Capítulo 75

Miércoles, 14 de enero de 2010

Grace siguió a Tony Case por la escalera de piedra negra que conducía al sótano del cuartel general del D.I.C. Nadie podría acusar a la Policía de Sussex de despilfarrar el dinero en decoración en aquella zona, a juzgar por las paredes agrietadas y los fragmentos de rebozado que faltaban.

Luego Case le llevó por un pasillo mal iluminado que daba la impresión de llevar a una mazmorra. Se detuvo frente a una puerta cerrada y señaló el panel digital de alarma de la pared. Levantó el dedo índice.

– Bueno, lo primero, Roy, es que cualquiera que quisiera acceder necesitaría un código, y solo un puñado de personas, entre ellas tú, lo tienen. Y yo los doy siempre personalmente.

Case era un tipo corpulento de entre cincuenta y sesenta años, con el pelo muy corto y un aspecto interesante, de tipo duro, vestido con un traje beis, camisa y corbata. Había sido policía, y al retirarse se había reincorporado como personal de apoyo. Con un pequeño equipo, gestionaba las infraestructuras del D.I.C. y era el responsable de todo el equipo de la comisaría, así como de los otros tres centros de delitos graves del condado. Podía ser de gran ayuda para los agentes a los que tenía respeto y un verdadero engorro para los que no, y no solía equivocarse en su evaluación. Afortunadamente para Roy, con él se llevaba bien.

Case levantó un segundo dedo:

– Cualquiera que baje aquí (trabajadores, limpiadoras, quien sea) está escoltado en todo momento.

– Sí, vale, pero debe de haber ocasiones en que estén solos, y entonces podrían hurgar en los archivos.

Case puso cara de incredulidad.

– No en un lugar tan sensible como este almacén de pruebas, no.

Grace asintió. Tiempo atrás conocía aquel lugar como la palma de su mano, pero el nuevo equipo había reestructurado el archivo. Case abrió la puerta y entraron. Una serie de estanterías metálicas rojas, todas ellas con candados de seguridad, se extendían del suelo al techo y de pared a pared, hasta perderse en la distancia. Y en los estantes había cajas rojas y verdes llenas de archivos, y bolsas de pruebas precintadas.

– ¿Hay algo en particular que quieras ver?

– Sí, los archivos sobre el Hombre del Zapato -respondió Grace. Aunque tenía resúmenes en su despacho, las pruebas estaban todas guardadas en aquel lugar.

Case caminó unos metros, se paró, buscó una llave de entre el manojo que le colgaba del cinturón y abrió un candado. Luego tiró de la reja que cerraba el estante.

– Este lo conozco -dijo-, porque ahora mismo tu equipo lo está consultando.

Grace asintió.

– ¿Te acuerdas del superintendente Cassian Pewe, que estuvo aquí el otoño pasado?

Case le miró con aire divertido.

– Sí, no creo que lo olvide durante un buen tiempo. Me trataba como su lacayo personal. Pretendía que le colgara cuadros en las paredes de su despacho. Espero que no le haya pasado nada malo, espero… ¿No se habrá caído de otro acantilado sin que estuvieras tú por ahí esta vez para salvarle…?

Grace se sonrió. Salvar la vida de Pewe había acabado convirtiéndose en lo menos popular que había hecho nunca.

– Pues desgraciadamente no.

– No entiendo por qué no te dieron una medalla al valor por lo que hiciste.

– Yo sí. -Volvió a sonreír-. Solo me la habrían dado si lo hubiera dejado caer.

– No te preocupes. Es un mierda. ¿Y sabes lo que dicen de la mierda?

– No.

– Que con el tiempo cae. Siempre, por su propio peso.


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