Capítulo 95

Sábado, 17 de enero de 2010

Había llegado a primera hora de la tarde, para asegurarse de encontrar aparcamiento en una de esas zonas reguladas con tique cerca del piso de ella. En un punto por el que tuviera que pasar al volver de su clase de kick-boxing.

Pero cuando llegó no había ni un jodido espacio libre. Así que le había tocado esperar al final de la calle, en una zona de estacionamiento prohibido.

Aquella zona al sur de Eastern Road era un laberinto de estrechas callejuelas con casas victorianas adosadas de dos o tres plantas, popular entre estudiantes y solteros, y en el corazón del barrio gay. Había numerosas agencias inmobiliarias que anunciaban pisos en venta o en alquiler. A ambos lados de la calle había coches, la mayoría pequeños y viejos, y unas cuantas furgonetas.

Tuvo que esperar más de una hora, casi hasta las tres y media, hasta que vio salir, aliviado, a un viejo Land Cruiser, que dejó un espacio suficientemente grande. Estaba a apenas diez metros de la puerta de entrada de la casa de color azul claro, con ventanas en saliente, donde estaba el piso de Jessie Sheldon. ¡La diosa Fortuna le sonreía!

Era perfecto. Había puesto suficientes monedas como para estar cubierto hasta las seis y media, cuando acababa la limitación de aparcamiento. Ahora acababa de pasar aquella hora.

Una hora y diez minutos antes, Jessie había salido por la puerta principal, con su chándal y sus deportivas, y había pasado a su lado de camino a su clase de kick-boxing, a la que iba cada sábado por la tarde y de la que tanto hablaba en Facebook. Podría habérsela llevado en aquel momento, pero aún había demasiada luz y pasaba gente por la calle.

Pero ahora estaba oscuro y, de momento, la calle estaba desierta.

Ella iría con prisas, lo sabía. Había informado al mundo de que iba a volver a casa lo antes posible, para ponerse sus mejores galas y llevar a Benedict a su primer encuentro con sus padres.

«¡Estoy taaaaan nerviosa! ¿Y si no les gusta?», había escrito en Facebook.

¡Y añadió que estaba taaaaan contenta con los zapatos Anya Hindmarch que se había comprado!

Él también estaba taaaaan contento con el par de zapatos Anya Hindmarch que se había comprado. Estaban allí mismo, en la furgoneta, esperándola. Y él también estaba taaaaan nervioso. Nervioso y excitado, con una especie de cosquilleo por todo el cuerpo.

«¿Dónde estás esta noche, superintendente-pollón-estu- pendo Roy Grace? Aquí no te veo, ¿eh? ¡No tienes ni una pista! ¡Una vez más!»

Había aparcado de modo que pudiera verla en cuanto se acercara a través de la rendija que dejaban las cortinas del parabrisas trasero, aunque las cortinas no eran realmente necesarias. Había aplicado una película plástica negra al parabrisas de detrás y a las ventanillas laterales que hacía imposible ver dentro desde el exterior, incluso a plena luz del día. Por supuesto, los amantes de esas furgonetas Volkswagen clásicas no verían con buenos ojos una mejora como los cristales tintados. No le importaba una mierda.

Miró el reloj, se puso los guantes de látex, la gorra de béisbol y se llevó los binoculares de visión nocturna a los ojos. Ella aparecería por la esquina en cualquier minuto, caminando o quizá corriendo. Había doscientos metros desde la esquina de la calle hasta la puerta de su casa. Si venía corriendo, tendría veinte segundos. Si venía caminando, un poco más.

Lo único importante es que viniera sola y que la calle siguiera desierta.

Si no, tendría que adoptar el plan alternativo: meterla en casa. Pero haría más difícil la tarea de volver a sacarla y meterla en la furgoneta sin que la vieran. Más difícil, pero no imposible; aquello también lo había pensado.

Temblaba de emoción al repasar una vez más su lista de preparativos. El corazón le latía con fuerza. Abrió la puerta deslizante, cogió la nevera falsa que había hecho con contrachapado y la acercó a la puerta. Luego se quitó la gorra de béisbol, se puso el pasamontañas y volvió a ponerse la gorra encima, para ocultar el pasamontañas todo lo posible. Luego miró los zapatos en el suelo de la furgoneta. Idénticos a los que se había comprado ella.

Estaba listo. Después del mal trago del jueves, esta vez lo había planeado todo con mucho más cuidado, tal como hacía normalmente. Lo tenía todo pensado, estaba seguro.

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