Capítulo 83

Jueves, 15 de enero de 2010

El modo de conducir de Glenn Branson siempre había sumido a Grace en un estado de pánico silencioso, pero más aún desde que había conseguido su licencia especial para persecuciones. Lo único que esperaba era no tener la mala suerte de estar en el coche cuando su colega tuviera que hacer uso de ella.

Pero aquel jueves por la tarde, mientras el sargento lanzaba su Ford Focus plateado como una bala por entre el tráfico habitual de la hora punta, Grace guardaba silencio por otro motivo. Estaba inmerso en sus pensamientos. Ni siquiera reaccionó al ver a la pobre anciana que salió de detrás de un autobús y que tuvo que dar un salto hacia atrás al pasar junto a ella muy por encima del límite de velocidad.

– ¡No pasa nada, colega, ya la he visto! -dijo Glenn.

Grace no respondió. Habían liberado al sospechoso de Norman a mediodía, y aquella misma tarde, exactamente en el sitio donde había predicho Proudfoot, el psicólogo, se había producido un nuevo intento de agresión.

Por supuesto, era posible que no guardara ninguna relación con el Hombre del Zapato, pero por lo poco que había oído hasta el momento, tenía toda la pinta. ¿Cómo iban a quedar si al final resultaba que el hombre que acababan de liberar era el responsable de aquello?

Glenn encendió las luces de emergencia para abrirse paso por entre el congestionado tráfico en la rotonda frente al muelle, tocando el panel y variando el sonido de la sirena cada pocos segundos. La mitad de los conductores de la ciudad no tenían la inteligencia necesaria para estar al volante, o eran sordos o ciegos, y algunos las tres cosas a la vez, pensó Grace. Pasaron junto al Old Ship Hotel y luego, en King's Road, Glenn se metió por el carril junto a la isleta del cruce con West Street por el carril contrario y esquivó por los pelos a un camión que le venía de cara.

Probablemente no había sido muy buena idea dejarse llevar por alguien cuyo matrimonio hacía agua y que no veía motivos para seguir viviendo. Pero por suerte ya estaban llegando a su destino. Las probabilidades de salir del coche indemnes, en lugar de tener que esperar a que los sacara de dentro con un abrelatas una patrulla de rescate de los bomberos, aumentaba.

Un momento más tarde tomaron la calle de al lado del Grand Hotel y pararon al llegar a la entrada del aparcamiento, rodeada por tantos coches patrulla y furgonetas de la Policía que resultaría difícil contarlos, todos ellos con sus luces giratorias encendidas.

Grace salió del coche prácticamente antes de que parara. Se encontró un grupo de agentes uniformados, algunos con chalecos reflectantes y otros con chalecos blindados, frente a una cinta azul y blanca a cuadros que delimitaba la escena del delito. También había numerosos mirones.

La única persona a la que echaba de menos era el periodista Kevin Spinella, del Argus.

Uno de los agentes, el inspector al cargo, Roy Apps, le estaba esperando.

– Segunda planta, jefe. Yo le acompaño.

Con Glenn pegado al teléfono siguiendo sus pasos, los dos pasaron por debajo de la cinta y se encaminaron al aparcamiento. Olía a aceite de motor y a polvo. Apps le puso al día mientras caminaban.

– Tenemos suerte -dijo-. Un joven agente especialmente espabilado, Alee Davies, que estaba en la sala de control del circuito cerrado con el vigilante, pensó que esto podía ser algo más de lo que parecía y lo precintó todo antes de que llegáramos.

– ¿Han encontrado algo?

– Sí. Algo que puede ser interesante. Se lo enseñaré.

– ¿Qué hay de la furgoneta?

– La sala de control de vídeo de la Policía la ha detectado viajando hacia el oeste por Kingsway, hacia Hove. La última vez que se la vio fue girando a la derecha, tomando Queen Victoria Avenue. Hemos mandado a todas las patrullas disponibles y a una unidad de la Policía de tráfico en su busca, pero hasta ahora no la han encontrado.

– ¿Tenemos los datos de registro?

– Sí. Está a nombre de un decorador que tiene su casa en Moulsecoomb. Tengo una patrulla vigilando el edificio. También tengo unidades de tráfico cubriendo todas las salidas de la ciudad en la dirección en que viajaba, y el Hotel 900 está rastreando la zona.

El Hotel 900 era el helicóptero de la policía.

Llegaron a la segunda planta, que estaba precintada con una segunda cinta. Un agente de uniforme, joven y alto, estaba de pie junto a la cinta, con una carpeta en la mano.

– Este es el chico -dijo Apps.

– ¿Agente Davies? -preguntó Grace.

– Sí, señor.

– Buen trabajo.

– Gracias, señor.

– ¿Puede enseñarme el vehículo?

El agente dudó un momento.

– La Científica viene de camino, señor.

– Este es el superintendente Grace. Es el máximo responsable de la Operación Pez Espada -le tranquilizó Apps.

– Ah. De acuerdo. Perdone, señor. Por aquí.

Pasaron bajo la cinta. Grace le siguió a través de una serie de plazas de aparcamiento vacías, al final de las cuales había un reluciente Volkswagen Touareg negro con el maletero abierto.

El agente Davies hizo un gesto de precaución con la mano al llegar y señaló un objeto que había en el suelo, justo debajo del maletero. Parecía un trozo de algodón. El agente sacó la linterna y lo enfocó con el haz de luz.

– ¿Qué es? -preguntó Grace.

– Tiene un olor raro, señor -dijo el agente-. Al estar tan cerca de la escena de la agresión, pensé que podría estar relacionado de algún modo, así que no lo he tocado, por si tiene huellas o rastros de ADN.

Grace observó la expresión seria del joven y sonrió.

– Tienes madera de inspector, chico.

– Eso es lo que me gustaría ser, señor, cuando acabe los dos años de uniforme.

– No esperes hasta entonces. Si has cumplido doce meses, podría acelerar tu entrada en el D.I.C.

Los ojos del agente se iluminaron.

– Gracias, señor. ¡Muchísimas gracias!

Roy se arrodilló y acercó la nariz a la gasa. Tenía un olor dulce y astringente al mismo tiempo. Y casi al instante notó un ligero mareo. Se puso en pie y sintió que le fallaba el equilibrio unos segundos. Estaba bastante seguro de que conocía aquel olor, de un curso de toxicología al que había asistido unos años antes.

Las declaraciones de Nicola Taylor y Roxy Pearce eran muy similares. Coincidían con las de algunas de las víctimas del Hombre del Zapato en 1997. Era el mismo olor que habían descrito cuando les habían presionado algo contra la nariz.

Cloroformo.

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