Capítulo 111

Domingo, 18 de enero de 2010

Grace retrasó la reunión del domingo por la tarde a las siete y media para darse tiempo y poder incluir los resultados de la exhumación.

Dejó a Glenn en el depósito para que diera parte de cualquier novedad, ya que la autopsia no había acabado y era probable que aún tardara. El cadáver tenía la mandíbula rota y una fractura en el cráneo, y desde luego esta última había sido la causa más probable de la muerte.

Su gran esperanza para la identificación de la mujer muerta y para ver cumplidos los objetivos de la exhumación radicaba en los folículos capilares y las muestras de piel obtenidas del cadáver, así como en el condón que, según Nadiuska de Sancha y Joan Major, podía contener restos de semen intactos. La arqueóloga forense consideraba que, aunque hubieran pasado doce años, las probabilidades de que pudieran obtener ADN intacto eran buenas.

Ambas muestras se habían enviado en una nevera al laboratorio de ADN en el que más confiaba por sus resultados rápidos y por la buena relación de trabajo que tenía, Orchid Cellmark Forensics. Habían prometido ponerse manos a la obra en cuanto les llegaran las muestras. Pero el proceso de secuenciación era lento, y aunque el laboratorio trabajara a destajo, no podrían obtener resultados antes del lunes a media tarde. Grace recibió la promesa de que le informarían de los resultados inmediatamente por teléfono.

Ocupó su lugar y se dirigió a su equipo, poniéndolos al día y preguntando por sus progresos.

Bella Moy empezó por pasarle las fotografías de una joven con un peinado salvaje:

– Señor, esta es una fotografía de la Policía de Brighton, de una de las personas en busca y captura de la ciudad. Su nombre actual (ha usado diversos alias) es Donna Aspinall. Es consumidora de tóxicos y tiene un largo historial de denuncias por viajar sin pagar, tanto en trenes como en taxis. Está fichada por delitos contra el orden público y se la busca por tres cargos de agresión, lesiones y violencia. Ha sido identificada por dos agentes de paisano en la operación de anoche (a uno de los agentes le mordió en un brazo) como la persona a la que perseguía John Kerridge, el taxista.

Grace se quedó mirando la fotografía, consciente de lo que implicaba.

– ¿Me estás diciendo que Kerridge dice la verdad?

– Podría estar diciendo la verdad acerca de esta pasajera, señor.

Se quedó pensando un momento. Kerridge llevaba veinticuatro horas allí. El tiempo máximo que podían retener a un sospechoso sin presentar cargos y sin obtener una prolongación del juzgado era de treinta y seis horas. Tendrían que soltar al taxista a las nueve y media de la mañana, a menos que tuvieran suficientes motivos como para convencer a un magistrado de que firmara la extensión de la orden de detención. Por otro lado, no tenían pruebas de que la desaparición de Jessie Sheldon fuera obra del Hombre del Zapato. Pero si el abogado de Kerridge, Acott, se enteraba de aquello -y sin duda ya lo habría hecho-, tendrían que presentar batalla para conseguir la extensión. Tenía que pensar en aquello, y solicitar una vista de emergencia esa misma noche para conseguir la orden necesaria para retenerlo.

– Vale, gracias. Buen trabajo, Bella.

Entonces Norman Potting levantó la mano:

– Jefe, hoy he recibido mucha ayuda de 02, la operadora de telefonía. Esta mañana he hablado con el novio de Jessie Sheldon, que me ha dicho que esa es la operadora que gestiona la línea de su iPhone. Hace media hora me han dado el informe de rastreo de señal de su teléfono. Puede ser indicativo.

– Adelante -dijo Grace.

– La última llamada que hizo fue a las 18.32 de anoche, a un número que he identificado como el de su novio, Benedict Greene. Él confirma que ella le llamó a esa hora, más o menos, para decirle que iba hacia su casa tras su clase de kick-boxing. Él le dijo que se diera prisa, porque iba a recogerla a las 19.15. Entonces el teléfono se quedó en espera. No se realizaron más llamadas, pero por la conexión con los repetidores de la ciudad sabemos que se desplazó hacia el oeste a una velocidad regular a partir de las 18.45 aproximadamente, la hora del secuestro. A las 19.15 se paró, y ha permanecido estático desde entonces.

