Capítulo 97

Sábado, 17 de enero de 2010

De pronto la vio. Estaba doblando la esquina corriendo a ritmo suave: vista con sus binoculares de visión nocturna era una esbelta figura verde contra los tonos grises de la oscuridad.

Se giró, aterrado ante la posibilidad de que pudiera suceder algo, y echó una rápida mirada a ambos lados de la calle. Aparte de Jessie, que se le acercaba rápidamente, estaba desierta.

Corrió la puerta lateral, agarró la falsa nevera con ambos brazos y bajó al bordillo dando un paso atrás y tambaleándose; luego soltó un grito de dolor:

– ¡Ay, mi espalda, mi espalda! ¡Dios mío, ayuda!

Jessie se paró de golpe al ver a alguien vestido con anorak, vaqueros y gorra de béisbol que parecía tener problemas para sostener una nevera a medio sacar de una furgoneta Volkswagen.

– ¡Ay, Dios! -volvió a gritar.

– ¿Puedo ayudarle? -preguntó ella.

– Por favor, rápido. ¡No puedo con ella!

Ella se acercó a toda prisa para ayudarle, pero cuando tocó la nevera el tacto le resultó extraño, para nada el de una nevera.

Una mano la agarró por la nuca, tirando de ella hacia el interior de la furgoneta. Ella cayó revolviéndose y se golpeó la cabeza contra algo duro y sólido. Antes de que pudiera recuperar la conciencia, le cayó un gran peso en la espalda que la aplastó; a continuación le colocaron algo dulce y húmedo contra la cara, algo que le irritaba la nariz y la garganta y que la hacía llorar.

El pánico se apoderó de ella.

Intentó recordar los movimientos que había aprendido. Aún llevaba poco tiempo yendo a clases de kick-boxing, era una novata, pero había aprendido un concepto básico: «Cúrvate antes de golpear». El golpe, por si solo, no desarrolla suficiente energía. Primero había que acercar las rodillas al cuerpo y luego lanzar las piernas. Tosiendo, escupiendo, intentando no aspirar aquel vapor tóxico y penetrante, aunque ya algo mareada, pegó los codos al cuerpo y rodó hacia un lado, intentando liberarse. Ya veía borroso, pero flexionó las rodillas y luego soltó una fuerte patada.

Sintió que había dado contra algo. Oyó un gruñido de dolor, y algo que caía por el suelo. Volvió a golpear, se quitó aquellas manos de la cabeza, se revolvió, cada vez más mareada y débil. Volvía a tener aquella cosa húmeda y dulce pegada al rostro, irritándole los ojos. Se echó hacia un lado, liberándose, golpeando duro con ambos pies a la vez, aún más mareada.

El peso que tenía sobre la espalda cedió. Oyó algo que se deslizaba, y luego el ruido de la puerta al cerrarse. Intentó levantarse. Una cara enmascarada la miraba a través de unas ranuras practicadas a la altura de los ojos. Intentó gritar, pero su cerebro iba a cámara lenta y había perdido la conexión con su boca. No pudo emitir ningún sonido. Se quedó mirando el pasamontañas negro. Lo veía todo borroso. Su cerebro intentaba procesar lo que estaba pasando, pero en el interior de su cabeza todo daba vueltas. Sentía un profundo torpor y unas terribles náuseas.

Entonces notó de nuevo aquella cosa húmeda, viscosa y penetrante.

Se quedó sin fuerzas, atrapada en un vórtice negro, cayendo cada vez más hondo. Sumiéndose en un abismo insondable.


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