Capítulo 22

Lunes, 29 de diciembre de 1997

Aquella mañana el sargento Roy Grace se sorprendió ante la cantidad de gente concentrada en la sala de reuniones de la planta superior de la comisaría de John Street, en Brighton. A pesar del frío que hacía fuera, allí dentro parecía que faltaba el aire.

Las personas desaparecidas no solían despertar gran atención, pero en aquella época del año había pocas noticias. La epidemia de gripe aviar en Hong Kong era uno de los pocos titulares de impacto a los que podían recurrir los periodistas entre las fiestas de Navidad y la próxima celebración del Año Nuevo.

Pero la historia de la joven desaparecida, Rachael Ryan, que había coincidido con la serie de violaciones que habían tenido lugar en la ciudad el último par de meses, había despertado la imaginación de los medios, no solo locales, sino también nacionales. Y el Argus, por supuesto, estaba poniéndose las botas con la entrada del nuevo año y el Hombre del Zapato suelto por Brighton.

Reporteros de prensa, radio y televisión ocupaban todas las sillas, y también el resto del espacio de la abarrotada sala sin ventanas. Grace se sentó, perfectamente trajeado, tras una mesa en la tarima que había delante, junto al inspector jefe Jack Skerritt, perfectamente uniformado y apestando a tabaco de pipa, y el jefe del gabinete de prensa de la Policía, Tony Long.

Tras ellos había un tablero azul con el emblema de la Policía de Sussex, y a su lado una fotografía ampliada de Rachael Ryan, y la mesa estaba cubierta de micrófonos y grabadoras. De allí salía un manojo de cables que iban por el suelo hasta las cámaras de televisión de BBC South Today y de Meridian Broadcasting.

Entre los clics de las cámaras y las constantes ráfagas de flashes, Skerritt procedió a presentar a sus colegas en el estrado; luego, con su voz rotunda leyó la declaración que tenía preparada: «La noche del 24 al 25, una vecina de Brighton de veintidós años, Rachael Ryan, desapareció, según ha denunciado su familia, que la esperaba a cenar el día de Navidad. No se sabe nada de ella desde entonces. Sus padres nos han informado de que eso es del todo inhabitual en la chica. Nos preocupa la integridad de esta señorita y le pediríamos a ella o a cualquiera que tenga información sobre ella que contacte con el Centro de Investigaciones de la comisaría de Brighton con la máxima urgencia».

Phil Mills, tenaz reportero de sucesos del Argus con gafas y una calvicie incipiente, vestido con un traje oscuro y con su portátil sobre las rodillas, hizo la primera pregunta:

– Inspector jefe, ¿sospecha la Policía de Brighton que la desaparición de esta joven pueda tener alguna conexión con la Operación Houdini y con el violador al que apodaron «el Hombre del Zapato»?

Aquello despertó una furia silenciosa tanto en Skerritt como en Grace. Aunque la Policía lo conocía como el Hombre del Zapato, su modus operandi se había mantenido en secreto, como era habitual, para evitar tener que tratar con los típicos pesados que llaman confesando el crimen o asegurando que conocen al culpable. Grace veía que Skerritt se debatía entre negar o no el apodo. Pero estaba claro que había decidido que ahora ya era de dominio público y que tenían que aguantarse.

– No tenemos ninguna prueba que sugiera eso -replicó, seco y tajante.

Jack Skerritt era un popular y diligente miembro del Departamento de Investigación Criminal. Un policía duro, seco y directo con casi veinte años de experiencia, de porte militar y rostro duro, con el pelo castaño y brillante, muy corto. A Grace le gustaba, aunque le ponía algo nervioso porque era muy exigente con sus agentes y no pasaba por alto los errores. Pero había aprendido mucho trabajando con él. Skerritt era el tipo de policía que le gustaría llegar a ser algún día.

De inmediato, otra periodista levantó la mano:

– Inspector jefe, ¿puede explicarnos más detalladamente qué quiere decir lo del «Hombre del Zapato»?

– Creemos que el individuo que ha atacado a varias mujeres de la zona de Brighton durante los últimos meses tiene un interés anormal por los zapatos de mujer. Es una de las diversas líneas de investigación que estamos siguiendo.

– Pero eso no lo han mencionado en público antes.

– No, no lo hemos dicho -respondió Skerritt-. Como he explicado, es solo una línea de trabajo.

Mills volvió al ataque:

– Las dos amigas que salieron con Rachael en Nochebuena dicen que ella tenía una obsesión especial por los zapatos y que se gastaba una parte desproporcionada de sus ingresos en ellos. Entiendo que el Hombre del Zapato ataca específicamente a mujeres que llevan lo que llamaríamos «zapatos de diseño».

– En Nochebuena, todas las jovencitas de Brighton y Hove salen con sus mejores galas -replicó Skerritt-. Repito que, en esta fase de nuestra investigación, no tenemos ninguna prueba que sugiera conexión alguna con las violaciones del Hombre del Zapato en esta zona.

Una reportera que Grace no reconoció levantó la mano. Skerritt le dio la palabra con un gesto de la cabeza.

– A la desaparición de Rachael Ryan le han asignado el nombre de Operación Crepúsculo. La creación de una operación formal hace pensar que se toman el caso más en serio que una desaparición normal y corriente. ¿Es eso correcto?

– Nos tomamos en serio todas las desapariciones. Pero hemos elevado el estatus de esta investigación en particular a la categoría de incidente grave.

