Capítulo 62

Martes, 13 de enero de 2010

Billy Solitaria estaba sentada en una mesa de la cafetería junto a la ventana, hundiendo el tenedor en una enorme ensalada verde; los berros y la escarola se derramaban por los bordes del cuenco. Daba la impresión de que se estaba comiendo una peluca.

Mascaba pensativa, consultando su iPhone y mirando algo en la pantalla entre bocado y bocado. Llevaba la rubia melena, larga hasta los hombros, recogida en una cola de caballo, con algunos mechones sueltos colgando, igual que la última vez que la había visto, en Marielle Shoes, el sábado.

Tenía una cara bonita, a pesar de su nariz aguileña, e iba vestida de un modo informal, casi descuidado, con una informe túnica gris sin mangas sobre un suéter negro de cuello alto, vaqueros y unas deportivas con brillantitos. ¡Tendría que obligarla a que se las quitara! No le gustaban nada las mujeres con deportivas.

Estaba claro que a Jessie Sheldon no le importaba nada la imagen que daba en el trabajo, o quizá su aspecto fuera deliberado. Sus álbumes en Facebook dejaban claro que podía estar muy guapa cuando iba bien vestida y con el cabello suelto. En algunas fotos estaba estupenda. Impresionante. ¡Realmente sexy!

Y de Billy Solitaria no tenía nada, aunque sí diera esa impresión en aquel momento, allí sentada y a solas. En realidad tenía doscientos cincuenta y un amigos en Facebook, por lo que había visto él en su última visita, unas horas antes. Y uno de ellos, Benedict Greene, era su prometido (bueno, o su novio, ya que aún no se habían prometido formalmente, tal como explicaba en la red: «¡Sssshh! ¡No se lo digáis a mis padres!»).

Lo cierto es que tenía su página al día. Mantenía a todos sus amigos informados puntualmente de sus actividades. Todo el mundo sabía lo que estaría haciendo al cabo de tres, de seis o de veinticuatro horas, y las semanas siguientes. Y al igual que Dee Burchmore, también escribía tweets. La mayoría, en aquel momento, sobre su dieta: «Jessie está pensando en comerse un KitKat…»; «Jessie se ha resistido al KitKat…»; «¡Hoy he perdido medio kilo!…»; «¡Mierda, hoy he ganado medio kilo!»; «¡El resto de la semana solo voy a comer comida vegetariana!».

Era una buena chica. ¡Le ponía las cosas muy fáciles! Colgaba muchos más tweets que Dee Burchmore. El último lo había escrito apenas una hora antes: «¡A mantener la dieta! ¡Hoy como vegetariano en Lydia, mi restaurante favorito del momento!».

Seguía toqueteando el iPhone. ¿Estaría escribiendo nuevos tweets?

A él le gustaba tener controladas a sus mujeres. Aquella mañana, Dee Burchmore estaba en el spa del hotel Metropole, disfrutando de un «ritual corporal completo Thalgo de los mares del Sur». Incluso se había planteado la posibilidad de concederse uno él también. Pero no era el momento. Tenía cosas que hacer; de hecho, él no tenía que estar allí siquiera. Pero ¡se sentía tan bien! ¿Cómo iba a resistirse?

Billy Solitaria había enviado un tweet poco antes: «Voy a echar otro vistazo a esos zapatos a la hora del almuerzo: ¡espero que sigan ahí!».

¡Seguían ahí! La había visto antes, tomando una foto de los zapatos con su iPhone; luego le había dicho a la vendedora que se lo pensaría durante la hora del almuerzo. Le había preguntado si se los podía reservar hasta las dos. La vendedora le había dicho que sí.

¡Eran tremendamente sensuales! Los negros, con las tiras en el tobillo y aquellos tacones de trece centímetros de color acero. Ella quería ponérselos, según le había dicho a la vendedora, para asistir con su novio a un acto en el que conocería a sus padres.

Billy Solitaria tecleó algo y luego se llevó el teléfono al oído. Un momento más tarde la cara se le iluminó.

