Capítulo 64

Martes, 13 de enero de 2010

Todo el equipo presente en la reunión de las 18.30 de la Operación Pez Espada, reunido en la SR-1, guardó silencio mientras Roy Grace accionaba el interruptor de la grabadora. La cinta que habían enviado del Centro de Gestión de Llamadas se puso en marcha.

Se oyó un ruido de fondo de tráfico y luego la voz de un hombre tranquilo, que hablaba como si estuviera haciendo un esfuerzo por mantener la calma. El ruido del tráfico hacía difícil oír claramente sus palabras: «Quiero que le dé un mensaje al superintendente Grace», dijo el hombre.

La voz de Nick Nicholl respondió: «Sí señor. ¿Puedo saber quién le llama?».

Unos momentos de silencio, salvo por el ruido ensordecedor de una sirena de fondo; luego la voz del hombre otra vez, esta vez más fuerte: «Dígale que la verdad es que no es pequeña».

A continuación se oyó el duro sonido del teléfono al colgar, un clic marcado, y la línea se quedó muda.

Nadie sonrió.

– ¿Es auténtica o se trata de algún impostor? -preguntó Potting.

– Yo apostaría a que es auténtica, por el modo en que habla -dijo el doctor Proudfoot tras unos momentos.

– ¿Podemos volver a oírla, jefe? -solicitó Foreman.

Grace volvió a poner la cinta. Cuando acabó, se dirigió a Proudfoot:

– ¿Le dice algo?

El psicólogo forense asintió.

– Bueno, sí, bastante. En primer lugar, suponiendo que sea él, quiere decir que ha conseguido usted hacerle reaccionar. Por eso creo que es auténtica, y no la llamada de un impostor. El tono denota una rabia genuina. Muestra mucha emoción.

– Esa era mi intención, hacerle reaccionar.

– Lo puede ver en la voz, en el modo en que aumenta la cadencia de las palabras -prosiguió el psicólogo-. Tiene mucha rabia contenida. Y el hecho de que, al colgar, el auricular hiciera tanto ruido probablemente indique que le estaba temblando la mano de la rabia. También he observado que está nervioso, que se siente presionado… y que le ha tocado la fibra. ¿Es cierta esa información sobre él? ¿Es algo procedente de las declaraciones de las víctimas?

– No se han extendido tanto, pero sí, es lo que se deduce de las declaraciones de las víctimas de 1997 y de ahora.

– ¿Cómo se te ha ocurrido darle eso al Argus, Roy? -preguntó Emma-Jane Boutwood.

– Porque sospecho que este monstruo se cree muy listo. Sus agresiones pasadas quedaron impunes y está seguro de que le va a ocurrir lo mismo con estas. Si el doctor Proudfoot tiene razón y es también el autor de la violación del Tren Fantasma, está claro que está aumentando la velocidad y arriesgando cada vez más en sus agresiones. Quería darle un poco en el ego; quizá, con un poco de suerte, cometa algún fallo. La gente enfadada suele cometer más errores.

– O aumentar, la brutalidad con sus víctimas -apuntó Bella Moy-. ¿No es un riesgo?

– Si la última vez cometió un asesinato, Bella, y me temo que es así, el riesgo de que vuelva a matar es alto, le incordiemos o no. Cuando alguien ha matado a una persona, ha cruzado una barrera personal. Es mucho más fácil la segunda vez. En especial si han disfrutado con ello la primera. Nos enfrentamos a una mente perversa, asquerosa y retorcida, y el tipo no es tonto. Tenemos que encontrar modos de ponerle la zancadilla. No me basta con conseguir que modere su nivel de brutalidad con una víctima, quiero que no haya una nueva víctima, y punto. Tenemos que atraparlo antes de que vuelva a atacar.

– ¿Alguien puede identificar su acento? -preguntó Nick Nicholl.

– A mí me suena a que es de por aquí -dijo Foreman-, pero es difícil de decir con ese ruido de fondo. ¿Se puede mejorar el sonido de la grabación?

– Están trabajando en ello -respondió Grace. Luego se dirigió a Proudfoot-. ¿Puede calcular su edad por la grabación?

