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«Guays e jausents xanti per Fin'Amor car e xausit jent e plasent aymia.»

[(«Alegre y contento canto por Fin'Amor, ya que escogí seductora y gentil amiga.»)]

Fray Hugo Prior


Alarmado por la noticia, Hugo, olvidándose del honor que la Dama Loba le confería al recibirlo en su alcoba, apresuró el final del encuentro para salir a la búsqueda del señor de Cabaret. Supo que éste cazaba en un valle cercano y, dejando a Bruna y Guillermo en el recinto amurallado, galopó a su encuentro. Le fue fácil hallarlo; al ver un halcón atacando una paloma, sólo tuvo que seguir el vuelo de éste, que terminó en el puño enguantado en cuero de Peyre Roger, que se encontraba junto a otros caballeros. Después de los saludos de rigor, el joven le pidió hablarle a solas y tan pronto se alejaron del grupo, inquirió por los legajos.

– ¿Cómo vos, que estáis tan cerca del rey Pedro, me preguntáis eso? -repuso Peyre Roger de Cabaret, extrañado.

– Yo creía que vos los custodiabais -contestó Hugo.

– Como caballero de Sión, sois mi hermano, conocéis su contenido y debéis conocer su paradero, puesto que su protección es vuestro deber -contestó el de Cabaret-. Me sorprende que el Rey no os lo dijera.

– Vengo directamente de estar con el Rey. Y de haberlo sabido él, con toda seguridad me hubiera advertido de ello.

Peyre Roger de Cabaret le miró sorprendido. La alarma se reflejaba en su mirada.

– Tengo un documento del Rey que me pide que ceda la custodia de los legajos a un hermano nuestro, también caballero de Sión, naturalmente…

– ¿A quién? -cortó Hugo impaciente.

– A Berenguer, arzobispo de Narbona.

– ¡El tío bastardo de Pedro II!

– Sí, y además, los documentos, tanto reales como arzobispales, los trajo Elie, el mayordomo de Berenguer, al que conocemos personalmente -repuso Peyre Roger-. La carga de la séptima mula está en su poder.

– Esto es muy extraño. ¿Me permitís ver el documento?

– Naturalmente, tan pronto lleguemos al castillo.

Al mostrarle Peyre Roger el pergamino del Rey, Hugo exclamó:

– Es falso el sello, es falsa la firma.

– ¿Qué?

– Que conozco muy bien el estilo y los documentos de mi señor. Vos habéis visto bastantes menos que yo. Os puedo asegurar que alguien los falsificó.

– ¿El arzobispo?

– Quizás.

– ¿Por qué lo haría? Él es caballero de Sión.

– No lo sé -repuso Hugo-. Iré a verle para averiguarlo.

– Esperad aún unos días. Preparo mañana una expedición contra los cruzados y me gustaría que participarais.

Hugo dudó unos instantes. Deseaba salir de inmediato para Narbona, pero Guillermo le inquietaba aún más que los documentos. Se dijo que la batalla sería un buen lugar para comprobar si las promesas de Guillermo de combatir a los suyos eran ciertas. Si se echaba atrás, le mataría sin dudarlo.

Al regresar a la sala donde dormían, Hugo no halló a sus compañeros, pero sí a Raimon de Miraval tañendo su vihuela.

– Buenos días, Raimon -le dijo-. ¿Preparáis alguna cansó a las virtudes de la Dama Loba?

– No a ella, pero sí por su encargo.

– ¿Y qué es?

– Algo muy especial y secreto.

– ¿Aun para un buen amigo?

El trovador le sonrió.

– No lo debiera ser para vos, que sois de la Orden secreta de Sión.

– ¿Y cómo lo sabéis si es secreto? -se extrañó Hugo, molesto.

– No hay secretos para la Dama Loba -dijo con una sonrisa triste-. No soy el único que se rinde a sus encantos, y a los hombres se nos va la lengua en los brazos del amor.

Hugo soltó un resoplido. La dama era lenguaraz. ¿Respondería aquello a un propósito oculto de la señora de Cabaret?

– ¿Tanto poder tiene para que un caballero de Sión le diera el nombre de otro?

– No lo hizo uno, sino varios.

El joven caballero movió la cabeza en gesto de disgusto.

– Y la Loba confía en mí y me cuenta lo que ella quiere que yo sepa -dijo Miraval-. Pero por el amor que os tengo a vos y a vuestro padre, si me dais vuestra palabra de mantener el secreto, os diré en qué me ocupo.

– Hecho.

– ¿Habéis oído hablar del número áureo?

– ¿Tiene que ver con la leyenda de Pitágoras y, después, Platón?

– No es leyenda. Fueron grandes sabios.

– ¿No es ése el número que rige la creación, el número de Dios?

– El número que crea la armonía de la vida -repuso Miraval-. El que marca las proporciones de nuestros cuerpos, el que coincide con el crecimiento de las espirales de los caracoles, el 1,6238.

– ¿Qué ocurre con él?

– Es la fórmula del encantamiento en la música.

– ¿Encantamiento?

– Exacto -Miraval sonreía-. Encantamiento viene de canto. Es encantado quien queda sometido al poder del canto o, de lo que es lo mismo, del sortilegio. Pero no cualquier música lo consigue, no cualquier canto. Sólo los de la cadencia del número áureo, puesto que se acopla a nuestro ritmo interno.

– ¡Pero eso es magia!

– Sí, pero magia blanca -repuso Miraval-. La magia del amor, la del Joy.

– ¿Y así Loba pretende que caigan aún más en sus redes?

– Sois cruel con ella. Sólo quiere extender el Joy, la Fin'Amor, por el mundo.

– También se hace llamar Dama Grial -contestó Hugo-. Y con el amor extiende su poder.

Hugo quedó meditabundo. La Dama Loba cultivaba su propia religión, una religión donde el amor era dios y ella, la papisa. Y tenía intenciones ocultas.

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