– ¡Eh, Roz! -dijo, animada-. ¡Te acabo de enviar una foto de los zapatos! ¿La has recibido? ¿Sí? ¿Qué te parecen? ¿De verdad? ¡Vale, voy a comprármelos! ¡Te los traeré esta noche para que los veas, después del partido de squash! ¿Qué película vamos a ver? ¿Encontraste Destino final 4? ¡Qué bien!

Él sonrió. Así que le gustaban las películas de terror. ¡Bueno, entonces quizás hasta disfrutara con el numerito que tenía pensado para ella! Aunque su intención no era darle placer.

– No, el coche va bien, ya está arreglado. Yo recogeré la comida. Le diré que no nos cobre las algas. La semana pasada se olvidaron. Sí, vale, salsa de soja. Ya le diré que ponga de más.

Sonó el teléfono de él. Miró la pantalla. Trabajo. Apretó el botón rojo, accionando el buzón de voz.

Luego echó un vistazo al ejemplar del Argus que se acababa de comprar. El titular de primera página anunciaba:


La Policía aumenta la vigilancia

tras la tercera violación en la ciudad


Frunció el ceño y empezó a leer. El tercer ataque, registrado el fin de semana, había sido en la atracción del Tren Fantasma, en el embarcadero. Se especulaba con que pudiera haber regresado el Hombre del Zapato, que en 1997 y 1998 había cometido cuatro.-o quizá cinco- violaciones, y posiblemente muchas más nunca denunciadas. El superintendente de policía Roy Grace, oficial al cargo, afirmaba que era demasiado pronto para afirmarlo. Estaban siguiendo diferentes líneas de investigación, decía, y aseguraba que estaban usando todos los recursos a disposición de la Policía de Sussex. La seguridad de las mujeres de la ciudad era su prioridad absoluta.

Entonces, el siguiente párrafo le hizo dar un brinco.

En declaraciones en exclusiva para el Argus, el superintendente Grace afirmó que el agresor tiene una deformidad sexual. No dio datos específicos, pero este reportero pudo averiguar que tenía que ver con las dimensiones del órgano sexual, excepcionalmente pequeñas. Añadió que era un rasgo que cualquier mujer que hubiera tenido relaciones con él recordaría. Un psicólogo consultado ha confirmado que esa deficiencia podría llevar a un individuo a buscar una compensación por medios violentos. La Policía ha hecho un llamamiento a cualquier persona que crea que pueda conocer a alguien con esas características para que llame al 0845 6070999 y pregunte por el Centro de Investigaciones de la Operación Pez Espada, o que realice una llamada anónima al número de Crimestoppers.

Su teléfono emitió dos pitidos que confirmaban la recepción de un mensaje. Hizo caso omiso, con la mirada fija en el periódico y preso de una rabia creciente. «¿Deformidad sexual?» ¿Era eso lo que iba a pensar todo el mundo de él? Bueno, a lo mejor el superintendente Grace tendría problemas de desarrollo en otro órgano: el cerebro. No le había podido coger doce años atrás, y no iba a cogerle ahora. «Polla pequeña, cerebro grande, señor Grace». Leyó el artículo de nuevo, hasta la última coma, palabra por palabra. Y luego otra vez. Y otra.

Una voz femenina con un acento surafricano y un tono amable le sobresaltó de pronto:

– ¿Ya sabe lo que quiere, señora?

Levantó la vista y vio la cara de la camarera. Luego miró hacia la mesa de la ventana. Billy Solitaria se había ido.

No importaba. Sabía dónde encontrarla más tarde. En el aparcamiento del estadio de Withdean, esta tarde, tras el partido de squash. Era un buen aparcamiento, abierto y enorme. Estaría tranquilo a esa hora del día, y muy oscuro. Con un poco de suerte quizás encontrara sitio junto al Ford Ka negro de aquella zorra.

Levantó la vista y miró a la camarera.

– Sí, tomaré un filete poco hecho y patatas fritas.

– Lo siento, pero el restaurante es vegetariano.

– Entonces, ¿qué coño estoy haciendo aquí? -dijo, olvidándose de poner voz femenina.

Se puso en pie y salió del local, indignado.


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