Capítulo 69

Miércoles, 14 de enero de 2010

Norman Potting entró en la SR-1 con un café que se acababa de sacar de la máquina del pasillo. Iba encorvado, sosteniendo la humeante taza con el brazo extendido, como si se esperara que pasara algo. Gruñó un par de veces mientras cruzaba la sala; daba la impresión de que iba a decir algo, pero que luego cambiaba de opinión.

Al igual que la mayor parte de su equipo, Potting llevaba en su puesto desde antes de las 7.00. Ahora eran casi las 8.30, la hora de la reunión matinal. Faltaban Grace, que había tenido que ir a ver al subdirector Rigg, y el doctor Proudfoot, que llegaría en cualquier momento.

Sonó un teléfono, muy fuerte, con el sonido de un toque de corneta. Todo el mundo miró a su alrededor. Avergonzado, Nicholl cogió el escandaloso aparato y lo silenció.

Cuando Grace entró en la sala, sonó otro teléfono. La melodía era la de Indiana Jones. Potting tuvo la decencia de sonrojarse. Era el suyo.

Murmurando una disculpa a Grace, lo sacó del bolsillo y miró la pantalla. Entonces levantó un dedo:

– Tengo que responder, un momento… Es alguien que podría darnos una pista.

Sonó otro teléfono más. Era el de Proudfoot. El psicólogo forense entró en la sala, sacando el móvil de la bolsa sin dejar de caminar, respondió y se sentó, sin separárselo de la oreja.

La última en llegar fue la agente Westmore, de Atención a Víctimas de Agresión Sexual, que había tratado e interrogado a las tres mujeres violadas. Era la primera reunión a la que asistía.

Potting, sosteniendo el teléfono contra la oreja con el hombro, estaba tomando notas.

– Gracias. Eso será muy útil. Gracias.

Colgó el teléfono y se giró hacia Roy, aparentemente satisfecho de sí mismo.

– ¡Tenemos otro sospechoso, jefe!

– Cuéntame.

– Era un tipo que conozco, uno de mis «contactos» -dijo, dándose unos golpecitos con el dedo en el lado de la nariz-. Conduce un vehículo de Streamline Taxis. Me ha dicho que hay un tío (parece que los otros taxistas se ríen un poco de él) que se llama John Kerridge. Pero él se hace llamar con un apodo raro: Yac. Bueno, parece que este tal Yac hace el turno de noche y que tiene aficiones algo raras: los zapatos de mujer son una de ellas.

Ahora ya contaba con la atención de toda la sala.

– Ha habido algunas quejas de pasajeros: parece que se mete demasiado en sus cosas. En particular, pregunta por los baños de sus casas y por el calzado. He hablado con el encargado de licencias de taxi del Ayuntamiento. Me dice que este taxista no ha llegado a hacer proposiciones a nadie, pero que hace preguntas algo más personales de lo que querrían sus clientes. El Ayuntamiento quiere que la gente (y en particular las mujeres) se sienta segura en los taxis oficiales, no vulnerables. Dice que piensan tener unas palabritas con él.

– ¿Tienes la dirección del tal Kerridge?

Potting asintió.

– Vive en un barco en Shoreham.

– Buen trabajo -dijo Grace-. Uno de los puntos del día es «sospechosos», así que lo añadiremos a la lista. -Puso sus apuntes junto al libro de actuaciones-. Bueno, son las 8.30 del miércoles 14 de enero. Esta es nuestra décima reunión de la Operación Pez Espada, la investigación sobre la violación de tres personas: la señora Nicola Taylor, la señora Roxy Pearce y la señorita Mandy Thorpe. He pedido la asistencia de la agente de apoyo Claire Westmore para que nos ponga al día sobre las declaraciones de las víctimas.

Le dio paso con un gesto de la cabeza.

– Como cabe esperar, las tres están muy traumatizadas por lo que les ha pasado: el asalto y la posterior agresión sexual -explicó ella con su suave acento de Liverpool-. Empezaré por la primera víctima, Nicola Taylor, que aún tiene recuerdos muy limitados del ataque en el Metropole. Su trauma se ha intensificado desde la primera entrevista, parte de la cual presenciaron usted y el sargento Branson. En este momento está sedada en su casa de Brighton, atendida día y noche por una amiga. Ha intentado autolesionarse dos veces. Puede que tenga que recibir tratamiento psiquiátrico antes de que podamos iniciar un interrogatorio a fondo.

