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«Li abas de Cistel no cujetz que s'omblit

lo compte de Nivers en a el somonit

mas anc no i volc remandre ni estar ab nulh guit,

ni lo coms de Sant Pol, que an apres cauzit.»

[(«El abad del Císter no estuvo ocioso

y propuso al conde de Nevers (como señor de Carcasona),

pero éste de ningún modo quiso quedarse,

tampoco el conde de Saint Pol, al que después eligió.»)]

Cantar de la cruzada, IV-34


Carcasona


Cuando llegaron al campamento de los Montfort, lo encontraron desmantelándose. La tienda de Guillermo estaba intacta, pues Jean esperaba su regreso, pero el resto del clan se estaba ya instalando en la ciudad, ahora vacía de gente, pero repleta de enseres. A los ribaldos no se les dejaba entrar para evitar rapiñas e incendios. Sólo las mesnadas de los nobles lo hacían y éstos decidieron el reparto de los botines.

Guillermo dejó a su acongojado paje, lloroso y deprimido, en su tienda, con su escudero Jean encargado de que nadie le molestara. La visión de los refugiados y de los muertos le había afectado mucho.

Jean, excitado y feliz, le contó que el duque de Borgoña y los condes de Nevers y Saint Pol habían rechazado el vizcondado y, entonces, el abad del Císter se lo ofreció a Simón, que lo aceptó para servir al Señor de los cielos, aunque a condición de que los grandes nobles regresaran si él se encontrara en apuros. Éstos asintieron.

En la mañana del 15 de agosto de 1209, día de la Virgen María, Simón de Montfort fue proclamado nuevo vizconde y recibió los juramentos de fidelidad de los «soldados de Cristo» que decidieron quedarse después de cumplida la cuarentena a la que el Papa sometía a los que se cruzaban.

Guillermo fue a rendir honores a su tío. Lo encontró aposentado en la sala de recepciones del impresionante castillo condal, en reunión con algunos de sus nuevos caballeros.

– ¡Guillermo! -gritó el viejo Montfort justo cuando entraba-. Me alegro de veros.

El joven hincó la rodilla frente a su tío en pleitesía.

– Necesito a caballeros valientes como vos. En pocos días todos los grandes nobles se habrán ido junto a sus tropas y quedaremos unos pocos rodeados de gentes hostiles, hasta finales de primavera, en que volverán los cruzados. Os necesito un tiempo y después podréis continuar vuestros estudios eclesiásticos.

– Contad conmigo, tío, pero primero tengo que terminar de servir al abad del Císter en la misión que me encomendó.

– Que así sea -acordó el nuevo vizconde.

El abad Arnaldo se había instalado en el mejor de los palacios de la ciudad, muy próximo a la catedral. Después de un rato de espera, le recibió.

Finalizados los saludos de rigor, Guillermo pasó a relatarle su encuentro con el templario, el juicio de Dios y el testamento donde mencionaba al grupo secreto de los caballeros de Sión. Omitió el descubrimiento de Bruna.

– ¡Claro! Peyre Roger de Cabaret es otro de los conjurados de Sión y se encontraba aquí, en Carcasona, entre los sitiados, ayudando a su amigo. De haberlo sabido yo antes, no hubiera escapado vivo de la ciudad. Sin duda el vizconde Trencavel, ahora desposeído, es también uno de ellos, pero a éste le tenemos aquí, en prisión, y le haré hablar.

– Legado, ha llegado el momento en que me contéis toda la intriga -expuso Guillermo con firmeza-. No os puedo servir bien en esa ignorancia en la que me queréis mantener. Vos sabéis mucho más de lo que admitís. ¿Qué es Sión?

– Los caballeros de Sión son un grupo secreto del que formaban parte algunos templarios y caballeros seglares. Ya os hablé de la existencia de una conjura de contaminados por la herejía arriana.

– Así que niegan la divinidad de Cristo…

– Exacto. Le consideran mensajero de Dios, pero humano. O casi. No están lejos de como lo ven los judíos y los musulmanes.

