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«Señor noble rey alto oyd este sermón que vos dise don Santo, judio de Carrión.»

[(«Señor, noble y alto rey, escuchad las razones que os dirige don Santo, judío de Carrión.»)]

Rabí Sem Tob


Mientras, en el extremo sur de la ciudad, cerca de la sinagoga nueva, Hugo había localizado a Yehuda, el pariente de un comerciante judío establecido en las cercanías de Mataplana y que era vasallo de su padre. Hugo le traía con frecuencia recados de su familia en Cataluña y había un vínculo de amistad entre ambos.

– Yehuda, habladme sobre la sublevación judía -le pidió-. La vida de alguien a quien mucho quiero depende de ello y nada sabrán por mí ni el arzobispo ni el vizconde.

– Lo haré por lo mucho que os debe mi familia -repuso éste después de rumiar un rato-. Pero antes prometedme por vuestro Dios que lo que os cuente no será usado contra mi pueblo.

– Lo prometo, Yehuda.

– Existe una gran discordia entre los judíos, tanto de Narbona como los refugiados de Béziers y los de otras localidades de la región. -explicaba el hebreo-. Al contrario que en el norte de Europa, aquí y en Sefarad a los judíos se nos ha permitido, durante siglos, profesar nuestra religión y vivir en paz. No tenemos los mismos derechos que los católicos, pero algunos de los nuestros han obtenido incluso posiciones de alto rango en las administraciones de nobles y señores, incluidos grandes eclesiásticos, que nos han protegido de los cristianos más fanáticos. Pero la cruzada lo ha cambiado todo. Anteriores cruzadas dirigidas a Tierra Santa han dejado un reguero sangriento de matanzas de judíos como huella de su paso. Parece que lo mismo va a ocurrir en ésta. Uno de los crímenes de los que el Papa acusa al conde de Tolosa y al vizconde Trencavel de Carcasona es precisamente el de dar puestos de responsabilidad a los nuestros. Las propiedades de los judíos de Béziers han sido confiscadas y dadas a cambio de suministros para la cruzada. Ya no tenemos ninguna garantía ni para nuestros bienes ni para nuestras vidas.

– Y siguiendo la tradición hebrea de Narbona, habéis decidido defenderos con las armas -dedujo Hugo.

Simón le miró dubitativo unos momentos y le respondió:

– Narbona se puede traducir al hebreo como Ner binah, que significa luz e inteligencia. De aquí salió la Tora, que se extendió por todo el país, y muchas otras joyas del pensamiento y de la espiritualidad hebraica. Nuestra escuela se puede comparar con la de Babilonia. La tradición de los judíos de Narbona es la del saber profundo y la espiritualidad, no la guerra.

Hugo se limitó a afirmar con la cabeza, pero un esbozo de sonrisa en su faz denotaba que continuaba creyendo en la sublevación.

– ¿Creéis que tenemos alguna posibilidad con las armas? -preguntó Yehuda después de un pensativo silencio.

– Ninguna.

– Ése es el gran debate. La mayoría de los rabinos dice que debemos esperar, ver y, si las cosas se ponen muy mal, huir a los reinos hispanos, a la tierra que nosotros llamamos Sefarad. Dicen que si nos levantamos en armas, seremos derrotados y que entonces se nos exterminará sin piedad.

– Tienen razón.

– Pero hay un rabino, un tal Abraham bar Isaac, que no piensa así. Dice que ya hemos huido demasiado y que estamos aquí desde antes de que naciera Cristo. Esta tierra es más nuestra que de los católicos y dice que debemos usar nuestras mejores armas para combatir y defendernos. Y los más jóvenes están con él. Pone el ejemplo de Masada, la fortaleza judía que resistió a los romanos hasta el exterminio del último de los defensores.

– Por eso el barrio judío se está armando, ¿verdad?

– Sí, pero Abraham dice que, aunque habrá que usar espada y lanza, nuestra mayor arma será el espíritu.

Hugo rió.

– ¿Y qué va a hacer vuestro espíritu frente a la caballería de Simón de Montfort?

– Abraham es maestro en Cabala, ese conocimiento profundo nacido aquí y en Sefarad. Él practica el saber de la columna izquierda de la Cabala, el del que toma. Y la Cabala de la izquierda tiene una parte oculta, terrible. Abraham hará uso de ella para defender a nuestro pueblo.

– ¿Qué?

– Que Abraham y los suyos usarán armas de espíritu junto con las de acero. Y no sólo eso, tienen aliados cristianos.

– ¿El obispo Berenguer?

– Vos lo habéis dicho.

– ¿Abraham y Berenguer usarán la magia para derrotar a los cruzados?

– Vos lo habéis dicho.

El de Mataplana cerró los ojos como tratando de asimilar todo aquello. Y en aquel momento una terrible inquietud le asaltó.

– ¿Conocéis a una mujer mayor llamada Sara, que vende hierbas, condimentos y remedios?

– Sí. Dios le ha dado a Sara el don de la videncia.

– Sara estaba esta mañana en el palacio del arzobispo. Me pareció muy extraño. ¿Os lo explicáis vos?

– Ella está muy cercana a Abraham, por lo tanto, también al arzobispo. Quizá le llevara algún mensaje.

El caballero, cada vez más angustiado, dedujo que si Sara había reconocido a Bruna, y se lo dijo a Abraham, éste se lo contaría a su aliado el arzobispo Berenguer.

– Gracias, Simón -dijo Hugo levantándose casi en un salto-. Me tengo que ir, mis amigos están en peligro.

Y salió precipitadamente a la calle para correr en dirección a la posada. Tuvo la suerte de no encontrar ninguna patrulla nocturna del vizconde o del arzobispo, pero la desdicha de llegar tarde a su destino.

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