– ¿Dónde? -preguntó Grace.

– Bueno -respondió el sargento-, déjeme que se lo muestre.

Se puso en pie y señaló un mapa del Servicio Oficial de Cartografía que estaba pegado a una pizarra blanca de la pared. Una línea azul serpenteante atravesaba el mapa. Había un óvalo rojo dibujado, con dos X en los extremos superior e inferior.

– Las dos cruces indican los repetidores de 02 con los que el teléfono de Jessie Sheldon se está comunicando ahora -dijo Potting-. Es una extensión bastante grande y por desgracia no tenemos un tercer repetidor a mano que nos dé la triangulación que nos permitiría establecer su posición con mayor precisión.

– Este es el río Adur -dijo, señalando la línea azul serpenteante-, que desemboca en Shoreham.

– Shoreham es donde vive John Kerridge -observó Bella.

– Sí, pero eso no nos ayuda, puesto que está detenido -respondió Potting, con tono condescendiente-. A ambos lados del río hay campo abierto, y entre los dos repetidores discurre Coombes Road, una carretera importante. Por la zona hay unas cuantas casas independientes, una serie de chalés que antes pertenecían a la vieja cementera, y la cementera propiamente dicha. Parece ser que Jessie Sheldon (o por lo menos su teléfono móvil) se encuentra en algún lugar del interior de este círculo. Pero es una zona muy amplia.

– Podemos descartar la planta cementera -intervino Nicholl-. Yo estuve allí hace un par de años en respuesta a una llamada. Tiene un gran sistema de seguridad, con monitorización las veinticuatro horas. Si un pájaro se caga dentro, salta la alarma.

– Excelente, Nick -dijo Grace-. Gracias. Bueno, acción inmediata. Necesitamos peinar toda la zona con la primera luz del día. Una unidad de búsqueda y todos los agentes de calle, agentes especiales y de la Científica con los que podamos contar. Y que el helicóptero salga para allá ahora mismo. Pueden empezar a buscar con focos.

Grace tomó unas notas y luego miró a su equipo.

– Según los listados del registro de la propiedad, el garaje pertenece a una compañía, señor -dijo Emma-Jane Boutwood-. Iré al registro a primera hora de la mañana.

Roy asintió. A pesar de la vigilancia día y noche, por allí no había pasado nadie. No tenía esperanzas de que la cosa cambiara.

No estaba seguro de qué pensar.

Se giró hacia el psicólogo forense:

– Julius, ¿se le ocurre algo?

Proudfoot asintió.

– El tipo que ha secuestrado a Jessie Sheldon es su hombre -dijo, convencido-. No el pobre diablo que tiene detenido.

– Parece muy seguro.

– Del todo: el sitio indicado, el momento indicado, la persona indicada -afirmó, con tanta petulancia que, por un instante, Grace deseó desesperadamente poder demostrar que se equivocaba.

Cuando volvió a su despacho tras la reunión, Grace encontró un pequeño paquete de FedEx esperándole.

Intrigado, se sentó y lo abrió. Y la noche empeoró aún más.

Dentro había una nota escrita a mano en un papel con el membrete del Centro de Formación de la Policía en Bramshill, acompañada de la fotocopia de un correo electrónico con fecha de octubre del año anterior.

El mensaje iba dirigido a él. El remitente era el superintendente Cassian Pewe. Le informaba de que faltaban algunas páginas en el dosier del Hombre del Zapato que Grace le había pedido que examinara. Precisamente las páginas sobre el testigo que había visto la furgoneta en la que podrían haber secuestrado a Rachael Ryan en 1997.

La nota escueta, escrita a mano, decía: «¡He encontrado esto en mi carpeta de "enviados", Roy! Espero que te sea útil. Quizá no tengas la memoria de antes, pero no te preocupes… ¡Nos pasa a todos! Saludos, Cassian».

Después de rebuscar durante diez minutos entre su correo, Grace encontró el e-mail original entre cientos de mensajes sin leer. En aquella época eso era un caos, y Pewe parecía deleitarse bombardeándole con decenas de correos cada día. Si se los hubiera leído todos, no habría podido hacer otra cosa.

En cualquier caso, aquello no solo le ponía en evidencia, sino que eliminaba a otro sospechoso de la lista.

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