Hizo una pausa para repasar sus notas.

– Creo que sí estamos haciendo algunos progresos con la señora Roxanna Pearce, que fue atacada en su casa de The Droveway el jueves por la noche pasado. Lo más interesante de su caso es que, cuando la atacó el agresor, ella estaba arreglándose, mientras su marido estaba de viaje de negocios por Escandinavia. La Policía Científica encontró pruebas en la cocina de que esperaba un invitado.

Unos cuantos levantaron las cejas, y Bella dijo:

– Puede que simplemente hubiera invitado a una amiga. ¿Por qué tanto misterio?

– Bueno -respondió Westmore-, los indicios no parecen indicar que se tratara de una velada inocente con una amiga. Había entrantes italianos en una bolsa sobre la mesa de la cocina. Dos filetes en los platos. Una botella abierta de un vino muy caro y otra en la nevera. Le he preguntado para quién eran aquellos filetes y se puso muy a la defensiva. No deja de repetir que los había comprado para darle una sorpresa a su marido cuando volviera. Pero él no tenía que regresar hasta el día siguiente.

– No se deja respirar un vino tanto tiempo. Se echaría a perder -señaló Foreman-. Es una de mis aficiones. No importa de qué vino se trate. Una hora o dos puede ser, pero tanto tiempo… Nunca. He echado un vistazo al informe. La botella abierta debía de costar más de cien libras. No es un vinorro de diario.

– Sí, bueno, yo no sé mucho de vinos -añadió Westmore-, pero estoy de acuerdo contigo. Creo que esperaba a alguien.

– ¿Quiere decir un amante? -preguntó Nicholl.

– No abres una botella de vino para alguien que va a violarte -precisó Emma-Jane Boutwood.

– Quizás tenía planeada una sesión de sexo duro -propuso Potting.

– Ni en tus mejores sueños -replicó Moy.

– Evidentemente no va a contarnos la verdad si tenía un plan mientras su marido estaba fuera -añadió él-. Y no querrá que el tipo se entere, ¿no?

– ¿Puede que se trate de una sesión de sexo duro que se les fuera de las manos? -preguntó Proudfoot.

– No creo -dijo Claire-. Por lo que yo he visto, no parece.

– Entonces, ¿quién era su invitado misterioso? -preguntó Nicholl.

– Ella niega que lo hubiera.

– El Mercedes que se vio alejándose de la casa hacia la hora de la agresión -respondió Branson-, del que solo tenemos dos números y una letra de la matrícula. Ya hemos reducido la búsqueda a ochenta y tres vehículos registrados en la zona de Brighton y Hove. Estamos contactando e interrogando a todos los propietarios registrados. Por supuesto, no hay forma de saber si el coche está registrado aquí, pero parece probable.

– ¿Cuántos hemos eliminado hasta ahora? -preguntó Grace.

– Setenta y uno, señor -dijo un joven agente, Alan Ramsay-. Deberíamos acabar con el resto en las próximas veinticuatro horas.

– Así que podría ser el agresor… o su invitado -dedujo Grace.

– Si era su invitado, ¿por qué iba a marcharse de aquel modo, jefe? -preguntó Foreman.

– Por lo que dice Claire, parece que quizá tengamos ocasión de preguntárselo directamente. -Grace la miró-. ¿Algo más sobre la tercera víctima?

– Mandy Thorpe sigue en el hospital, en observación por la lesión de la cabeza, pero va mejorando. Al menos físicamente -dijo la agente de apoyo-. Pero va respondiendo bien a las preguntas.

– ¿Ha dicho algo nuevo?

– No, señor.

– Aún no estoy convencido de la relación entre las dos primeras y ella. No tengo claro que sea el mismo agresor. -Grace miró a Proudfoot, que no dijo nada-. Bueno, pasemos a la lista de sospechosos. Primero, ¿alguien me cuenta en qué punto nos encontramos con Darren Spicer?

Branson volvió a intervenir:

– El agente Nicholl y yo lo interrogamos de nuevo en el Centro de Noche Saint Patrick's: comprobamos que había estado trabajando todo el día en el Grand Hotel, para ver si es cierto que quiere enmendarse. Le preguntamos por qué se había llevado los zapatos de su última víctima, Marcie Kallestad, después de agredirla sexualmente.

