Capítulo 104

Domingo, 18 de enero de 2010

La jueza de instrucción de Brighton y Hove era una mujer de carácter. Cuando estaba de mal humor, con su actitud podía llegar a asustar a unos cuantos de sus subordinados, así como a más de un aguerrido policía. Pero Grace sabía que era una persona con un gran sentido común y con sensibilidad. De hecho nunca había tenido ningún problema con ella.

Quizá fuera porque acababa de llamarla a casa pasada la medianoche y la había despertado, a juzgar por el tono somnoliento de su voz. Al irse despertando, se mostró más inquisitiva. Pero era lo suficientemente profesional como para escuchar con atención, interrumpiéndole solo para pedirle alguna aclaración.

– Lo que me está pidiendo no es poco, superintendente -dijo por fin, con un tono de voz de maestra de escuela, cuando Grace acabó su exposición.

– Lo sé.

– Eso solo ha pasado dos veces en Sussex. No es algo que se pueda hacer a la ligera. Me está pidiendo mucho.

– No es habitual encontrarse en una situación de vida o muerte, señora -alegó Grace, que había optado por dirigirse a ella en tono formal-. Pero creo que esta lo es.

– ¿Basándose solo en la declaración del novio de la chica desaparecida?

– En nuestra búsqueda de Jessie Sheldon, hemos contactado con amigos suyos, a partir de una lista que nos ha dado su novio. La que aparentemente es su mejor amiga recibió un mensaje de texto de Jessie el martes pasado, con una fotografía de un par de zapatos que se había comprado para esta noche. Los zapatos de la fotografía son idénticos al zapato que hemos encontrado en la acera frente a su piso, exactamente donde tuvo lugar el secuestro, según los testigos.

– ¿Está seguro de que el novio no está implicado de ningún modo?

– Sí, se le ha descartado como sospechoso. Y también se ha descartado la implicación de tres de los cuatro sospechosos principales de la investigación del Hombre del Zapato.

Se había confirmado que Cassian Pewe se encontraba en un curso presencial en el Centro de Formación de la Policía en Bramshill. Darren Spicer había vuelto al Centro de Noche Saint Patrick's a las 19.30, hora que no encajaba para poder culparlo, y John Kerridge seguía en custodia preventiva.

La jueza se tomó unos momentos para responder:

– Estas intervenciones se realizan siempre a primera hora de la mañana, generalmente de madrugada, para evitar alterar el orden público. Eso significaría el lunes por la mañana como muy pronto.

– Eso queda muy lejos. Supondría treinta horas antes de que pudiéramos siquiera ponernos a buscar cualquier prueba forense que nos fuera de ayuda. Antes de encontrar coincidencias positivas nos plantaríamos a mediados de la semana que viene, como muy pronto. Creo que cada hora que pasa puede ser esencial. No podemos esperar tanto. Podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

Hubo un largo silencio. Grace sabía que estaba pidiéndole un enorme voto de confianza. Y al hacer aquella petición él también se la estaba jugando. Aún no estaba seguro al cien por cien de que Jessie Sheldon hubiera sido secuestrada. Además, lo más probable era que, después de doce años, no quedaran pruebas forenses que pudieran ser de utilidad a la investigación. Pero había hablado con Joan Major, la arqueóloga forense a la que consultaba regularmente el D.I.C. de Sussex, y ella le había dicho que valía la pena intentarlo.

Con todas las presiones que estaba recibiendo, tenía que agarrarse a cualquier probable indicio. Pero estaba convencido de que lo que estaba solicitando era mucho más que eso.

La voz de la jueza adquirió un tono aún más directo:

– ¿Quiere hacer esta operación en un cementerio público en domingo y a plena luz del día, superintendente? ¿Cómo cree que se van a sentir los familiares afligidos que estén visitando las tumbas de sus seres queridos en el Día del Señor?

– Estoy seguro de que podemos provocar cierta consternación -respondió-. Pero nada comparable con lo que estará pasando esa joven, Jessie Sheldon, que ha desaparecido. Creo que el Hombre del Zapato puede haberla secuestrado. Podría equivocarme. También puede ser que lleguemos ya demasiado tarde. Pero si hay una ocasión de salvarle la vida, me parece que eso justifica herir por un momento los sentimientos de unos cuantos familiares afligidos que probablemente después del cementerio se vayan al ASDA o al Tesco, o allá donde suelan ir a hacer la compra en el «Día del Señor» -dijo, dejando clara su postura.

– Muy bien -dijo ella-. Firmaré la orden. Pero sea todo lo discreto que pueda. Estoy seguro de que lo será.

– Por supuesto.

– Le veré en mi despacho dentro de media hora. Supongo que es la primera vez que se encuentra con uno de estos procedimientos.

– Pues sí.

– No tiene idea de la cantidad de papeleo que suponen.

Grace sí la tenía. Pero en aquel momento le preocupaba más salvar la vida de Jessie Sheldon que dar gusto a un puñado de chupatintas. Aun así, no quiso arriesgarse a hacer algún comentario corrosivo. Le dio las gracias a la jueza y le dijo que estaría allí al cabo de media hora.


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