Capítulo 78

Martes, 20 de enero de 1998

Las pruebas de laboratorio confirmaron que la edad de la mujer parcialmente incinerada en la furgoneta era de entre ochenta y ochenta y cinco años.

Quienquiera que fuera -o que hubiera sido- no era la desaparecida Rachael Ryan. Aquello dejaba al sargento Grace con un segundo problema. ¿Quién era aquella mujer? ¿Quién la había metido en la furgoneta? ¿Por qué?

Tres grandes dudas por resolver.

Hasta aquel momento ningún tanatorio había informado de la desaparición de un cuerpo, pero Grace no podía sacarse de la cabeza la imagen de la mujer. Durante los últimos dos días, le habían ido enviando información detallada sobre ella. Medía un metro y sesenta y tres centímetros. Blanca. Las pruebas de laboratorio del doctor Frazer Theobald respecto al tejido de los pulmones y a la pequeña cantidad de carne de la espalda que había quedado intacta confirmaban que llevaba muerta un tiempo considerable antes de que la furgoneta se incendiara: varios días. Había muerto a causa de un cáncer.

No obstante, daba la impresión de que el condado de Sussex estaba lleno de abuelitas con enfermedades terminales. Algunos de sus municipios, como Worthing, Eastbourne o Bexhill, con una media de edad muy alta, eran conocidos, en broma, como las «salas de espera de Dios». Contactar con todos los tanatorios y depósitos de cadáveres sería una labor ingente. Las conclusiones del patólogo hacían que el caso se clasificara más como una rareza que como un delito grave, así que los recursos destinados a su investigación eran limitados. Prácticamente estaba en manos de Roy Grace.

Habría tenido madre, pensó. Y padre. También había tenido hijos, así que habría sido la esposa o la amante de alguien. La madre de alguien. Probablemente también la abuela de alguien. Quizás una persona buena, cariñosa y decente.

¿Cómo se explicaba, entonces, que su último viaje lo hubiera hecho atada al asiento del conductor de una furgoneta robada?

¿Sería una broma macabra de una pandilla de chavales?

Y si así fuera, ¿de dónde la habían sacado? Si alguien hubiera entrado en un depósito de cadáveres y se hubiera llevado un cuerpo, sin duda habrían dado parte de inmediato. Pero en el registro no había nada. Lo había comprobado todo, hasta tres semanas atrás.

Sencillamente, no tenía sentido.

Amplió la búsqueda a los tanatorios y depósitos de cadáveres de todo Sussex y de los condados vecinos, sin éxito. La mujer debía de tener familia. A lo mejor estaban todos muertos, pero esperaba que no. Pensar en aquello le entristeció. También pensar que en el depósito nadie había notado su ausencia.

La indignidad de lo que le había ocurrido a aquella mujer no hacía más que empeorar las cosas.

Si no había sido víctima de alguna broma macabra, ¿habría algo que se le escapaba?

Repasó la escena mentalmente una y otra vez. ¿Qué motivo podría tener alguien para robar una furgoneta y luego meter a una anciana muerta dentro?

¿Podrían ser tan estúpidos como para no saber que existen pruebas de laboratorio con las que se puede saber que la mujer no iba conduciendo, y que determinarían su edad?

La gamberrada era la explicación más probable. Pero ¿de dónde habían sacado el cadáver? Cada día ampliaba su búsqueda en tanatorios y depósitos. Tenía que haber uno, en algún lugar del país, donde faltara un cuerpo. ¿O no?

Aquel misterio le acompañaría los siguientes doce años.


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