– ¿Y qué contienen esos legajos?

– El conde de Tolosa Raimundo IV, bisabuelo del actual, fue uno de los líderes de la primera cruzada que tomó Jerusalén. Estaba obsesionado con la búsqueda de huellas físicas de la vida de Jesús. Naturalmente, no pudo encontrar reliquias con la suficiente garantía de que pertenecieran a nuestro Señor, pero sí distintos documentos en arameo que, traducidos, hablaban de un Cristo humano. Y toda su descendencia y la de sus parientes. Trencavel que fueron a Tierra Santa como cruzados buscaron documentación complementaria. Esos legajos pretenden probar que Cristo no es Dios.

– ¡Eso es terrible!

– ¡Claro que lo es! -Arnaldo se había puesto en pie excitado-. Lo que nos diferencia básicamente a los buenos cristianos católicos de los arrianos es sólo ese dogma. ¡Esos documentos pretenden la destrucción de nuestra Iglesia!

– ¿Y qué relación tiene Sión con los cátaros? -quiso saber Guillermo.

– Ninguna. Sión cree en un Jesucristo físico y los cátaros, en uno sólo espiritual. La parte física de Cristo es para ellos sólo una ilusión. Para la Iglesia es mucho más peligroso el arrianismo.

– Pero la cruzada se hizo contra los cátaros.

– ¡Claro! ¿Cómo íbamos a convencer a los señores del norte para cruzar contra una sociedad secreta? Los cátaros no dejan de ser herejes que merecen la hoguera. Claro que es importante erradicarlos, pero lo que me interesa verdaderamente es destruir a los conjurados de Sión. Los de Sión son nobles, algunos de ellos eclesiásticos, que quieren acabar con la Iglesia de Roma y apoderarse de las riquezas y posesiones de los obispados y las abadías. Ésos son los verdaderamente peligrosos. Hay que destruir a los nobles occitanos, a todos aquellos sobre los que pueda haber duda de su fidelidad a Roma, y sustituirlos por francos.

– ¿Y qué papel tenía en eso la Dama Ruiseñor?

– ¿Bruna de Béziers? -se preguntó el abad como si ya se le hubiera olvidado-. Ya no importa, está muerta.

– Debo entender qué relación tenía ella con todo esto -insistió Guillermo-. ¿Por qué la queríais muerta?

– No tenía relación alguna. Ése era otro asunto. Olvidaos ahora de eso, lo importante es recuperar los documentos. De momento, Cabaret no está a nuestro alcance. Ya se intentó una escaramuza, pero aquellos pasos estrechos y valles escarpados son una trampa mortal. Fuimos derrotados. ¿Pensáis vos llegar hasta allí?

– Sí.

– ¿Cómo?

– Iré fingiendo ser trovador. Sé que en Cabaret son muy bien recibidos.

– ¿Trovador? Es una buena idea -comentó Arnaldo pensativo-. Pero vuestro acento os descubrirá.

– He contratado a un juglar occitano y yo me fingiré aquitano. Los juglares y trovadores viajan a grandes distancias, no se extrañarán. Además, ya hablo bastante la lengua de oc.

– Bien, bien -gruñó el legado satisfecho-. Veo que no me equivoqué con vos.

Guillermo se despidió con la bendición del abad y fue a encontrarse con su primo.

Algo le quedó muy claro en su conversación: Arnaldo continuaba ocultándole información; sólo le contaba lo inevitable. No habría puesto el abad tanto interés en la muerte de Bruna si se tratase de una bobada. Pero era muy interesante lo que dijo sobre el propósito de la cruzada; a Guillermo le sorprendió que los cruzados dejaran escapar a los judíos y que no hubieran quemado a cátaros en la hoguera al tomar Carcasona. Ahora lo entendía. El abad del Císter tenía objetivos más importantes. Sin duda, era a Trencavel, personaje clave en Sión, al que Arnaldo quería. Y eran los nobles de Sión a quienes el legado deseaba muertos.

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