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«E sitot lop m'appellatz, no m'o tenh a deshonor, ni se.m baton li pastor ni se.m per lor casstz.»

[(«Y aunque lobo me llaméis, no lo tengo a deshonor, ni que los pastores me den caza ni que me apaleen.»)]

Peyre Vidal


Los guardas en vigía desde los altos riscos que dominaban el valle del Orbiel en las primeras estribaciones de la Montaña Negra observaron a aquel curioso trío y de inmediato enviaron señal, que se transmitió de centinela a centinela hasta el cuerpo de guardia. De no montar corceles caros, al cargar sus instrumentos a la espalda, les habrían tomado por saltimbanquis o comediantes. Pero sus medios les elevaban a la categoría de juglares y, con toda seguridad, trovadores. Y éstos eran siempre bienvenidos en Cabaret.

Cuando en un recodo, sin posible escapatoria, los soldados les interceptaron, el que mandaba reconoció de inmediato a Hugo y le dio la bienvenida con una amplia sonrisa.

– Es grato ver que aún llegan amigos, a pesar de los tiempos del diablo que nos toca vivir -les dijo.

El grupo reemprendió su marcha y Guillermo observaba como las señales les seguían y adelantaban mediante centinelas colocados estratégicamente a ambos lados del valle. No le sería fácil a su tío Simón apoderarse de Cabaret.

– Hay quien dice que Cabaret es el castillo del Grial -comentó al rato Hugo aprovechando la marcha tranquila.

– ¿Del Grial? -respondieron a coro Bruna y Guillermo.

– Sí, y que Orbia de Pennautier, la llamada Dama Loba de Cabaret, es la Dama Grial.

– Sí, he oído hablar de ella y del Grial -repuso Bruna-. ¿Y por qué le llaman también Loba? -inquirió Bruna.

– Es apodo de familia. A su padre le llamaban el Lobo de Pennautier. ¿Conocéis la historia del trovador Peyre Vidal y la Dama Loba?

– Algo oí -repuso Bruna.

– Yo no -dijo Guillermo curioso.

Hugo le miró de reojo dudando si contar la historia o no, pero al final, para no aumentar innecesariamente la tensión, decidió hacerlo.

– Peyre es uno de los trovadores occitanos más brillantes y, como tantos otros grandes señores y trovadores, llegó a Cabaret atraído por la leyenda de la belleza y virtudes de la Dama Loba. Y como la mayoría, quedó prendado de ella tan sólo verla. La trovaba tanto como podía, pero ella, siempre amable y risueña, le daba largas diciéndole que él era gran poeta y práctico en la Fin'Amor y que con toda seguridad sus promesas las repartía con otras damas. Él, para demostrar que sólo a ella amaba y requería, empezó a usar el lobo como divisa, vistiendo ropas en las que ese animal aparecía bordado para que todos supieran que sólo era de ella. Pero la dama seguía cortés sin parecer impresionada, así que Peyre Vidal recurrió a un golpe de efecto. Se cubrió con una capa de pieles de lobo y se hizo cazar por un grupo de pastores y sus perros. Éstos se tomaron el juego demasiado en serio y, después de un rato de corretear por el monte, los perros lo alcanzaron y le trataron a dentelladas. Parece que tampoco los pastores fueron amables, puesto que hicieron lo que con un lobo apresado: le apalearon. Malherido, fue acarreado hasta el castillo de Cabaret, donde Orbia y su esposo Jourdan recibieron riendo la última ocurrencia del infeliz Peyre, que dejó de ser tan infeliz cuando fue curado, en recompensa, por las manos de su dama.

– ¿Y sobrevivió?

– Sí que lo hizo. A pesar de su humildad con la Dama Loba, Peyre era un tipo altanero y fanfarrón que estuvo un tiempo en la corte de Ricardo Corazón de León, otro en la del conde de Tolosa y después hizo su periplo por las cortes del norte de Italia, de Aragón y Cataluña, de León y Castilla.

– ¿Tan bella es la dama? -inquirió Bruna-. ¿Qué edad tiene?

– Sí que lo es, mucho -repuso Hugo-. Nadie sabe su edad exacta. Cuando la historia de Peyre Vidal, debía de estar en los veinte. Ahora superará los treinta, aunque todo el mundo dice que está más esplendorosa que nunca. Pero el mayor atractivo en ella es su ingenio y humor. Se la llama la señora del Joy de la Fin'Amor, y muchos dicen que el Joy es el verdadero Grial y que el castillo que vamos a visitar es el del Rey Pescador de la leyenda.

– Sí, ¿pero qué piensa el marido de una dama a la que todos trovan y cortejan? -inquirió Guillermo.

Hugo rió a gusto.

– Pues, al principio, Jourdan de Cabaret se sentía honrado con tanto trovador proclamando por toda la cristiandad que su esposa era la más bella e ingeniosa dama -repuso cuando terminó de reír- hasta que, alertados por tantas alabanzas, llegaron los grandes señores.

– ¿Y qué pasó?

– Que los poderosos trajeron costosos regalos, concedieron favores y se enamoraron sin tener la contención y paciencia de los pobres trovadores. Parece que bastantes regresaron felices a sus dominios.

– ¿Y qué hizo Jourdan? -quiso saber Bruna.

– Imagino que, al principio, se tragó las lágrimas. Después quiso repudiarla, pero la dama tenía ya demasiados amigos poderosos y la Iglesia no le dejó.

– ¡Uff! -resopló Guillermo.

Continuaron en silencio, pero el franco no podía evitar observar los riscos, los lugares apropiados para emboscadas y los centinelas en sus puestos de los montes. Aquella ruta era difícil para cualquier intruso por potente que fuera su tropa.

Pero cuando tras un recodo del camino, bajo el sol de la tarde, vio al fin el enclave, quedó definitivamente impresionado.

Tres castillos, conectados entre sí por diferentes muros, torres y otros elementos defensivos, coronaban un grupo de montes que se elevaban escarpados por encima de la confluencia del río Orbiel y del torrente Gresilhou.

Una vegetación, dominada por cipreses y pinos, contrastaba con las piedras claras de las fortificaciones, pero, a pesar de su imponente aspecto defensivo, aquel lugar parecía lejano a la guerra, de fiesta. Pendones y gallardetes con los colores de los señores locales y de los nobles visitantes ondeaban por doquier y en especial en el mayor de los castillos, donde las ventanas lucían edredones y otras telas coloristas.

Bruna se dirigió a Hugo para exclamar:

– ¡Qué hermoso!

Éste sonrió amable y a la vez complacido.

– Es la patria del Joy, de la Fin'Amor. El dominio de la Dama Loba.

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