Capítulo 101

Sábado, 17 de enero de 2010

Grace se sentó en la pequeña sala de interrogatorios del Centro de Custodia, junto al agente Foreman que, al igual que él, tenía formación especial en técnicas de interrogatorio de testigos y sospechosos. Sin embargo, en aquel momento su formación no les estaba valiendo de mucho. John Kerridge había adoptado la táctica del «sin comentarios», gracias al listillo de su abogado, Ken Acott.

Sobre la mesa estaba la grabadora con tres casetes vírgenes. En lo alto de las paredes, dos cámaras de vídeo los observaban, como pájaros algo inquisitivos. El ambiente era tenso. Grace estaba de un humor de perros. En aquel momento no le habría importado alargar el brazo por encima de la estrecha mesa de interrogatorios, agarrar a Kerridge por el cuello y sacarle la verdad a aquel mierdecilla a base de apretárselo, fuera un discapacitado o no lo fuera.

Acott los había informado de que su cliente se encuadraba en el espectro del autismo. Kerridge, que seguía insistiendo en que le llamaran Yac, sufría el síndrome de Asperger. Su cliente le había informado también de que había salido del taxi persiguiendo a una pasajera que había echado a correr sin pagar. Resultaba evidente que era a la pasajera de su cliente a quien tenían que haber detenido, y no a su cliente. Este estaba siendo discriminado y perseguido debido a su discapacidad. Kerridge no haría ningún comentario si no era en presencia de un médico especialista.

Grace decidió que en aquel momento tampoco le importaría estrangular al capullo de Acott. Se quedó mirando al educado abogado con su traje de corte perfecto, su camisa y su corbata; sentía incluso el olor de su colonia. Contrastaba con su cliente, también vestido con traje, camisa y corbata, pero que era un personaje patético.

Kerridge tenía el cabello corto y oscuro, peinado hacia delante, y un curioso rostro acongojado que podría haber resultado incluso atractivo, de no ser porque tenía los ojos un poco más juntos de lo normal. Era delgado y de hombros caídos, y parecía absolutamente incapaz de estar inmóvil. Se agitaba como un escolar aburrido.

– Son las nueve en punto -dijo Acott-. Mi cliente necesita una taza de té. Tiene que tomarse una cada hora, a las horas en punto. Es su ritual.

– Tengo noticias para su cliente -dijo Grace, mirando fijamente a Kerridge-: esto no es un hotel Ritz-Carlton. Se le dará té fuera del horario habitual en que se sirve el té cuando yo decida que se le puede dar. En todo caso, si su cliente tuviera la bondad de mostrarse más dispuesto a cooperar (o quizá si su abogado tuviera la bondad de mostrarse más dispuesto a cooperar), estoy seguro de que podríamos hacer algo para mejorar la calidad de nuestro servicio de habitaciones.

– Ya se lo he dicho, mi cliente no va a hacer ninguna declaración.

– Tengo que tomarme el té -dijo Yac de pronto.

– Te lo tomarás cuando yo diga -respondió Grace, observándolo.

– Tengo que tomármelo a las nueve en punto.

Grace se lo quedó mirando fijamente. Se produjo un breve y tenso silencio; luego Yac le devolvió la mirada y dijo:

– ¿El váter de su casa es de cisterna alta o de cisterna baja?

La voz del taxista demostraba vulnerabilidad; algo que le tocó un nervio a Grace. Desde la noticia del secuestro en Kemp Town dos horas antes y del descubrimiento de un zapato en la acera donde supuestamente había tenido lugar, había habido novedades: un joven había ido a buscar a su novia para asistir juntos a un elegante evento celebrado media hora después del momento del secuestro y ella no le había abierto la puerta. Tampoco había respondido al teléfono móvil; le saltaba siempre el buzón de voz.

Ya se había establecido que la última persona que la había visto era su monitor de kick-boxing, en un gimnasio de la zona. Ella se había mostrado muy animada, a la espera de aquella noche, aunque algo nerviosa ante la perspectiva de presentar a su novio en familia.

Podía haberse arrepentido, pensó Grace. Pero no parecía capaz de dejar plantado a su novio y de decepcionar a su familia de aquel modo. Cuanto más oía al respecto, menos le gustaba la situación. Aquello provocaba que aún estuviera más furioso.

Furioso ante la petulancia de Ken Acott.

Furioso ante aquel desgraciado que se escudaba en su «no hay comentarios» y en su condición. Grace conocía a un niño con Asperger. Un colega del cuerpo y su esposa, que había sido amiga de Sandy, tenían un hijo adolescente con aquella afección. Era un chaval raro pero dulce, que estaba obsesionado con las pilas. Un niño a quien no se le daba bien interpretar las emociones de la gente y que tenía problemas para relacionarse. En algunos aspectos de conducta, no distinguía del todo el bien y el mal. Pero, tal como lo veía él, era una persona capaz de distinguir la línea que separa el bien y el mal si se trataba de cosas tan graves como violaciones o asesinatos.

– ¿Puedes explicarme por qué te interesan los váteres? -le preguntó.

– ¡Las cadenas de cisterna! Tengo una colección. Podría enseñársela en algún momento.

– Sí, me gustaría mucho.

Acott le clavó una mirada asesina.

– No me ha dicho si su váter tiene la cisterna alta o baja -prosiguió Kerridge.

Grace se lo pensó un momento.

– Baja.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué te gustan los zapatos de mujer, John? -respondió Grace de pronto.

– Lo siento -dijo Acott, con la voz tensa de la rabia-. No voy a permitir ningún interrogatorio.

Grace no le hizo caso e insistió:

– ¿Te parecen sensuales?

– La gente sensual es mala -respondió Yac.

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