ante el mismísimo conde de Tolosa, que la recibió sin duda curioso por un mensajero de los Montfort que hablaba occitano oriental y que tenía misiva urgente para un caballero del rey de Aragón.

– El recado es muy importante, señor -afirmó Bruna decidida a llegar hasta donde fuera preciso con tal de encontrarse con Hugo-. Es urgente que lo entregue.

– Mucho camino tendréis que recorrer -afirmó el conde-. Mi cuñado, el Rey, partió ofendido, triste y furioso, al galope con sus caballeros. Dijo que regresaba a sus dominios, pero tanto podía dirigirse a Montpellier, a Perpiñán o a Huesca. ¿De qué se trata eso tan urgente?

Se trata de amor, estuvo a punto de responder Bruna al taimado conde, pero al fin lo hizo con una evasiva dejándole pensativo tejiendo hipótesis e intrigas.

Ella regresó al camino y, al llegar a la encrucijada que le conducía al campamento, sopesó la posibilidad buscar a Hugo en aquel país en guerra. Al fin, comprendiendo que no tenía los medios y que sería una locura, estalló en llanto. Había perdido a Hugo de nuevo.

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