– Eso es difícil: entre treinta y cincuenta, supongo. Tendrán que analizarlo en algún laboratorio, un lugar como J. P. French, especializado en perfiles de voz. De una llamada así pueden sacar bastante información. Probablemente el origen geográfico y étnico del sujeto, para empezar.

Grace asintió. Ya había recurrido a aquel laboratorio especializado y los resultados le habían sido de ayuda. También podría obtener un patrón de voz del laboratorio, un dato tan personal como una huella dactilar o el ADN. Pero le daba la impresión de que no disponían de mucho tiempo. ¿Llegarían a tiempo?

– Hay comunidades en las que se han hecho rastreos comparativos de ADN -dijo Bella-. ¿No podríamos probar algo así en Brighton con el patrón de voz?

– Sí, claro -respondió Potting-. Lo único que tenemos que hacer es pedir a todos los tipos de Brighton y Hove que repitan las mismas palabras. Solo hay unos ciento cuarenta mil hombres en la ciudad. No nos llevará más de diez años.

– ¿Podemos escucharlo otra vez, jefe? -dijo Branson, que hasta el momento se había mantenido en silencio-. ¿No era en aquella película, La conversación, con Gene Hackman, donde deducían la situación de un tío por el ruido de fondo del tráfico?

Volvieron a poner la grabación.

– ¿Han podido localizar el punto de origen, señor? -preguntó Zoratti.

– El número estaba oculto. Pero están trabajando en ello. Es una tarea ingente, con la cantidad de llamadas que llegan cada hora -dijo Grace, que volvió a poner la cinta en marcha.

– Parece algún sitio del centro de Brighton -dijo Branson cuando acabó-. Si no pueden localizar el número, tenemos la sirena y la hora: parece que el vehículo pasó muy cerca del teléfono. Tenemos que comprobar qué vehículo de emergencias iba de servicio exactamente a las 13.55. Si tenemos la ruta, sabremos que estaba en algún punto del recorrido. Quizás alguna cámara de circuito cerrado haya grabado a alguien hablando por el móvil… Puede que suene la flauta.

– Bien pensado -dijo Grace-. Aunque sonaba más a línea terrestre que de móvil, por el modo de colgar.

– Sí -coincidió Foreman-. Ese sonido seco es más bien como el de un auricular antiguo al colgar.

– Quizá se le cayera el teléfono de la mano, si estaba tan nervioso como sugiere el doctor Proudfoot -propuso la agente Boutwood-. No creo que debamos descartar el uso de un móvil.

– O podría ser una cabina de teléfono -añadió Foreman-, en cuyo caso podría haber huellas.

– Si está furioso -intervino Proudfoot-, aumentan las posibilidades de que actúe de nuevo enseguida. Y lo que está claro es que copiará el patrón de la última vez. Sabe que le funcionó. Se sentirá seguro si sigue los mismos pasos de antes. Eso significa que va a actuar en un aparcamiento, tal como dije.

Grace se acercó a un plano del centro de Brighton y se lo quedó mirando, concentrándose en cada uno de los aparcamientos principales. La estación, London Road, New Road, Churchill Square, _North Road. Había decenas, grandes y pequeños, algunos municipales, otros de la NCP, otros propiedad de supermercados u hoteles. Se giró hacia Proudfoot.

– Sería imposible cubrir cada uno de los aparcamientos de la ciudad, y aún más imposible cubrir cada planta de los que tienen varios niveles -expuso-. No tenemos tantas patrullas. Y no podemos precintarlos.

De pronto se sintió nervioso. A lo mejor había sido un error decirle aquello a Spinella el día anterior. ¿Y si eso incitaba al Hombre del Zapato a volver a matar? Sería por culpa de aquel estúpido error suyo.

– Lo mejor que podemos hacer es enviar a agentes de paisano a las salas de circuito cerrado de los aparcamientos que lo tengan, aumentar el número de patrullas y mandar a todos los coches camuflados que tengamos a circular por los aparcamientos -dijo Grace.

– Lo que yo le diría a su equipo que debe buscar, superintendente, es a cualquiera que conduzca nervioso esta noche. Alguien que conduzca de modo errático por las calles. Creo que nuestro hombre estará muy tenso.

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