– ¿Y?

– Dijo que era para evitar que saliera corriendo tras él.

Se oyeron unas risitas contenidas.

– ¿Le creísteis?

– No mucho. Ese tipo dice cualquier cosa que quieras oír. Pero no me dio la impresión de que se los llevara por ningún motivo retorcido -dijo, girándose hacia Nicholl, que sacudió la cabeza y coincidió.

– Estoy de acuerdo.

– ¿Dijo qué había hecho con ellos?

Nicholl asintió.

– Dijo que los había vendido en una tienda de Church Street.

– ¿La tienda sigue ahí? ¿Creéis que podríamos comprobarlo?

– ¿Cree que van a recordar un par de zapatos de hace tanto tiempo, señor?

Grace asintió.

– Bien pensado. Bueno, Norman, ¿qué puedes decirnos de ese taxista, Johnny Kerridge, o Yac?

– Es todo un personaje, por lo que he oído. Pensaba ir a charlar con él esta mañana.

– Bien. Si tienes suficiente para detenerlo, tráetelo.

– Sí, jefe.

– ¿Y qué tal pedir una orden de registro? ¿Pillarle por sorpresa para evitar que se deshaga de cualquier prueba?

– No sé si tenemos bastante para eso, jefe -respondió Potting.

– Por lo que he oído, tenemos suficiente como para justificarlo. A partir de ahora hemos de ir sin miramientos a por todos los sospechosos, así que eso va a ser lo siguiente que hagas, Norman. -Grace miró sus notas-. Bueno, ¿en qué punto estamos con el resto de los agresores del registro? ¿Hay alguno que haya ganado puntos?

– No, señor -dijo Zoratti-. Estamos repasando la lista. Tenemos una posible coincidencia en Shrewsbury, hace cuatro años, con un modus operandi muy similar (no se hizo ninguna detención), y otro en Birmingham hace seis años. Estoy a la espera de más datos.

Grace asintió.

– Una cuestión importante, Ellen, es saber si tenemos controladas todas las agresiones que han tenido lugar hasta ahora en nuestro territorio. ¿Estamos seguros de que no nos hemos dejado ninguna? Sabemos con seguridad que solo se denuncia el seis por ciento de todas las violaciones. ¿Cómo vamos a obtener información esencial del otro noventa y cuatro por ciento? Hemos hablado con los cuerpos de los condados vecinos: Kent, Surrey, Hampshire y la zona metropolitana de Londres. No hemos sacado nada en claro. -Se quedó pensando un momento-. Tú has buscado en el SCAS casos de violaciones por parte de extraños. ¿Algún resultado?

El SCAS cubría todo el Reino Unido, salvo la Policía Metropolitana de Londres, que no estaba integrada.

– Hasta ahora nada, señor -dijo ella-, pero aún espero respuesta de varios cuerpos.

– Avísame en cuanto tengas algo.

Proudfoot tosió y luego habló:

– Tal como dije, me sorprendería mucho que nuestro hombre no hubiera delinquido en otro lugar estos últimos doce años. Sería realmente una gran sorpresa. Pueden dar por sentado que lo habrá hecho.

– ¿Con delinquir quiere decir «violar»? -preguntó Boutwood.

– Las pulsiones no desaparecen así como así -respondió Proudfoot-. Habrá necesitado darles salida. -Volvió a sonar su teléfono. Tras una rápida mirada a la pantalla, lo silenció-. ¿Supongo que estará en contacto con Crimewatch, Roy? Podrían sernos de ayuda.

– Tenemos una relación excelente con ellos, Julius -respondió él-. Desgraciadamente, hasta dentro de dos semanas no vuelven a emitir. Espero tener a nuestro hombre entre rejas mucho antes.

Podría haber añadido, pero no lo hizo, que eso esperaban el subdirector Peter Rigg, el comisario jefe Tom Martinson y el director general de la Policía de Brighton y Hove.

De pronto fue su teléfono el que sonó.

Era su antiguo jefe de 1997, Jim Doyle, que ahora formaba parte del recién creado Equipo de Casos Fríos.

– Roy, ¿sabes esas páginas que faltan del caso de Rachael Ryan… sobre la furgoneta blanca vista cerca de su piso la Nochebuena de 1997?

– ¿Sí?

– Hemos encontrado quién firmó la última consulta del dosier. Creo que esto te va a gustar mucho.

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