Capítulo 114

Domingo, 18 de enero de 2010

– ¡Jessie! -gritó-. ¡Te llaman al teléfono!

Sonaba tan convincente que casi le creyó.

– ¡Jessie! ¡Es Benedict! ¡Quiere hacer un trato conmigo para que te deje marchar! Pero primero necesita saber que estás bien. ¡Quiere hablar contigo!

La chica permaneció en silencio, intentando pensar. ¿Habría llamado Benedict, algo muy probable, y aquel monstruo le había respondido?

¿Querría obtener un rescate?

Benedict no tenía dinero. ¿Qué tipo de trato iba a hacer? Y en cualquier caso aquel asqueroso era un pervertido, el Hombre del Zapato, o quienquiera que fuera. Quería que se masturbara con el zapato. ¿De qué trato hablaba? No tenía sentido.

Y sabía que, si gritaba, estaría indicándole su posición.

Tendida sobre los viejos sacos de cemento, con el cuerpo lleno de calambres y una sed terrible, se dio cuenta de que, por lo menos de momento, a pesar de todo, allí arriba estaba segura. Le había oído moverse por todo el lugar durante casi dos horas, primero por la planta de abajo, luego por la de arriba, y luego por otro nivel por debajo de ella, no muy lejos. En un momento dado lo había tenido tan cerca que le había oído respirar. Pero la mayor parte del tiempo se había mantenido en silencio, revelando su situación solo de vez en cuando al dar una patada a algo, o al aplastar algo con los pies, o con algún sonido metálico al hacer chocar dos piezas. Pero seguía sin encender la linterna.

Por un momento se preguntó si se le habría roto o si se habría quedado sin pilas. Pero entonces vio algo que le heló la sangre.

Un tenue brillo rojizo.

No es que fuera una experta en esos temas, pero recordaba una película en la que un personaje usaba un equipo de visión nocturna que emitía un brillo rojizo apenas visible. ¿Era eso lo que estaba usando aquel tipo?

¿Algo con lo que podría verla, sin que ella le viera a él?

Y entonces, ¿por qué no la había pillado ya? Solo podía haber un motivo: no había sido capaz de encontrarla.

De ahí lo de fingir la llamada de Benedict.

Una cosa estaba clara: había buscado hasta el último rincón de aquella planta y ella no estaba allí. Tenía que haber subido a algún sitio. Pero ¿dónde? Había dos enormes plantas superiores que albergaban los hornos y las largas tuberías de enfriamiento a las que iba a parar el cemento caliente, pero aquello ya lo había registrado.

Aquella puta era lista. A lo mejor iba moviéndose todo el rato. A cada minuto que pasaba, sus nervios y su desesperación iban en aumento. Tenía que sacarla de allí y, de algún modo, ponerla a buen recaudo, en otro sitio. Y tenía que asistir al trabajo al día siguiente. Era un día decisivo. Un importante cliente nuevo y una reunión decisiva con el banco sobre sus planes de expansión. Además, tendría que encontrar un rato para dormir un poco.

Y necesitaba que le echaran un vistazo a ese ojo. El dolor iba en aumento.

– ¡Jessie! -la llamó, con un tono de lo más amistoso-. ¡Es para tiiiiiii!

Luego, tras unos momentos de silencio, dijo:

– ¡Sé dónde estás, Jessie! ¡Te veo ahí arriba! ¡Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma!

El silencio fue la única respuesta que recibió. Luego, un golpe metálico. Cuatro segundos más tarde, volvió a sonar.

– Así solo conseguirás empeorar las cosas, Jessie. No voy a estar muy contento cuando te encuentre. ¡Desde luego que no!

La chica no hizo ningún ruido. Se dio cuenta de una cosa: mientras estuviera oscuro, aquel monstruo tenía ventaja. Pero en cuanto amaneciera y entrara algo de luz en aquel lugar, por poca que fuera, la cosa sería muy diferente. Le daba miedo y no sabía de qué era capaz. Pero estaba segura de que le había malherido en el ojo. Y aún tenía el cuchillo, en el suelo, junto a la mano.

Era medianoche. El sol saldría hacia las siete de la mañana. De algún modo tenía que encontrar fuerzas para olvidar aquella sed insoportable y el agotamiento. Dormir no era una opción.

Al día siguiente quizá se colara algún rayo de luz por las paredes. Aquel lugar estaba abandonado, prácticamente en ruinas. Habría algún agujero en algún sitio por el que podría colarse. Aunque fuera en el techo.

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