Un periodista de una radio local levantó la mano:

– Inspector jefe, ¿tienen alguna pista en la búsqueda del Hombre del Zapato?

– En esta fase del caso, como he dicho antes, estamos siguiendo varias líneas de investigación. Se ha registrado una repuesta sustancial de la gente. Mi equipo está estudiando todas las llamadas al Centro de Investigaciones.

– Pero ¿no preparan ninguna detención?

– En esta fase, eso es correcto.

Entonces un periodista que Grace reconoció como corresponsal de varios periódicos nacionales levantó la mano:

– ¿Qué acciones está llevando a cabo actualmente la Policía de Brighton para encontrar a Rachael Ryan?

– Tenemos a cuarenta y dos agentes desplegados en su busca. Están realizando búsquedas casa por casa en su barrio y por la ruta que creemos que tomó para volver a casa. Estamos buscando en todos los garajes, almacenes y edificios vacíos de las proximidades. Hemos recibido datos importantes de un vecino de Kemp Town, el barrio de la señorita Ryan, que afirma haber visto cómo metían a la fuerza a una joven en una furgoneta blanca durante la madrugada de Navidad -explicó Skerritt; luego estudió el rostro del periodista unos momentos, como si lo considerara sospechoso, y se dirigió de nuevo a todos los presentes-. Por desgracia, solo tenemos parte de la matrícula de la furgoneta, dato con el que estamos trabajando, pero le pedimos a cualquiera que crea que puede haber visto una furgoneta blanca en las proximidades de Eastern Terrace la noche del 24 o la madrugada del 25 que se ponga en contacto con nosotros. Al final de esta rueda de prensa les daré el número de teléfono del Centro de Investigaciones. También esperamos tener noticias de cualquiera que haya podido ver a esta joven de camino a casa -añadió, señalando una serie de fotografías de Rachael Ryan obtenidas a través de sus padres.

Hizo una breve pausa y se dio una palmadita en el bolsillo, como para comprobar que su pipa seguía ahí; luego continuó:

– Rachael llevaba un abrigo negro de tres cuartos sobre una minifalda, y zapatos negros de piel de tacón alto. Estamos intentando definir la ruta exacta que siguió para ir a casa desde el momento en que la vieron por última vez, en la parada de taxis de East Street, poco después de las dos de la madrugada.

Un hombre diminuto pero robusto, con el rostro oscurecido en gran parte por una barba desaliñada, levantó un dedo corto y regordete:

– Inspector jefe, ¿les han llevado ya a algún sospechoso sus investigaciones sobre el Hombre del Zapato?

– Lo único que puedo decir en esta fase es que estamos siguiendo algunas pistas interesantes y que agradecemos la colaboración ciudadana.

El hombre rechoncho coló una segunda pregunta con gran rapidez:

– El caso de Rachael Ryan parece suponer un distanciamiento de la política habitual de la Policía -expuso-. No suelen actuar con tanta rapidez ante una denuncia de desaparición. ¿Sería correcto decir que están suponiendo que pueda tener alguna relación con el Hombre del Zapato (la Operación Houdini) aunque no lo hayan anunciado públicamente?

– No, no sería correcto -respondió Skerritt, tajante.

Una reportera levantó la mano.

– ¿Nos puede indicar alguna otra línea de investigación que estén siguiendo en el caso de Rachael Ryan, inspector jefe?

Skerritt se giró hacia Roy Grace.

– Mi colega el sargento Grace está organizando una reconstrucción de los tramos del recorrido de Rachael hasta su casa de los que podemos estar razonablemente seguros. La recreación se hará el miércoles a las 19.00.

– ¿Quiero eso decir que no creen que la vayan a encontrar hasta entonces? -preguntó Phil Mills.

– Quiere decir lo que he dicho -replicó Skerritt, que ya había tenido varios encontronazos con aquel reportero. Luego le hizo un gesto a su colega con la cabeza.

Era la primera vez que Roy hablaba en una conferencia de prensa y de pronto se puso nerviosísimo.

– Tenemos una agente de altura y constitución similares a las de Rachael Ryan, que se vestirá de modo similar y que seguirá la ruta que creemos que la chica siguió la noche (o la madrugada) de su desaparición. Le pediría a todos los que estaban por la calle la madrugada del día 25 que dedicaran un momento a repasar sus movimientos, por si les viene a la mente algún recuerdo.

Cuando acabó, estaba sudando. Skerritt le hizo un breve gesto de aprobación.

Aquellos periodistas iban en busca de alguna historia que los ayudara a vender sus periódicos, o que atrajera oyentes a su emisora, o público a sus canales de televisión. El interés de Grace y Skerritt era otro: mantener la seguridad en las calles de Brighton y Hove, o por lo menos conseguir que sus habitantes se «sintieran» seguros en un mundo que nunca había sido seguro y que nunca lo sería. No mientras la naturaleza humana siguiera siendo la que él había llegado a conocer trabajando de policía.

Había un depredador suelto por las calles. El reinado del terror del Hombre del Zapato había hecho que no hubiera ni una mujer en Brighton que pudiera sentirse tranquila. No había ni una sola mujer que no mirara hacia atrás, que no cerrara la puerta con la cadena de seguridad, que no se preguntara si no sería ella la siguiente.

Roy no estaba implicado en el caso del Hombre del Zapato, pero tenía cada vez más la sensación de que la Operación Houdini y la búsqueda de Rachael Ryan eran una misma cosa.

«Vamos a cogerte, Hombre del Zapato. Cueste lo que cueste», prometió en silencio.


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